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Dossier Índigo | Ramón Alberto Garza

El secuestro de Calderón

Periodista plural, ético y con sentido humano, Ramón Alberto Garza cuenta con más de treinta años de experiencia en medios de comunicacion ...





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Viernes 11 de septiembre de 2009

Desde el 6 de julio en que se conoció la debacle electoral del PAN se esperaba el golpe de timón presidencial en el gabinete. Lo marcaba la más elemental lógica política.

Pasaron siete semanas y nada. Felipe Calderón palomeaba y luego rectificaba. Hacía correr los nombres para terminar engañando con la verdad. Y la verdad es, hasta ahora, muy pobre. Siete semanas fueron necesarias para pensar no en el destino futuro, sino en el retorno al pasado.

En Pemex designó al discípulo excelsis de Paco Gil Díaz. El mismo que en enero fue rechazado como conejero de esa paraestatal por todos los partidos, incluyendo el PAN. Y aunque Juan José Suárez Coppel exhiba sobresalientes credenciales académicas o del sector privado, su historial como secretario de finanzas de la paraestatal durante el foxismo da mucho de que hablar.

Antonio Juan Marcos Issa, su primo Alfredo Coppel, su hermano Jaime Suárez Coppel o Manuel Bribriesca Sahagún, por citar algunos nombres, lo pueden avalar.

La jugada en la PGR se entiende todavía menos. Designar a un interino, compadre de Diego Fernández de Cevallos, mientras termina de negociar con el Senado que se apruebe a un ex coordinador de asesores de El Jefe Diego, suena a decisión apurada. A negociación en desventaja. O quizá a ganas de que se quede el interino.

Peor aún, cuando Arturo Chávez Chávez arrastra un pasado de desencuentros con la Comisión Nacional de Derechos Humanos y con otras ONG nacionales e internacionales. Su negligencia y desdén hacia los feminicidios de Ciudad Juárez están documentados desde los días en que fue procurador en Chihuahua.

Ni qué decir del ya incestuoso caso de Agricultura, en la que para ocupar esa silla ya parece que se necesita ser jaliciense de nacimiento e integrante del mitológico Yunque. Sólo así se explica que Francisco Mayorga, ahijado político de Alberto Cárdenas, le haya trasferido a su padrino el puesto en 2006 y ahora el padrino se lo devuelva al ahijado en 2009. Y aquí tampoco se puede esconder la traviesa y azucarada mano de El Jefe Diego.

Y aunque todavía se darán otros cambios, no es difícil ver que frente a la emergencia política y económica, el golpe de timón luce a claudicación. Es compra de un pasaporte para cerrar y garantías suficientes para transferir.

El espíritu de Carlos Salinas, de la mano de su amigo El Jefe Diego, vuelve a repetir la estrategia del miedo de 2003. El secuestro de las voluntades. Volveremos a escuchar: “Las cosas no van bien”, “El pueblo está inquieto”, “Esto se va a poner peor, antes de que volvamos a crecer”, “Si no cerramos filas se nos va a colar la izquierda”, “Hay que frenar al Peje o a otro Juanito”.

Y sus hombres —los de Salinas y los de El Jefe Diego— asumen las nuevas posiciones en Pemex, PGR, Agricultura, para sumarse a las que ya dominan en Gobernación, Hacienda, SSP, Energía y SEP.

Sin un proyecto claro de nación hacia el largo plazo, hay que salvar lo inmediato. Sobrevivir al cierre del sexenio y garantizar un relevo en Los Pinos que no sacuda demasiado el statu quo. El 2006, reloaded.

Yo por eso, frente a tanto engaño, prefiero renovar mi fe en los secuestros aéreos. Los del pastor cristiano que con una Biblia y dos latas de Jumex devolvió a nuestras autoridades el pundonor nacional y reinsertó el nombre de México en los medios internacionales. De secuestros a secuestros, el de Aeroméxico es el menos doloroso.



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