aviso-oportuno.com.mx

Suscríbase por internet o llame al 5237-0800




México y el mundo | Juan María Alponte

Adam Smith y la “mano invisible” han muerto

Profesor titular de la FCPyS de la UNAM, escritor y periodista. Ha colaborado en periódicos y revistas nacionales e internacionales. Ha escri ...





COLUMNAS ANTERIORES


Jueves 18 de septiembre de 2008

Para Peter Bernthaler

Mi predicción del desastre financiero y ético que se avecinaba se ha cumplido. Desastre que dejara tras de sí Alan Greenspan y “su” Federal Reserve imperial. Ha culminado con la quiebra del “acorazado” de Wall Street: el banco Lehman Brothers. Un agujero de 453 mil millones de dólares, es decir, poco menos que la mitad del PIB de México, país con 107 millones de habitantes.

El ataque de Bin Laden y los 19 suicidas a las torres gemelas fue un elemento novedoso, pero accidental, entre dos concepciones: la guerra revolucionaria desde abajo y la guerra superestructural desde arriba. Más relevante y significativo que las torres gemelas fue la quiebra de Enron. En octubre de 2001 Ken Lay, el financiero predilecto de una clase social hechizada por el dinero y no por la responsabilidad, anunció, sin más, que sus acciones eran supervaliosas e invitaba a sus empleados —arruinados— a adquirirlas. Michael Lind, en un libro implacable, Made in Texas, George Bush and the southern takeover of american politics, afirma “que no se sabe bien si Bush creó Enron o Enron creó a Bush”. Lo cierto es que cuando el financiero que tenía enajenado a Texas señaló que Enron era an incredible bargain, ese increíble negocio estaba ya en quiebra en octubre de 2001 y sucumbía en diciembre. El encuentro sobre ese tema (las auditoras de fama mundial avalaron, hasta el último momento, la solvencia de Enron) entre el secretario del Tesoro, Paul O’Neill, que dimitiría, y Greenspan, el presidente de la Federal Reserve fue, el 10 de enero de 2002, más importante que las torres gemelas. Greenspan, que había dejado discurrir impávido la superestructura financiera en ruinas, se sintió atrapado: “Es la crisis del capitalismo”, dijo.

Desde entonces lo he señalado aquí, en la soledad, los grandes bancos de Estados Unidos, con la bancarrota del sistema hipotecario y los créditos basura, entraron en el naufragio de la codicia desde una inmensa irresponsabilidad. Irresponsabilidad servida, al país y al mundo, desde la burla. Sus banqueros, en vez de ir a la cárcel, se marcharon cubiertos los riñones. Charles Prince, la voz cantante del Citigroup (37 mil millones de euros de pérdidas), tuvo una indemnización de decenas de millones, y el patrón de Merryl Lynch (34 mil 500 millones de pérdidas) fue indemnizado con 105 millones de euros.

No hago más larga la lista. Sí cabe advertir algo de importancia para el futuro inmediato: que Adam Smith, con un largo retraso, ha muerto. En efecto, ese amable y discreto profesor de Filosofía Moral (ya saben ustedes que de ninguna manera puede confundirse la Moral con la Ética aunque nuestra tribu política las use indiferentemente) abandonó la cátedra y se transformó en un hombre célebre con un libro, publicado en 1776, sobre la riqueza de las naciones.

En la teoría económica se deben a Adam Smith tres hipótesis centrales: primo, el liberalismo económico; secondo, la metáfora de la “mano invisible” o invisible hand y, tertio, la división del trabajo que ahí queda.

Respecto a lo primero, Adam Smith insistió en que el egoísmo de los individuos termina por convertirse en el interés general (esperemos que eso nos ocurra, antes de morirnos, con Carlos Slim) y, en cuanto a la “mano invisible”, Adam Smith convirtió en teoría universal la idea de que el mercado, como una invisible hand, se autorregula y a escala. El derrumbe del sistema financiero estadounidense, y de una parte del mundial, significa, oficialmente, el requiescat in pace de la autorregulación del mercado. Una inmensa mutación está ante nosotros en el cuadro —nadie se engañe sobre sus proporciones— a la hora de la crisis de los socialismos que se quedaron sin una revolución crítica. La mutación exigirá una refundación teórica con el entierro de Alan Greenspan y Adam Smith.



PUBLICIDAD.