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Mirada al mundo | Paul Krugman

Un mar de confusión

Premio Nobel de Economía 2008, considerado entre los economistas más destacados del mundo. Autor de más de 18 libros y columnista estrella d ...





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Al igual que todo aquel que está atento a las noticias financieras y de negocios, siento una enorme ansiedad con respecto a la economía

Martes 27 de enero de 2009

Como todas las personas de buena voluntad, esperaba que el discurso inaugural del presidente Barack Obama ofreciera algo de tranquilidad y consuelo, uno que indicara que la nueva administración tiene este tema cubierto.

Pero eso no sucedería. Al finalizar el martes tenía menos confianza sobre la dirección de la política económica de esta administración.

No se me malentienda: no hubo nada que, de manera expresa, estuviera mal en el discurso, aunque para quienes todavía esperaban que Obama mencionaría algo con respecto al seguro médico universal, fue decepcionante que sólo hablara del costo excesivo del cuidado médico, sin mencionar nunca la difícil situación de quienes no están asegurados o cuyo seguro médico es insuficiente.

Uno hubiera esperado también que los responsables de escribir el discurso ofrecerían algo más inspirador que un llamado a una “era de responsabilidad” que, sin entrar en detalles, fue el mismo llamado que hizo George W. Bush hace ocho años.

Pero mi verdadero problema con el discurso, en lo concerniente a la economía, fue su convencionalismo. En respuesta a una crisis económica sin precedentes o, más exactamente, una crisis cuyo único precedente real es la Gran Depresión, Obama hizo lo que hace la gente en Washington cuando quiere mostrar seriedad: habló, más o menos, en lo abstracto, de la necesidad de tomar medidas difíciles y hacer frente a intereses especiales. Eso no es suficiente. De hecho, ni siquiera es lo correcto. En su discurso, Obama atribuyó parte de la crisis financiera a “nuestra incapacidad colectiva de tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva era”, pero no tengo idea de lo que quiso decir.

En primer lugar, esta es una crisis provocada por una industria financiera fuera de control. Y si no pudimos controlar esa industria, no fue porque los estadounidenses “colectivamente” se negaran a tomar decisiones difíciles; el público estadounidense no tenía idea de lo que estaba ocurriendo y las personas que sí lo sabían pensaron, en su mayoría, que la desregulación era una excelente idea.

Ahora pensemos en esta declaración por parte de Obama: “Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando comenzó la crisis. Nuestra mente no es menos creativa. Nuestros bienes y servicios no son menos necesarios de lo que eran hace una semana, un mes o un año. Nuestra capacidad sigue vigente, pero la época de quedarnos observando, protegiendo intereses mezquinos, ya pasó”.

Estoy casi seguro de que la primera parte de este pasaje fue redactada con la intención de parafrasear las palabras que John Maynard Keynes escribió mientras el mundo se hundía en la Gran Depresión. Fue un gran alivio que, después de décadas de denuncias gubernamentales viscerales, escucháramos a un presidente recién elegido dar su reconocimiento a Keynes.

“Los recursos de la naturaleza y los mecanismos del hombre”, escribió Keynes, “son igual de fértiles y productivos que antaño. La velocidad con la que avanzamos hacia la resolución de nuestros problemas materiales no es menos rápida. Somos igual de capaces que antes de ofrecer a cada estadounidense un estándar de vida alto... Pero actualmente estamos inmersos en un mar de confusión, dando tumbos en nuestro intento de controlar una máquina delicada, el funcionamiento de algo que no entendemos”.

No obstante, algo se perdió en el camino. Tanto Obama como Keynes afirman que no estamos logrando hacer uso de nuestra capacidad económica. Pero la reflexión de Keynes, acerca de que estábamos en medio de una enorme confusión que era necesario resolver, fue reemplazada de alguna manera con la frase estereotipada “todos nos equivocamos, seamos más estrictos con nosotros mismos”.

Recuerden que Herbert Hoover no tuvo problema alguno en el momento de tener que tomar decisiones desagradables: tuvo el valor y la fortaleza de disminuir drásticamente el gasto e incrementar los impuestos ante la inminencia de la Gran Depresión. Desafortunadamente, eso sólo empeoró las cosas. No obstante, un discurso es un discurso. Los miembros del equipo económico de Obama ciertamente entienden la naturaleza extraordinaria del desastre en que nos encontramos, así que el tono del discurso inaugural del martes podría no tener nada que ver con las futuras políticas públicas de la administración.

Por otro lado, Obama es, como lo dijo su predecesor, quien decide. Y pronto se verá obligado a tomar decisiones muy importantes. En especial, tendrá que decidir qué tan audaz puede ser en sus medidas para sostener el sistema financiero, en el que el panorama se ha deteriorado de forma tan dramática que un número sorprendente de economistas, no todos precisamente liberales, afirman actualmente que para resolver la crisis será necesario la nacionalización temporal de algunos de los principales bancos.

¿Está listo Obama para esto? ¿O las frases comunes del discurso inaugural fueron una señal de que esperará a que la sabiduría convencional se ponga al día con los acontecimientos? Si es así, su administración se verá peligrosamente superada por la situación. Y no es así como queremos ver al nuevo equipo presidencial. La crisis económica empeora y se complica semana tras semana. Si no tomamos medidas drásticas pronto, estaremos atrapados en un mar de confusión durante mucho tiempo. (Traducción: Gabriela Cornejo)



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