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México y el mundo | Juan María Alponte

En el segundo centenario de Charles Darwin

Profesor titular de la FCPyS de la UNAM, escritor y periodista. Ha colaborado en periódicos y revistas nacionales e internacionales. Ha escri ...





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Miércoles 04 de febrero de 2009

(Segunda parte)

En 1831 Charles Darwin tenía 22 años y detrás una turbulencia de estudios que no lo hacían olvidar sus escarabajos. En ese año, un antiguo profesor suyo, Henslow, le escribió una carta diciéndole que el capitán Fitz-Roy estaba dispuesto a llevar en su buque Beagle a un naturalista… sin sueldo, pero con esta perspectiva: un viaje alrededor del mundo.

El buque de la Marina Real (235 toneladas) estaba a punto de zarpar. Darwin se lo dijo a su padre. El médico le arguyó: “Si eres capaz de encontrar a un hombre de sentido común que te aconseje hacer el viaje, te daré mi consentimiento”. El joven Darwin habló con su tío, Josiah Wedgwood. En la familia se consideraba a Jos insobornable y talentoso. Enterado del dilema le dijo al doctor Darwin: “Deja a Charles hacer el viaje. Será decisivo para su formación”. El permiso obtenido. Con la cabeza ardiente viajó a Londres. Visitó al capitán Fitz-Roy (finalizó de vicealmirante y fue hidrógrafo y meteorólogo) y hubo acuerdo: “Tendrás alojamiento en mi camarote”.

El capitán tenía un carácter complicado. No sabía que iniciaba un viaje que convertiría al Beagle en un icono de la ciencia y el centro de una experiencia científica fascinante. Tuvo Darwin con el capitán duros encuentros. Cuenta que en Brasil Fitz-Roy elogió la esclavitud (no sería abolida hasta el 13 de mayo de 1888 y el 15 de noviembre se proclamó la República brasileña), y enfurecido por la oposición de Darwin les preguntó a unos esclavos delante de su amo, si querían ser libres. Todos dijeron “No”. Fitz-Roy le insistió: “¿Y qué me dice ahora?”. Darwin impasible, sabiendo que podía ser dejado sin más en Brasil, contestó: “¿Y qué cree usted que pueden decir ante su amo?”. Fue un momento angustioso. Los oficiales se pusieron de su lado y después se calmó el capitán.

El viaje del Beagle alrededor del mundo fue para Darwin una inmensa revelación. Desde el 27 de diciembre de 1831 hasta el 2 de octubre de 1836 Charles Darwin se enfrentó con la aventura de su vida: climas, plantas, animales, insectos, océanos y tierras calientes y heladas le permitieron atesorar miles de observaciones, apuntes, reflexiones que enfurecieron años después a Fitz-Roy. Comprendió que el viaje había proporcionado al naturalista (el capitán era hondamente religioso) la base material para que en los años siguientes, con la inmensa aportación del viaje, Charles Darwin pensara y reflexionara sobre una nueva teoría de los orígenes de la humanidad. En principio, en 1837 comenzó a organizar sus notas, las colecciones geológicas y naturales que condujera al Beagle y preparó los borradores del viaje. En el entretanto, Darwin se reunía con Alejandro Humboldt, Herschel y el historiador Thomas Carlyle. Diálogos apasionantes en torno de sus notas. En 1838 Charles Darwin fue nombrado secretario de la Sociedad Geológica de Inglaterra. En 1839 se casó con Emma Wedgwood, se domicilió en Londres, y preparó textos decisivos: Geological observations y Zoology of the voyage of the Beagle. En 1839 nació su primer hijo (William Erasmus) y publicó un libro universal: Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Es 1839. Un dilema asaltaba ya su existencia en torno a un tema esencial. Había nacido en el seno de una sociedad religiosa y ortodoxa y sus conclusiones científicas comenzaban a plantear problemas serios. Acababa de leer el libro de Malthus (se había publicado en 1798) sobre la población y su teoría sobre hambre y demografía. Todo era incitante.

Publicó —preámbulo— una serie de obras científicas sobre los arrecifes de coral, las islas volcánicas (Humboldt había levantado los mapas de los volcanes de México) y observaciones geológicas sobre Sudamérica. Se acercaba, paso tras paso, al origen de las especies. No era fácil; era creyente. Ciencia y fe, tierra y fuego.



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