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Campos Elíseos | Katia D' Artigues

Felicia Knaul: tómatelo a pecho

Katia D´Artigues Beauregard, orgullosa chilanga que ya tiene 20 años de trabajo en los medios. Egresada de la Universidad Anáhuac, fue fu ...

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Domingo 25 de mayo de 2008

Felicia Knaul: tómatelo a pecho

Le pido a Felicia Knaul me relate la escena. Lo hace aún ahora conmovida. Es uno de los momentos más profundos que ha vivido desde que le diagnosticaron cáncer de mama.

Tras varias operaciones, decidió hacerse la mastectomía. Estaba acostada en el hospital y le dolía hasta al respirar. Sentado a su lado estaba su esposo, Julio Frenk, quien la abrazó, con mucho cuidado y ternura.

Entonces ella lo sintió: no importaba que el seno ya no estuviera ahí y las repercusiones que podía tener esto en su vida sexual y de pareja.

—Me sentí amada absolutamente— dice esta mujer menuda, guapa, que hoy me recibe en su casa y nos ofrece lo que a ella le gustaría probar: pastel de manzana con helado de vainilla y café.

Frenk tuvo una epifanía similar poco tiempo antes: mientras esperaba los resultados de la operación de su esposa en la cafetería del hospital, acompañado por Misael Uribe. Como médico sabía lo que implicaba si los nódulos linfáticos estaban involucrados.

—Me percaté de que sentía una angustia que nacía de un gran amor.

Tras el cáncer, han vuelto a ser novios. De este amor renovado, aunado a su experiencia como destacados profesionistas en el ámbito de la salud, ahora tienen otro hijo, que se suma a la familia que hicieron con Hannah, de 12 años, y Maha, de tres y medio: el programa Tómatelo a pecho, lanzado por el Instituto Carso de la Salud.

En la presentación del programa, Felicia escribió un texto que más que un discurso es declaración de principios, definición personal, credo:

—Soy mamá, hija, esposa, amiga, profesionista. Soy sobreviviente de un sobreviviente que murió de cáncer.

Tras un punto y aparte, escribió:

—Y soy paciente con cáncer de mama.

Piensa un largo rato —y me llama un día después para decir que lo siguió pensando— por qué decidió escribir primero y antes que nada que es mamá.

—Soy muy afortunada. Ya tengo a mis dos hijas. Si esta enfermedad hubiera llegado antes, no las tendría. También porque la enfermedad se da a edad muy temprana en México, cuando muchas mujeres buscan ser mamás.

Con sus hijas, de manera distinta por edad, comparte su enfermedad con naturalidad y apertura.

Hannah tuvo dos preguntas al saberlo: si su mamá moriría y si ella desarrollaría, por genética, la enfermedad. A Felicia lo que más le preocupa es que a ella, en la pubertad, le afecte la forma en que percibe su femineidad.

—La única vez que comencé a llorar en público fue cuando intenté explicar al cirujano plástico que quería reconstruirme para que Hannah me viera más o menos normal en su proceso de desarrollo. Hasta la fecha no sé por qué comencé a llorar en este momento… ¡Y con un médico que no conozco muy bien!

La pequeña Mariana o Maha —nombre que tiene en honor a su bisabuela, la inolvidable Mariana Frenk-Westheim— pregunta cosas más concretas, quizá lo mismo varias veces: por qué pierde su cabello, por ejemplo. Y recrea una y otra vez un dibujo hecho por un niño en una situación similar.

—Le explico que se me cae porque estoy recibiendo un medicamento muy fuerte, llamado quimioterapia, para quitar el bubu (palabra en inglés que significa: cualquier lesión).

Cuenta una anécdota tierna. Un día Maha entró al baño cuando Felicia había tirado el cabello caído en la taza.

—Me vio y me dijo: “Se te está cayendo el pelo. Pero, ¿de dónde? ¿De arriba o de abajo?

Felicia se ríe mucho. Hay humor en esto también.

Superar el terror

Lo que más miedo le daba era la “quimio”. El terror que sentía viene de otro terror añejo pero permanente: ser hija de un sobreviviente del Holocausto, su padre. Temía la posibilidad de enfrentar su imagen ante el espejo, calva, como la de una persona en un campo de concentración.

