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Mirada al mundo | Paul Krugman

El momento de la verdad

Premio Nobel de Economía 2008, considerado entre los economistas más destacados del mundo. Autor de más de 18 libros y columnista estrella d ...





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El mes pasado, cuando el Departamento del Tesoro de EU permitió que Lehman Brothers se fuera a la bancarrota, escribí que el secretario del Tesoro, Henry Paulson, estaba jugando una ruleta rusa financiera

Martes 14 de octubre de 2008

Efectivamente, había una bala en esa cámara: el derrumbe de Lehman provocó que la crisis financiera mundial, de por sí grave, empeorara severamente.

Las consecuencias de la caída de Lehman se hicieron aparentes en cuestión de días, pero jugadores políticos clave desperdiciaron en gran medida el tiempo en las últimas cuatro semanas. Ahora hemos llegado al momento de la verdad y, sin un plan de rescate coordinado, la economía mundial bien podría experimentar su peor crisis desde la Gran Depresión.

Hablemos de dónde nos encontramos en estos momentos.

La actual crisis comenzó con la explosión de la burbuja inmobiliaria, lo que resultó en una gran cantidad de insolvencias hipotecarias y por consiguiente en grandes pérdidas para muchas instituciones financieras. A ese impacto inicial se sumó una serie de efectos secundarios, al tiempo que la falta de capital obligó a los bancos a retirarse, lo que generó mayores descensos en los precios de los activos, lo que provocó más pérdidas y así sucesivamente, un círculo vicioso de “desapalancamiento”. La omnipresente pérdida de confianza en los bancos, incluyendo por parte de otros bancos, reforzó el círculo vicioso.

La espiral descendente se aceleró después de Lehman. Los mercados de dinero, ya en problemas, prácticamente se cerraron, y ahora se dice que lo único que la gente se atreve a adquirir en estos momentos son bonos del Tesoro y agua embotellada.

La respuesta a esta espiral descendente por parte de las dos grandes potencias monetarias mundiales —Estados Unidos, por un lado, y las 15 naciones que utilizan el euro, por el otro— ha sido deplorablemente inadecuada.

Europa, sin un gobierno común, ha sido literalmente incapaz de organizarse: cada país ha elaborado su propia política, con poca coordinación, y las propuestas para una respuesta unificada no han llegado a ninguna parte.

Estados Unidos debió haber estado en una posición mucho más fuerte. Y cuando Paulson anunció su plan para un enorme rescate, el optimismo aumentó temporalmente. Sin embargo, en poco tiempo se hizo evidente que el plan sufría de una mortal falta de claridad intelectual. Paulson propuso comprar 700 mil millones de dólares de los activos en problemas —tóxicos títulos relacionados con hipotecas— de los bancos, pero nunca ha podido explicar cómo resolvería eso la crisis.

Más bien lo que debió haber propuesto, de acuerdo con muchos economistas, era una inyección directa de capital a las firmas financieras.

El gobierno estadounidense proporcionaría a las instituciones financieras el capital que necesitan para operar, deteniendo así la espiral descendente, a cambio de una propiedad parcial.

Cuando el Congreso modificó el plan de Paulson, introdujo disposiciones que hacían posible, pero no obligatoria, dicha inyección de capital. Y hasta mediados de la semana pasada, Paulson seguía oponiéndose férreamente a hacer lo correcto.

Pero el miércoles el gobierno británico, mostrando el tipo de pensamiento claro que no se ha visto de este lado del estanque, anunció un plan para proporcionar a los bancos 50 mil millones de libras esterlinas en capital nuevo —el equivalente, relativo al tamaño de la economía, a un programa de 500 mil mdd en Estados Unidos—, junto con amplias garantías a las transacciones financieras entre bancos. Funcionarios del Tesoro de Estados Unidos señalaron poco después que planeaban hacer algo similar, utilizando la autoridad que no querían pero que de cualquier manera el Congreso les otorgó.

Ahora, la interrogante es si dichas medidas son muy poco, muy tarde. No lo creo, pero sería muy alarmante si este fin de semana pasara sin un anuncio de un nuevo plan de rescate financiero, en el que no sólo participe Estados Unidos sino todos los principales jugadores.

¿Por qué necesitamos la cooperación internacional? Porque tenemos un sistema financiero globalizado en el que la crisis que comenzó con una burbuja en los condominios de Florida y las mansiones de California ha provocado una catástrofe monetaria en Islandia. Estamos en esto juntos y es necesario encontrar una solución en conjunto. ¿Por qué este fin de semana? Porque casualmente se realizarán dos reuniones importantes en Washington: una de altos funcionarios financieros de las principales naciones avanzadas el viernes, y luego la reunión anual del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial sábado y domingo.

Si estas reuniones terminan sin al menos un acuerdo en principio sobre un plan de rescate global —si todos se van a sus casas sin nada más que vagas afirmaciones de que pretenden controlar la situación—, se habrá perdido una oportunidad de oro, y la espiral descendente fácilmente podría empeorar incluso más.

¿Qué se debe hacer? Estados Unidos y Europa simplemente deberían decir “sí, primer ministro”. El plan británico no es perfecto, pero existe un amplio consenso entre economistas de que ofrece, por mucho, la mejor plataforma disponible para un esfuerzo de rescate generalizado.

Y el momento de actuar es ahora. Quizá piense que las cosas no podrían empeorar, pero sí pueden y, si no se hace nada en los próximos días, lo harán. (Traducción: Mariana Toledo)



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