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Atando cabos | Denise Maerker

No tienen perdón

Realizó sus estudios profesionales en Ciencias Económicas y Sociales en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, la Maestría en Cienci ...

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Lunes 11 de mayo de 2009

Es devastador. Lo que es cierto, lo que no, las denuncias, lo que oculta, el tono en el que está escrito, las traiciones, la falsa ingenuidad del autor, las amenazas apenas veladas, los elogios interesados, todo en el libro de Carlos Ahumada, Derecho de réplica es profundamente desesperanzador.

Aun descontando su parte fantasiosa y su objetivo autoexculpatorio, este testimonio y todo lo que sabemos por otras fuentes del capítulo de los videoescándalos nos revela un sistema invadido por prácticas corruptas y una clase política sin asomo de ética ni principios. Es demoledor para la joven democracia mexicana. Años de lucha para que fuera a través del voto y no en los corredores de palacio donde se decidieran las batallas por el poder, para que los partidos y sus candidatos se pongan en manos de quienes les dan dinero para financiar sus trogloditas campañas y precampañas. No importa cuánto se les dé a los partidos del dinero público, no les alcanza.

Eso por lo que respecta a corrupción y dinero. Y luego la guerra sucia.

Ahumada se pregunta por qué si los videos eran tan demoledores y demostraban de forma tan fehaciente la corrupción en el gobierno de López Obrador, éste no cayó ni fue enjuiciado. Es que no ve, o finge no ver su propia mugre. El que denuncia debe tener autoridad moral, así sea la que da el arrepentimiento público. ¿Acaso olvida por qué les daba dinero y lo que esperaba a cambio? A él lo chantajeaban, pero él sobornaba.

En este caso, ni él, ni ninguno de sus aliados estaba lo suficientemente limpio como para actuar abiertamente. Él entregó los videos con su cara distorsionada y salió corriendo; quienes supieron y participaron desde el gobierno lo hicieron a espaldas de sus funciones y responsabilidades, otros más sabían que su deseo de destruir a López Obrador era tan conocido y público que por sí mismo debilitaba la denuncia.

La clase política a la que le tocó la responsabilidad de poner los cimientos de la nueva democracia no ha apostado por resolver sus diferencias a través de las instituciones, ni en ésta ni en otras ocasiones igualmente decisivas. Ahumada y sus aliados inventaron una truculenta trama para destruirlo y fallaron porque no fueron mejores. En lugar de presentarse en la Procuraduría de día y con los medios de testigos para entregar los videos y denunciar la corrupción, prefirieron el camino oscuro de las mafias y debilitaron al sistema político recién estrenado.

No tienen perdón.



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