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Cuenta atrás | Antonio Navalón

Miedo

Periodista, voyerista de la vida y vendedor de libros... ...

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Lunes 28 de junio de 2010

Si no supiera que el gobierno me defiende, que las autoridades evitan la impunidad y que el Presidente comprometió su lugar en la historia por la seguridad nacional, estaría muy preocupado. Pero si mi gobierno cumple y si —como dijo Calderón— 90% de los 23 mil muertos acumulados eran narcos, a mí no me pasará nada.

Este diario publicó un dato que en cualquier país habría provocado aullido y estampida general: 95% de los crímenes en “guerra” no son investigados. Si es cierto, considerémonos muertos y, aún peor, en las cifras del narco: como víctimas colaterales o sicarios aunque la única droga consumida sea aspirina.

Cuando eran 3 mil muertos era más fácil creerlo, pero ¿qué pasará cuando sean 23 millones? Lo que diré puede ser interpretado como incitación al delito, pero no quiero pensar que vivo gracias a que los malos no saben que en México matar es más barato que sobornar a un juez: al final nadie pregunta, ni investiga nada.

Si el gobierno nos protegiera, no seríamos víctimas anónimas. Pero recordemos que aquí si secuestran a alguien poderoso, el Estado “humanitario” desaparece. Grave paradoja. Si no hay Estado, ¿a quién le pagamos impuestos? Si pese a las cifras no hay una comisión investigadora en el Congreso, ¿qué país somos? Uno donde la Procuraduría no investiga y la Gobernación vuelve a cualquiera con inquietud y sentido humano en un tonto útil y, por ende, a todos los demás en muertos inútiles.

Si la bala lo puede todo, imagínese lo que sería un desencuentro callejero, una pelea con el cónyuge o una discusión entre socios, y luego ser acusado de sicario. Hoy el pueblo no puede aspirar a un bien morir y resulta un privilegio no formar parte de las cifras negras del narco.

Si la prensa tendenciosa tiene razón, ¡qué terror! Muertes siempre ha habido, pero antes no se debían a la desaparición del Estado.

En estas condiciones, no sé cuánto tiempo seguiré vivo. A usted, lector, le sugiero hacer la lista de sus enemigos y dársela a quien más confianza le tenga. No le recomiendo a las autoridades, ocupadas inventando lucidos discursos, ni a los políticos-zopilotes, que se encuentran grabando conversaciones comprometedoras.

Su protección ya no está en las policías federal o estatales, ni en el Ejército mal preparado. Mejor acuda al santo de su devoción y enciéndale una vela para que un día podamos saber quién nos asesinó y por qué.

El domingo que vaya a votar, no se pregunte quién da mejor despensa o quién le ayuda a comprarse un coche nuevo sin pagar tenencia, pregúntese quién de verdad hará algo para que la epidemia del narco no nos mate, aunque muramos sin miedo bajo el amparo de Calderón.



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