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Mirada al mundo | Paul Krugman

¿Perdón y olvido?

Premio Nobel de Economía 2008, considerado entre los economistas más destacados del mundo. Autor de más de 18 libros y columnista estrella d ...





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Al presidente electo Barack Obama se le preguntó si iniciaría una investigación sobre posibles delitos de la administración Bush

Martes 20 de enero de 2009

“No creo que nadie esté por encima de la ley”, respondió, pero “necesitamos mirar hacia adelante y no hacia atrás”.

Lo lamento, pero si no tenemos una investigación sobre lo que sucedió en los años de Bush (y casi todos han interpretado las declaraciones de Obama como evidencia de que no la habrá), esto significa que quienes detentan el poder están, en efecto, por encima de la ley, porque no enfrentan consecuencias por abusar de su poder.

Seamos claros en cuanto a lo que estamos hablando aquí. No es sólo la tortura o la intervención telefónica ilegal, cuyos perpetradores afirman, en forma inadmisible, haber sido patriotas que actuaban para defender la seguridad de la nación. Lo cierto es que los abusos de la administración Bush abarcaron desde la política ambiental hasta el derecho al voto. Y la mayoría de los abusos implicaron el uso del poder del gobierno para recompensar a los amigos políticos y castigar a los enemigos políticos.

En el Departamento de Justicia, por ejemplo, funcionarios designados por motivos políticos reservaron posiciones ajenas a la política para “estadounidenses de pensamiento derechista” (su término, no mío), y existe evidencia firme de que esos funcionarios aprovecharon sus puestos tanto para socavar el derecho al voto de las minorías como para perseguir a políticos demócratas.

El proceso de contratación en el Departamento de Justicia fue similar al proceso de contratación durante la ocupación de Irak (ocupación cuyo éxito era supuestamente esencial para la seguridad nacional), en el cual los solicitantes eran evaluados por sus inclinaciones políticas, su lealtad personal al presidente Bush y, según algunas versiones, por su opinión sobre el aborto, en lugar de por su capacidad para el trabajo.

Hablando de Irak, no olvidemos tampoco la fallida reconstrucción de ese país: la administración Bush entregó miles de millones de dólares en contratos no licitados a compañías con buenas conexiones políticas, las cuales fueron después incapaces de cumplir. ¿Y para qué molestarse en hacer su trabajo? Cualquier funcionario que intentara hacer rendir cuentas a, digamos, Halliburton, rápidamente veía su carrera interrumpida.

Hay más, mucho más. Según mis cuentas, al menos seis dependencias importantes del gobierno enfrentaron escándalos graves en los últimos ocho años; en su mayoría, los escándalos nunca fueron investigados apropiadamente. Y luego está el escándalo más grande de todos: ¿hay quien dude seriamente que la administración Bush engañó deliberadamente a la nación para invadir Irak? ¿Por qué, entonces, no habríamos de tener una investigación oficial sobre los abusos cometidos en los años de Bush?

Una de las respuestas que se oyen es que buscar la verdad sería divisivo, que exacerbaría el partidismo. Pero si el partidismo es tan grave, ¿no debería haber algún castigo porque la administración Bush politizó cada aspecto del gobierno?

También se dice que no debemos obsesionarnos con los abusos del pasado, porque no los repetiremos. Pero ninguna figura importante de la administración Bush, o de sus aliados políticos, ha manifestado remordimiento por romper la ley. ¿Qué hace pensar a cualquiera que ellos o sus herederos políticos no lo harán nuevamente, dada la oportunidad?

De hecho, ya hemos visto la misma película. Durante los años de Reagan, los conspiradores del caso Irán-contra violaron la Constitución en nombre de la seguridad nacional. Pero el primer presidente Bush indultó a los principales responsables y, cuando la Casa Blanca finalmente cambió de manos, el establishment político y de los medios ofreció a Bill Clinton el mismo consejo que le está dando a Obama: dejar en paz los escándalos latentes.

Como era de esperarse, la segunda administración Bush reinició las cosas justo donde las habían dejado los conspiradores del Irán-contra, lo cual no resulta demasiado sorprendente cuando se toma en cuenta que Bush de hecho contrató a algunos de esos cómplices.

Ahora, es cierto que una indagación seria sobre los abusos de la era Bush volvería a Washington un lugar incómodo, pero para aquellos que abusaron del poder y para quienes actuaron como sus facilitadores o apologistas. Y esta gente tiene muchos amigos. Pero el precio de proteger su comodidad sería alto: si encubrimos los abusos de los últimos ocho años, garantizaremos que vuelvan a suceder.

Además, en relación directamente con Obama: aunque perdonar y olvidar podría servir a sus intereses políticos de corto plazo, esta semana jurará “preservar, proteger y defender la Constitución de Estados Unidos”. No se trata de un juramento condicional que debe ser honrado sólo cuando es conveniente.

Y para proteger y defender la Constitución, un presidente debe hacer más que obedecer la Constitución él mismo: debe llamar a cuentas a quienes violen la Constitución. Así que Obama debería reconsiderar su decisión aparente de permitir que la anterior administración quede impune de sus delitos. Al margen de las consecuencias, no es una decisión que tenga derecho a tomar. (Taducción: Gregorio Narváez)



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