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Atando cabos | Denise Maerker

Una guerra sin fin

Realizó sus estudios profesionales en Ciencias Económicas y Sociales en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, la Maestría en Cienci ...

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Lunes 26 de octubre de 2009

El apoyo popular a todas las guerras, por legítimas que parezcan, se va debilitando conforme pasa el tiempo y aumentan los costos. Lo que es cierto en Irak y Afganistán lo es también en México en la guerra contra el narcotráfico. Han pasado tres años y la hora de hacer una rigurosa evaluación parece haber llegado. Por varias razones, porque el costo de enfrentar a los narcotraficantes es muy alto y porque no podemos seguir sin saber si vamos ganando y en qué consiste ganar. Hoy más que nunca tenemos que saber si el dinero destinado a esa guerra no estaría mejor invertido en la lucha contra la pobreza o en buscar reactivar la economía. El debate ya está abierto. Jorge G. Castañeda y Rubén Aguilar en su recién publicado libro El narco: la guerra fallida cuestionan, de entrada, que la guerra contra el narco fuera necesaria. Para ellos, Calderón se lanzó contra el narcotráfico por razones políticas y no por cuestiones apremiantes de seguridad. Apoyados en los datos de la Encuesta Nacional de Adicciones (2008) los autores demuestran, de inicio, que contrariamente a la tesis del gobierno, en México no ha habido un aumento en el consumo de drogas y por lo tanto nada que explique una explosión del narcomenudeo. En general, su tesis es que ni el consumo, ni la violencia, ni la corrupción de autoridades que se vivía a fines del 2006 eran nuevos ni se habían disparado de forma que justificara sacar al Ejército a pelear en las calles una guerra permanente contra los narcotraficantes. Para Aguilar y Castañeda el verdadero objetivo de Calderón fue legitimarse en el poder luego de una elección cuestionada y de una atropellada toma de posesión. Para los autores, no sólo la guerra no habría sido necesaria sino que además desvió recursos humanos y económicos respecto de la inseguridad que sí preocupa a los mexicanos: los robos y los secuestros. La guerra tal y como está planteada hoy, sostienen, no tiene final ni éxito posible. Los autores proponen limitar, no el tráfico, sino los efectos colaterales dañinos que el tráfico provoca: asesinatos, inseguridad, corrupción. Su ejemplo es Colombia.

La discusión debe darse. A tres años de iniciada esta guerra seguimos sin poder medir sus resultados. Las ejecuciones aumentan, la violencia permanece y las ciudades y los pueblos de las zonas calientes del narco siguen sin ser recuperadas. Las guerras generan intereses e interesados en mantenerlas. En México esta guerra le ha dado poder y dinero al grupo que la encabeza. Los mismos que tratan de convencernos permanentemente que vamos ganando y que es una guerra necesaria.



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