—He aprendido a verme en el espejo calva. Desde el primer momento en que se me empezó a caer el cabello decidí: Saldré a la calle a hacer lo que normalmente hago. Sin miedo, sin vergüenza... sin peluca— dice tapándose la cara y riendo al pensar lo que invirtió en las pelucas que no ha usado.

No ha parado. Rebeca Moreno, quien trabaja con ella, cuenta que no se separa de su Blackberry y manda mails todo el tiempo con ideas. Si antes le preocupaba reconstruir su seno, ahora no tanto.

—Algo ha cambiado en mí. Soy una mujer con una cicatriz que acerca su corazón al mundo. Del lado izquierdo es donde me veo más fuerte. Estoy orgullosísima de mí misma cuando veo esa cicatriz.

Ha sido esencial un cambio de actitud. No dejarse caer, subirse a la elíptica dos horas después de la “quimio” (el ejercicio le permite sacar enojos, distribuir su dolor a todo el cuerpo, crear endorfinas, racionalizar).

—Si no, lo que te duele es saber que tienes cáncer. Y sí, que a lo mejor te puedes morir, que muchas cosas en tu vida van a ser todo menos agradables. Pero lo he convertido en buscar las cosas buenas y sí han pasado cosas muy buenas.

Rezar trabajando

Al saber la noticia, pensó que rezaría mucho pidiendo a Dios sanar. No es así. Se ha descubierto rezando al ver cosas pequeñas, como una flor o un colibrí. Agradece la conciencia, la percepción, de disfrutar un rato con sus hijas, una caminata, una dona de chocolate en el hospital con su esposo. Lo compara con la experiencia de ser una persona ciega y aprender a escuchar más profundamente.

—Doy gracias a Dios pero no pido nada para mí. Fue un pacto conmigo misma: que no había pacto con Dios de que “si sobrevivo hago tal cosa”; hago esto (Tómatelo a pecho) pase lo que pase conmigo. Un amigo rabino me tranquilizó: hay muchas formas de rezar, tú rezas con tu proyecto.

Sabe que parte de esta fortaleza o actitudes heroicas (como dice su esposo) son gracias a que es vista con ojos amorosos en su familia:

—Si Julio me hubiera visto con rechazo, no hubiera tenido esta capacidad de salir a la calle, con esto y esto (señala su lado izquierdo y su cabeza). Al verme con ternura y orgullo, me dio confianza. Lo dice a cada rato, frente a las niñas: “Tu mamá es muy bonita”. Y la mamá puede estar muy blanca, calva, desmaquillada. Lo dice de algo que él percibe, de verdad.

A un mes de terminar su segunda ronda de quimioterapias, a Felicia aún le espera un camino largo por recorrer. Lo que busca ahora dentro de ella es cómo volver a sentirse sana.

—No sé si soy sobreviviente, pero ya no voy a estar en quimioterapia. ¿Cómo me sentiré cuando tenga pelo? ¿Cuándo no tenga esta bandera (el programa) que me ha ayudado tanto? ¿Voy a estar igualmente orgullosa de mí misma? ¿Cómo planear mi vida profesional a futuro? Puedo tener cinco, 15, 40 años más… no lo sé, nadie lo sabe. Tengo que aprender a vivir con la incertidumbre, con el miedo de que pueda venir una recurrencia.

Reflexiona sobre las palabras ser y tener, una diferencia que sólo existe en español. Entre ser cancerosa y estar enferma de cáncer.

Ella lo dijo primero: es madre, hija, esposa, amiga, profesionista. Sobreviviente de un sobreviviente que murió de cáncer. Y tras un punto y aparte: paciente con cáncer de mama.

katia.katinka@gmail.com

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Uno.— El posible contagio que tendremos a causa de la recesión económica que vive Estados Unidos. Por lo pronto, la secretaria de Hacienda informa que sí podría afectarnos, pero “no de manera importante”. Mmm. Dos.- La integración del nuevo consejo general del IFE, pospuesto desde diciembre pasado. Ahora la disputa radica en si son 3 o los 6 los integrantes que se elegirán en la Cámara de Diputados..



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