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Itinerario Político | Ricardo Alemán

Política y poder; amor y desamor

Nació en la ciudad de México en 1955 e inició en 1980 su carrera profesional como reportero del diario "A.M." de León Guanajuato. Ha trabaj ...

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Miércoles 31 de marzo de 2010

Los ciclos del poder —como los del amor—, suelen provocar pasiones sin freno, extremos de amor-odio, y dolorosas frustraciones que en la mayoría de los casos resultan en infidelidad política, traición y desesperanza, al grado de arrojar “viudas políticas” de tal o cual político o líder social.

En el último cuarto de siglo, millones de mexicanos se enamoraron sin freno, sea de políticos, sea de líderes en los que depositaron todo; credibilidad, confianza, esperanza, futuro y hasta pasión del cambio. Y a cada caída y decepción amorosa siguieron los duelos y pronto un nuevo amor, nueva esperanza. Un ciclo que parece sin fin.

La primera manifestación reciente de ese ciclo se produjo luego de una “larga noche” de gobiernos del PRI hegemónico —en 1988, durante las elecciones presidenciales—, cuando millones de mexicanos vieron en el candidato Cuauhtémoc Cárdenas al líder carismático, esperanza de echar al PRI del poder y al prohombre de la democracia, luego de décadas de un PRI despótico. Cárdenas perdió, o le robaron el triunfo, y vino la desesperanza de millones. A un gran amor siguió una gran frustración.

En el naciente 1994, apareció otro amor. Con capucha, fusil y pipa. Era un trasnochado guerrillero que enamoró a millones con su quijotesca indumentaria y un reclamo vital y universal; todo para todos, fin al rezago de los marginados y el pago de la deuda con los indígenas. Y mientras el subcomandante Marcos crecía, fue asesinado otro sueño más terrenal y amor naciente: Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial del PRI.

Y mientras Colosio se fue, el guerrillero enamoró no solamente a la plebe, sino a intelectuales, periodistas, políticos, líderes… El EZLN y su jefe militar empujaron la gran reforma electoral de 1996, la alternancia en los estados, y el fin del PRI. Pero con la caída del PRI también cayó la razón de ser del zapatismo. Como llegó, Marcos se fue, entre las sombras.

Pero mientras eso ocurría, los mexicanos tenían frente a sus ojos al nuevo prohombre. Un empresario y ranchero, boquiflojo, dicharachero, malhablado y nada convencional. Se propuso ser presidente —luego de la muerte de otro naciente líder, El Maquío Clouthier—, y lo consiguió en julio de 2000.

Hablamos de Vicente Fox, el guanajuatense que enamoró a derecha e izquierda y a no pocos priístas; que junto con el hartazgo social hizo posible “el milagro”: echar al PRI. Aquí pretendieron quemarnos en leña verde por cometer el “sacrilegio” de criticar a Fox. Al final, Fox resultó el fraude que pronosticamos, y dejó más frustración que cambios. Echó del poder a un PRI que, paradojas aparte, está de vuelta. Otro desengaño.

Vino entonces otro de los grandes amores sociales y electorales. Otro farsante, de origen priísta, comprado por el imaginario colectivo como el ocurrente político honesto y emparentado con los pobres, pero que no era otra cosa que un ambicioso del poder sin límite. Luego de una campaña demencial en busca del poder, y de contar con el amor incondicional de una abrumadora mayoría que no sabía lo que estaba a punto de comprar, pero si lo que no quería comprar —no quería ni PRI ni PAN, pero se enamoró de esa farsa de político que es AMLO—. López Obrador perdió la Presidencia.

Si el salto al más alto peldaño de la popularidad y el amor ciudadano los consiguió con una increíble simulación que muchos compraron con más pasión que razón, con esa misma cachaza tiró todo a la basura a partir del 3 de julio de 2006, al grado que hoy nunca votarían por él dos de cada tres potenciales votantes. Las viudas de AMLO siguen apareciendo las noches de luna llena con un grito lastimero; “¡Ay, el fraude!”.

El tabasqueño está en la lona, sin posibilidad alguna de regresar a la cúspide de julio de 2006. Pero ya está en puerta el nuevo amor de millones de ciudadanos. Ahora pertenece al PRI, es el más aventajado presidenciable y se llama Enrique Peña Nieto. Los seguidores de este espacio, que habrían querido quemarnos en leña verde por criticar la farsa que era Fox y que nos insultaron por cuestionar la impostura de AMLO, hoy nos insultan por analizar la posibilidad real de que el gobernador mexiquense sea el próximo candidato presidencial del PRI, con posibilidades de triunfo.

Pero también hoy reaparecen amor y desamor político, incluso en los tres tiempos previos a julio de 2012. Es decir, en las elecciones del próximo julio para renovar 12 gobiernos estatales, en las cruciales de 2011 para suceder al gobernador Enrique Peña y, por supuesto, en las presidenciales de 2012.

Intelectuales y periodistas hacen actos de fe por ese monumento al oportunismo que es la señora Xóchitl Gálvez, candidata al gobierno de Hidalgo, mientras que otros —o los mismos—, hacen malabares para justificar al PRD en Zacatecas, donde la gobernadora Amalia García dilapidó toda una corriente política contraria al PRI y favorece el regreso del PRI. En Oaxaca los amores ciegos no quieren ver y olvidan quienes están detrás de Gabino Cué, mientras que los prohombres del PAN y el PRD hacen ascos por los sapos y las serpientes que deben tragar con la “acostadita” electoral que significa la alianza PAN-PRD.

Casi 25 años de fracasos, amor y desamor, fanatismo, pasión sin un gramo de razón y, eso sí, puños de incongruencia. ¿Y todo para qué? Sí, para que regrese el PRI al poder. Un fracaso cultural e histórico. ¿O no?

EN EL CAMINO.

Por vacaciones, el Itinerario Político no aparecerá en sus espacios habituales a partir de mañana. Regresamos el domingo 11 de abril.



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