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Mirada al mundo | Paul Krugman

Al borde del abismo

Premio Nobel de Economía 2008, considerado entre los economistas más destacados del mundo. Autor de más de 18 libros y columnista estrella d ...





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Lo que debió haber sido un debate serio sobre cómo salvar una economía en un estado de desesperación, se convirtió en un trillado teatro político

Lunes 09 de febrero de 2009

Algo no muy divertido ocurrió camino a la recuperación económica: en las últimas dos semanas, lo que debió haber sido un debate serio sobre cómo salvar una economía en un estado de desesperación, se convirtió en un trillado teatro político en el que los republicanos, utilizando viejos clichés, lanzaron peroratas sobre el gasto gubernamental y las maravillas de los recortes fiscales.

Es como si el sombrío fracaso económico de los últimos ocho años nunca hubiera existido. Y aunque parezca increíble, los demócratas han estado a la defensiva. Aun cuando el Senado apruebe una ley de estímulos de gran alcance, existe el riesgo real de que partes importantes del plan original —en especial de ayuda a gobiernos locales y estatales— sean cercenadas. De alguna manera, Washington ha perdido la noción de lo que está en juego: la posibilidad real de que podríamos estar cayendo en un abismo económico y de que, si eso sucede, será muy difícil que volvamos a salir de él.

No es posible exagerar el nivel del problema económico en el que estamos. La crisis empezó en el sector inmobiliario, pero la implosión de la burbuja inmobiliaria de la era de Bush dio origen a un efecto dominó que está afectando no sólo a Estados Unidos sino a todo el mundo.

Con su riqueza diezmada, el optimismo destrozado por la caída en los precios de las viviendas y un mercado bursátil tambaleante, los consumidores han recortado sus gastos y aumentado de manera drástica sus ahorros, algo bueno a largo plazo pero que representa un enorme golpe a la economía en este momento. Ante la caída de las rentas y el aumento en los costos de financiamiento, los desarrolladores de bienes raíces comerciales están disminuyendo drásticamente sus planes de inversión. Las empresas están cancelando sus planes de expansión debido a que no están vendiendo lo suficiente para utilizar la capacidad que ya tienen. Las exportaciones, que conformaban una de las pocas áreas fuertes de la economía estadounidense de los últimos dos años, están en picada debido a que la crisis financiera está afectando a nuestros socios comerciales. Mientras tanto, nuestra principal defensa contra las recesiones —la ya conocida capacidad de la Reserva Federal de apoyar la economía disminuyendo las tasas de interés— ya se agotó. La Fed ha reducido las tasas de interés casi a cero y aun así la economía sigue en picada.

No es raro, entonces, que la mayoría de los pronósticos económicos adviertan que en ausencia de la acción gubernamental nos dirigimos a una depresión profunda y prolongada. Algunos analistas privados pronostican una tasa de desempleo de dos dígitos. La Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés) está un poco más optimista, pero su titular advirtió recientemente que “si no hay un cambio en la política fiscal... el déficit en la producción del país será el más grave (en cuanto a duración y profundidad) desde la Depresión de 1930”.

Lo peor de todo es la posibilidad de que la economía termine, como ocurrió en los años 30, atrapada en una trampa deflacionaria.

Actualmente estamos más cerca de una deflación que en cualquier otro momento desde la Gran Depresión. En especial, el sector privado está experimentando extensos recortes salariales por primera vez desde la década de los 30 y seguirá así si la economía continúa debilitándose.

Como lo señaló el gran economista estadounidense Irving Fisher hace casi 80 años, una vez que comienza la deflación, ésta tiende a alimentarse a sí misma. A medida que los ingresos en dólares van disminuyendo, la carga de la deuda se vuelve más pesada; mientras que la expectativa de que los precios sigan disminuyendo ahuyenta la inversión. Estos efectos de deflación deprimen aún más la economía, lo que genera más deflación... y así consecutivamente.

Las trampas deflacionarias pueden prolongarse por mucho tiempo. Japón experimentó una “década perdida” de deflación y estancamiento en la década de los 90 y lo único que le permitió escapar de la trampa fue un auge global que impulsó sus exportaciones. ¿Quién rescatará a Estados Unidos de una trampa similar ahora que todo el mundo está en depresión al mismo tiempo?

En caso de ser aprobado, ¿garantizará el plan económico de Obama que Estados Unidos no tenga su propia década perdida? No necesariamente. Varios economistas (incluyéndome a mí) piensan que el plan de Obama se queda corto pero sin duda mejoraría nuestras posibilidades. Y es por eso que los esfuerzos de los republicanos por reducir el plan y hacerlo menos efectivo —convirtiéndolo en una versión pequeña de otro recorte fiscal estilo Bush— son tan destructivos. Entonces ¿qué debería hacer Obama? Inclúyanme entre los que piensan que el presidente cometió un gran error en su aproximación inicial; que sus intentos por trascender el partidismo terminaron fortaleciendo a los políticos que recibieron línea de Rush Limbaugh. No obstante, ahora lo que importa es lo que el presidente hará.

Es hora de que Obama pase a la ofensiva. Pero sobre todo, no debe dejar de señalar que quienes obstaculizan su plan (en nombre de una filosofía económica desacreditada) están poniendo en peligro el futuro de la nación. La economía estadounidense está al borde de la catástrofe y gran parte del Partido Republicano está favoreciendo que caigamos en ella. (Traducción: Gabriela Cornejo)



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