aviso-oportuno.com.mx

Suscríbase por internet o llame al 5237-0800




Bitácora Republicana | Porfirio Muñoz Ledo

Cambio de época



COLUMNAS ANTERIORES


Viernes 03 de octubre de 2008

Suele decir el presidente del Ecuador, Rafael Correa, que una época de cambios está desembocando en un cambio de época; no de era, porque todavía habitamos en la cristiana, ni de edad, porque no acertamos a cerrar la contemporánea. Podríamos coincidir con Hobsbawm en que, tras el tiempo de las revoluciones, del capital, del imperio y de los “extremos del siglo XX”, se abre tardíamente una nueva centuria.

Son inmensas las consecuencias de la crisis estadounidense, tanto como las irracionalidades que la provocaron. El ciclo neoliberal ha llegado a su fin porque —después de haber asolado a los países débiles— ha infartado el corazón del gigante. Es a las finanzas lo que las torres gemelas a la seguridad. Algunos se apresuran a comparar ambos eventos con la invasión de Roma por los bárbaros o la toma de Constantinopla por los turcos.

El director del FMI ha reconocido que: “Por primera vez la crisis no se generó en la periferia, sino en el centro del sistema”; “la expansión financiera sobrepasó el crecimiento de la economía real, mientras los mecanismos de supervisión y regulación no estaban preparados”. Valdría recordar que esas liberalidades habían servido para compensar la ruptura del patrón oro-dólar, pieza fundamental de los acuerdos de la posguerra, e imponer luego los dictados del “pensamiento único”.

Advirtió que “una vez apagado el fuego tendrá que procederse a la reforma de las instituciones y a la reglamentación de los mercados”. El remedio de corto plazo está detenido en el Congreso por razones semejantes a las que en México intentamos aligerar la carga del Fobaproa: rechazo a socializar las pérdidas tras la privatización de las ganancias, control parlamentario sobre los apoyos presupuestales y contribución de la banca a su propio refinanciamiento.

Todavía no se vislumbra la magnitud de los cambios que deberían introducirse a nivel global. Está quebrado el sistema de las Naciones Unidas, en este caso por la ineficiencia de dos de sus organismos (el Fondo y el Banco) que se han conducido al margen de las decisiones de la mayoría. Desde las “negociaciones económicas mundiales” (1980-1983) propusimos la celebración de una Segunda Conferencia Monetaria y Financiera, que revisara los acuerdos adoptados en Bretton Woods (1944).

No se trata sólo de modificar el sistema de cuotas, sino de impulsar una “reforma económica de segunda generación” que evite las crisis y promueva “un desarrollo generalizado y sostenible, orientado a la elevación de los niveles de vida”. Más allá del grupo de los ocho y de los cinco, un Consejo de Seguridad Económica que coordine las instituciones existentes e integre de modo equilibrado a los países con mayores recursos financieros, demográficos y naturales.

La energía de la reacción latinoamericana es alentadora. Lula exigió una respuesta rápida a Estados Unidos para que los países pobres no sean víctimas de su “casino financiero” y planteó “la reconstrucción de las instituciones económicas sobre bases totalmente nuevas”. Igual hicieron los presidentes de Argentina y Bolivia. Chávez lanzó una dura crítica del “fundamentalismo del mercado” y llamó a fortalecer la “independencia financiera de la región”.

México es —según todos los análisis— el país más vulnerable en razón de su mayor dependencia de EU y de registrar la más baja tasa de crecimiento en América Latina. Sin embargo, sus autoridades “niegan sistemáticamente que la recesión estadounidense nos afecte de modo significativo”, en tanto Calderón se entretiene paseando a los príncipes de España y encabezando desfiles militares.

En contraste, la oposición abre las puertas del diálogo y propone un plan de salvación económica, al tiempo que el más prominente empresario advierte que “esta crisis es más compleja que la de 1929 y más grande por el tamaño de las economías”.

Si hubiese conducción política sería el momento privilegiado de la concertación. En ausencia de liderazgo, los enconos se agudizan y las torpezas suelen multiplicarse. Por eso los mandatos deben ser revocables. El problema no es el tipo de cambio, sino el cambio de tipo, dice la máxima.



PUBLICIDAD.