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México y el mundo | Juan María Alponte

En el segundo centenario de Charles Darwin

Profesor titular de la FCPyS de la UNAM, escritor y periodista. Ha colaborado en periódicos y revistas nacionales e internacionales. Ha escri ...





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Jueves 05 de febrero de 2009

(Tercera y última parte)

Para medir las angustias metafísicas de Charles Darwin respecto a la religión, lo mejor es releer sus Recuerdos —su referencia concreta en artículos anteriores— en los que lo advierte: “Yo estaba poco dispuesto a abandonar mis creencias; de eso estoy bien seguro… pero, a pesar de mi imaginación, encontré cada vez más difícil inventar pruebas suficientes para convencerme… Poco a poco, y finalmente por completo, me sobrecogió la incredulidad…”.

La vida real, dubitativa, admirable y pertinentemente dialogante con el mundo.

El 24 de noviembre de 1859 apareció en las librerías de Londres (1,250 ejemplares) la edición famosa: On the Origin of Species by means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life. En la primera edición, en español, la portada fue así: Del origen de las especies por medio de la selección natural o la Conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Aquel mismo día se vendieron todos los ejemplares. Una inmediata edición de 3 mil tuvo la misma suerte. El libro se transformó en una gran polémica. “Desde el principio —Darwin dixit— tuvo un éxito extraordinario. Fue traducido a los principales idiomas europeos y también al japonés y, añade, al hebreo”. Incitante tema bíblico.

Entre los lectores hubo uno especial, el industrial alemán (era socio, por su padre, de una fábrica textil en Inglaterra) Federico Engels que tendría, en la vida de Karl Marx, un papel decisivo. Rico, políglota y enterado de los problemas de la industrialización y la proletarización derivada de la Revolución Industrial (tuvo como compañera ¡en aquellos tiempos! a una obrera irlandesa de su fábrica) lúcido y generoso (sin él la familia Marx difícilmente hubiera sobrevivido) y de notable curiosidad intelectual, leyó inmediatamente el libro de Darwin. Maravillado habló a Marx de El origen de las especies porque, según él, confirmaba, por otra vía, la del materialismo histórico. No voy a entrar en el tema porque necesitaría amplio espacio. Sí advierto que en el área de Marx se produjo una idea: que el científico prologara El capital. En 1859 coincidiendo, pues, con El origen de las especies, Marx publicó, en Berlín, su Crítica de la economía política. Por vías distintas corrientes políticas o científicas se vertebraban.

Marx vivía en Londres, con su familia, desde 1849 —fue expulsado de Francia y no se le admitió en ningún país salvo en Inglaterra, donde el régimen parlamentario no tuvo inconvenientes en recibirle y vivió allí hasta su muerte en 1883— y nunca, Darwin y Marx, se conocieron. Lo que sí sabemos es el envío a Darwin de un ejemplar de El capital para que lo prologara. Darwin contestó: “Bastantes problemas tengo ya con la Iglesia para añadir otro más”. A su muerte se encontró, en su biblioteca, el libro de Marx a medio abrir. A los interesados en el tema me permito citarles la obra de Yves Christen, La grand affrontement Marx et Darwin (Albin Miel, Colección Sciences d’aujourd’hui, 1981).

La polémica que suscitó el libro de Darwin —todavía en varios estados norteamericanos está prohibido leerlo en las escuelas— ha llegado hasta nuestros días y ello le vincula al caso Galileo en 1633. El juicio contra el libro de Darwin, en 1925, en Dayton (Tennessee) es testimonio de esa reacción inquisitorial. Los científicos estadounidenses, en mayoría, estuvieron a favor del profesor Scopes, llevado a juicio, por enseñar la Teoría de la Evolución. A los interesados en ello les remito a la lectura del discurso del papa Juan Pablo II ante la Academia Pontificia, el 31 de octubre de 1992. Entre otras cosas, dice que los teólogos deben tener en cuenta la ciencia. Léase ese texto, pero entero. No siempre ha sido así. Darwin murió el 19 de abril de 1882. Fue enterrado, solemnemente, en la Abadía de Westminster. Otro mundo.



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