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Itinerario Político | Ricardo Alemán

Es la ética, estúpidos

Nació en la ciudad de México en 1955 e inició en 1980 su carrera profesional como reportero del diario "A.M." de León Guanajuato. Ha trabaj ...

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¿Quién de Ebrard, Ortega o Chíguil ha pedido perdón a una sociedad agraviada?
¿Cuál de ellos ha puesto su cargo a la ratificación de una consulta?


Miércoles 25 de junio de 2008

A cinco días de la “tragedia del antro”, la atención mediática va rumbo a la guillotina; que si caerán o no las cabezas de Marcelo Ebrard, de Joel Ortega o de Francisco Chíguil.

Y por supuesto que ninguno de ellos cree que la trágica muerte de 12 personas —nueve jóvenes— es razón suficiente para dejar el cargo, sea de elección popular, sea de designación. Y muy lejos de un elemental sentido autocrítico, de izquierda, en los tres casos, cual moderno Nerón en el Coliseo, reclamaron la cabeza de los vasallos que habrían incumplido su responsabilidad y punto. Muerto el perro, se acabó la rabia. ¿Culpables Ebrard, Ortega o Chíguil? ¿¡Por favor, a quién se le ocurre tal dislate!?

Lo cierto es que en las gradas del moderno Coliseo —en el espectro mediático de prensa, radio y televisión— se produce una singular discusión entre los que piden la caída de las tres cabezas de la cosa pública —Ebrard, Ortega y Chíguil, en tanto responsables jerárquicos— y los que defienden al “hombre bueno”, al “buen político”, al “gobernante eficaz”.

El jefe de Gobierno, el secretario de Seguridad Pública y el delegado en Gustavo A. Madero ya dijeron que no, que ellos no se van, ¡claro!, porque ellos están limpios. Los culpables, como siempre, son “los de abajo”. Dice orondo Marcelo Ebrard que van a esperar el resultado de las investigaciones para evaluar la responsabilidad de su amigo Joel Ortega.

Otros más, en cambio, argumentan que el jefe de Gobierno es “un buen político”, que Joel Ortega es “un buen hombre” y que Chíguil es “un buen delegado”, todo en medio de cargadas, aplaudidores y plañideras que revolotean en el Coliseo mediático.

Pero a todos o a casi todos se nos olvida —o queremos mantener ojos y oídos cerrados— que en tanto jefe del GDF, secretario de Seguridad Pública y delegado de Gustavo A. Madero, Ebrard, Ortega y Chíguil tienen una responsabilidad política, ética y social frente a los mandantes que los eligieron —en el caso de Marcelo y de Francisco— y ante los que sirve el funcionario público de nombre Joel.

No se trata de discutir y/o defender si son “buenos hombres”, “ciudadanos ejemplares”, “políticos serios” o “profesionistas habilidosos”. Seguramente cumplen con creces todas esas cualidades. Pero resulta que los mandantes que los eligieron —a Ebrard y a Chíguil— les entregaron el mandato para defender los bienes y las vidas de los propios mandantes. A Joel Ortega —más que a sus jefes Felipe Calderón y Marcelo Ebrard—, el Estado le entregó el uso de la fuerza, la policía del DF, para defender a los mandantes, no para acabar con la vida de una docena de ellos. En los tres casos, más allá de sus jerarquías, no cumplieron, les fallaron a los mandantes.

En el fondo, la discusión no puede seguir en torno a si una, dos o tres cabezas son capaces de saciar la sed de sangre de un Coliseo mediático —siempre insaciable—, sino si políticos, gobernantes, servidores públicos y mandatarios ostentan sus cargos bajo el rigor de la ética y el servicio público. Si esas fueran las premisas que mueven a Ebrard, Ortega y Chíguil en sus respectivas responsabilidades públicas, ya habrían renunciado. Pero al no renunciar confirman que esos cargos son sólo trampolines políticos y de poder. Por eso no hacen bien su trabajo.

Pero además existen dos interrogantes fundamentales que exhiben una profunda carencia de ética. ¿Quién de los tres ha pedido perdón a la sociedad agraviada a la que gobiernan, representan o sirven? ¿Por qué no preguntan en una consulta, como la petrolera, si luego de la “tragedia del antro” los habitantes del DF quieren que sigan gobernando y sirviendo?

Y si las razones éticas parecen poca cosa para que renuncien los tres presuntos implicados —en tanto cabezas de un cuerpo corrupto e ineficaz—, existen evidencias claras de una endémica ineficacia.

Dice Ebrard que continuarán los operativos, pero bien hechos. ¿Qué quiere decir eso? Que el jefe de Gobierno es incapaz de entender que el operativo se hace necesario porque fallan otros engranes que obliguen a los empresarios a cumplir. Si están bien aceitados esos engranes, no se necesitan operativos. Dice Ortega que falló la policía. ¿Qué quiere decir eso? Que desde hace años su trabajo ha sido malo al frente de la policía. Dice Chíguil que la GAM no tiene culpa alguna, que todo era legal en el antro. ¿Qué quiere decir eso? A la vista de todos, que es un mentiroso. La ética tampoco se le da a esa izquierda.

EN EL CAMINO

La cabeza que al parecer ahora sí rodará será la de Napito, el líder minero prófugo que desde Canadá quiere seguir mangoneando al gremio.



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