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Atando cabos | Denise Maerker

Una gran derrota

Realizó sus estudios profesionales en Ciencias Económicas y Sociales en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, la Maestría en Cienci ...

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Viernes 16 de octubre de 2009

En México, en caso de conflicto, no parece haber de otra: unos ganan y otros pierden. Así ocurrió en el conflicto de Oaxaca, en Atenco y en la huelga de la UNAM. El conflicto, legítimo o no, es hasta la muerte; la intransigencia y la desidia se imponen en las partes y se termina invariablemente con la derrota de unos y el triunfo de otros. Lo mismo se puede decir en el caso de la liquidación de Luz y Fuerza.

Ayer en Reforma José Woldenberg escribió: “Se puede entender el argumento de la liquidación de la compañía de Luz y Fuerza del Centro, porque se había convertido en una empresa costosa, ineficiente y que demandaba un subsidio más que elevado. Sin embargo, no es posible compartir que la extinción de la compañía haya sido un acto unilateral acompañado de la ocupación de las instalaciones por cientos de elementos de la Policía Federal”. De entrada, me sorprendió el argumento. ¿Acaso era posible liquidar Luz y Fuerza sin tomar por sorpresa y con elementos armados las instalaciones de la empresa para asegurar el suministro de energía? La verdad no lo creo, pero Woldenberg tiene razón: una cosa no implica (no debería implicar) automáticamente la otra. No en una sociedad democrática.

Sin embargo, en todos los casos antes mencionados, los intentos por encontrar salidas negociadas nunca tuvieron oportunidad de imponerse. De hecho, las posiciones moderadas y negociadoras siempre terminaron siendo arrasadas por los radicales de ambas partes. El CGH se radicalizó hasta la caricatura, la APPO también, y Abascal era ridiculizado por la derecha por sus intentos conciliadores.

Por supuesto que se tendría que poder liquidar una empresa luego de una negociación entre un sindicato y un gobierno que velaran al mismo tiempo por los intereses de los contribuyentes, los usuarios y los trabajadores. Pero no parece posible en el México de hoy.

La decisión, entonces, es encomiable porque rompe con la inercia y la indefinición, pero la forma nos confirma lo lejos que estamos de una sociedad democrática. La visión que se impone es la de una sociedad enfrentada a muerte y sin posibilidades de avanzar de forma conjunta y pactada. En este caso durante años se impuso el sindicato sobre los intereses de usuarios y contribuyentes. De golpe y porrazo son ahora ellos los derrotados. Mala cosa que siempre camine por nuestras calles alguien que se siente humillado.

No cuestiono que la liquidación fuera una necesidad, pero no se puede ver lo ocurrido como un triunfo de nuestra forma de resolver los conflictos; todo lo contrario, es una gran derrota para todos.



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