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Caso Pilgram: retrato de completa impunidad

Katia D´Artigues Beauregard, orgullosa chilanga que ya tiene 20 años de trabajo en los medios. Egresada de la Universidad Anáhuac, fue fu ...

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Me es difícil pensar en un caso que retrate más la impunidad en la que vivimos que el de Carlos Pilgram Santos

Domingo 05 de octubre de 2008


(Foto: Especial)

“Algún día me preguntaron qué quería para ellos y dije que la pena de muerte. ¿De qué otra forma? Salen y entran y nos siguen haciendo daño”

Me es difícil pensar en un caso que retrate más la impunidad en la que vivimos que el de Carlos Pilgram Santos.

Un “ejemplo” —si cabe la palabra— de todo lo que no debería pasar: policías de una unidad antisecuestro de la PGR que secuestraban; una familia que lucha con recursos propios por lograr la justicia. Ahora, cereza del impune pastel, un juez que libera —argumenta falta de pruebas en una sentencia contradictoria— al líder de la banda ya sentenciado previamente a 19 años y tres días de cárcel (y ah, claro, a pagar una reparación de daño insultante: 10 mil 51 pesos).

Hablo con Carlos Pilgram Cerda, padre del secuestrado, por teléfono hasta Tuxtepec, Oaxaca, donde vive. Tiene 78 años y está decidido a, de nuevo, lograr la justicia que lleva ya 11 años buscando. Lo hace pese a que su hijo murió, un año después de ser privado de su libertad, en un accidente de carretera que suena muy sospechoso. Su familia lo apoya.

“No tengo miedo”, dice decidido. “Ya me han dicho algunos periodistas que me cuidara, pero cuando lo quieren matar a uno lo matan sin decirle ‘agua va’. Me encomiendo a Dios … le doy gracias por estar bien y me vengo a trabajar. Manejo 30 kilómetros del rancho al trabajo”.

A Carlos Pilgram Santos, su hijo, lo secuestraron un 10 de diciembre de 1997. Ahí comenzó el “vía crucis” —así lo dice— que ahora continúa.

El inicio suena como el caso Martí: Carlos fue detenido, con su chofer, en un retén de policías —que sí lo eran—. Bajado a tiros de su coche. Subido a una camioneta tipo Ram-Van, blanca, placas 131-HYJ y adscrita a la PGR. Llevado a un hotel en Tlalnepantla, estado de México, donde sus captores “charolearon” sus credenciales de la PGR.

Tras negociar con los secuestradores y escuchar a su hijo rogar por el pago, Pilgram Cerda les dio 500 mil pesos. Claro, tras horas de dar vueltas, para asegurarse que no era seguido. Les dio el dinero cara a cara. Dato revelador: ellos, seguros de su impunidad, ni siquiera se preocuparon por cubrirse la cara.

Carlos regresó dos horas después a su casa, sano y salvo. Aunque moriría después “dejándonos a todos muy tristes”, dice su padre; vivió el último año de su vida luchando, con su familia, por ver a sus captores tras las rejas.

Es una historia llena de detalles, pero cuento sólo un par que tienen particular relevancia ahora: que Ariel Maldonado Leza, líder de la banda y nada menos que coordinador interinstitucional de la Dirección General de Investigaciones de Secuestros de la PGR, huyó. Fue capturado tres años después en España.

Y otro más: una serie de personas lo identificaron como el agresor.

No sólo Carlos Pilgram lo identificó plenamente, sino también otros testigos: Raúl Enrique Peñaloza Morales, el chofer que acompañaba a Carlos cuando se lo llevaron; Epifanio García Espinosa, el vigilante del edificio, porque además de llevárselo fueron a su casa a robar e hicieron —también con la cara descubierta— que fuera García Espinosa quien tocara a la puerta del departamento; Eusebia Alemán Rodríguez, la empleada doméstica que, engañada, abrió la puerta.

También tres policías de Tlalnepantla que fueron llamados por el administrador del hotel Bali, Alfredo Rosendo Murillo, quien sospechaba que tenían a alguien ilegalmente en sus instalaciones. Luis Torres Ávila, uno de ellos, fue hasta “charoleado” por Maldonado Leza diciendo que se retirara. Argumentó un “operativo”.

Tras años de idas y vueltas para lograr que Maldonado Leza fuera sentenciado, este 31 de julio de 2008, un juez decidió liberarlo por considerar que “había duda” —en una sentencia contradictoria— de que hubiera cometido el crimen. Salió libre. Nadie sabe dónde está. No sólo eso: ya no se puede hacer jurídicamente nada contra él. Es la ley: nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo delito.

El juez es José Guadalupe Luna Altamirano, magistrado del Tercer Tribunal Unitario en Materia Penal del Primer Circuito. No es la primera vez que alguno de sus fallos es controvertido: él mismo exoneró a l ex presidente Luis Echeverría Álvarez del cargo de genocidio; también él liberó al Chapito, hijo de Joaquín El Chapo Guzmán.

Volvamos a hoy.

La familia Pilgram decidió no quedarse cruzada de brazos. El 23 de septiembre entregó una “queja administrativa” —así se llama el recurso— ante el presidente del Consejo de la Judicatura, Guillermo Ortiz Mayagoitia, pidiéndole revise la actuación del juez.

La queja argumenta (además de presentar todos los anexos de las declaraciones) que la sentencia es contradictoria porque, por un lado, asegura que a Maldonado Leza se le acreditaron los delitos (transcribiendo hasta 163 páginas de la sentencia anterior), pero lo absuelve y decreta su inmediata libertad.

Cuando Carlos Pilgram, padre, lo supo dice que sintió una furia incontrolable. Y se le reafirmó el deseo de hacer justicia:

“Se encontró a un magistrado que por alguna razón le cayó bien o no sé y dice que hay una “duda razonable”… ¡Cómo es posible, si hay testigos! El mismo Carlos dijo: ¡‘Estoy completamente seguro de que este señor fue el que manejó todo el secuestro’! Imagínese que nos encontramos con que el señor Alejandro Martí, dentro de 10 años, como yo, halle que salieron los secuestradores de su hijo de la cárcel… Algún día me preguntaron qué quería para ellos y dije que la pena de muerte. ¿De qué otra forma? Salen y entran y nos siguen haciendo daño”.

La lucha ahora cambia, entonces. La queja administrativa busca que el Consejo de la Judicatura investigue al juez.

“Pedimos que se le remueva del cargo y que se le haga una reprimenda delante de todos los jueces para que no vuelva a suceder esto. Me dicen: ‘Ingeniero, cuídese, no vaya a ser que lo vayan a matar’. ¿Por pedir justicia me van a matar? Bueno, pues a lo mejor un mártir más pidiendo justicia, caray… Yo estoy a disposición del Ministerio Público para ser coadyuvante en el momento en que me lo pidan”, dice Pilgram.

Insiste: no tiene miedo. Su hijo, asegura, lo cuida. Como cuando en un asalto se negó a entregar un reloj que pertenecía a su vástago y a pesar de que le dispararon nada le pasó.

“Siempre lo voy a saludar en un retrato que tengo de él ahí en el rancho, mi casa. Tengo sus cenizas aquí en el manantial, todas las mañanas voy a nadar y platico con él muy a gusto… Le pregunto cómo está, que ojalá estuviera aquí viendo porque tiene muchos más sobrinos que cuando se fue. Y que me cuide”.

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