El salinazo
Lunes 19 de octubre de 2009
Poder sin fuerza, sin autoridad, no es poder. El quinazo es un referente histórico. Quizá los mejores días de Salinas fueron cuando —usando policía y Ejército— se fue contra un líder corrupto que había desafiado al supremo poder, al jugar una carta diferente en la elección reñida, caída, siempre manchada de 1988.
México registra el quinazo como una manera de hacer las cosas, lo que es una simplificación, porque el quinazo no fue tal, fue un salinazo apoyado por Castro a través de la inteligencia cubana. Hoy vivimos el segundo salinazo con la liquidación de Luz y Fuerza.
Pero cuidado, el primero ocurrió en condiciones excepcionales: el presidente gobernaba —como dice González Pedrero—, un país de un solo hombre; se dio durante los primeros 60 días de gobierno, y el poder no estaba repartido entre tantas fuerzas políticas.
Hace tiempo debió acabarse con uno de los monstruos que colman las pesadillas del país en forma de una empresa llamada Luz y Fuerza del Centro, resultado de un sistema político que durante años cedió a presiones y otorgó prebendas a los gremios para evitar un estallido social.
En el poder como en el amor hay que aprovechar los primeros momentos, cuando la ilusión es superior al conocimiento. Fox tuvo la decisión en sus manos y fue advertido de que enfrentaría severas consecuencias. Salinas postergó cinco años la liquidación de la empresa y optó por refundarla con otro nombre.
El gobierno del presidente Felipe Calderón decidió liquidar Luz y Fuerza del Centro a tres años de gobierno, por eso es un error analizar esto como si fuera 1989. Han pasado 20 años de aquel salinazo y este país es otro; ahora está más cerca de los augurios del 2010 que de 1989; los cercanos al Presidente no deben aconsejarle subir al ring ni hacerle pensar que esto es “misión cumplida”.
Ante la magnitud de la marcha del SME, el gobierno moderó su tono y llamó a la negociación, lo cual es un acierto. El tono había subido como si se tratara de una guerra étnica, que ponía a la sociedad contra los sindicatos, con el peligro adicional de que estos hechos sean utilizados para reposicionarse, ya sea para reverdecer laureles o aspirar a cargos mayores.
Lo único incontrovertible es que la situación del país requiere de todas las partes un esfuerzo supremo de seriedad política para encontrarle una salida al conflicto y para que no se demonice a todos los sindicalizados de México sólo por serlo.



