La última mirada
Lunes 16 de abril de 2007
Casi de manera milagrosa sobrevive en cartelera el primer largomentraje de Patricia Arriaga Jordán, La última mirada (2006), filme premiado en distintos ámbitos nacionales e internacionales.
El trabajo de escritura y dirección de Arriaga es arriesgado, en más de un sentido, con el fin de lograr una ruptura con los lugares comunes de la producción fílmica nacional más reciente e ir a contracorriente de los temas y miradas relacionados con la hiperviolencia de la capital y de las grandes urbes. Arriaga convoca una paleta de colores más amplia, no sólo el amarillo extremo.
Y es con la gramática de los colores -específicamente algunos- con la que la directora construye un relato tejido de encuentros y desencuentros, de azar y destino, de vidas que se rebelan. Con la premisa de la pérdida de la vista de un pintor cercano a los 50 años y la pérdida del mundo adolescente de una joven sin recursos, Patricia Arriaga hace coincidir momentos de ambos personajes hasta su encuentro final.
La ruta paralela entre Homero (Sergi Mateu) y Mei (Mariso Centeno) rompe las leyes matemáticas y se entrecruza. El espectador conoce así dos realidades muy diversas y dos miradas de mundo que, siendo tan distintas, coinciden en tiempo y espacio. La directora y fotógrafa ha elegido, como parte de su rompimiento con lo establecido, dejar el protagonismo de la ciudad de México y situar la historia en la ciudad de Querétaro y sus afueras desérticas.
La provincia mexicana, tan próxima y tan lejana al DF, luce no como un lugar sin mácula, sino como una realidad distinta a la del frenesí de la gran ciudad. Allí se instala el relato y allí experimenta Arriaga con diversas texturas y contexturas, con luces y sombras. La directora elige los días en los que el cumplimiento riguroso de un destino, de una herencia genética, termina con la vida laboral de un pintor. La pérdida gradual de los colores le permitirá el don de poder mirar en la última fase de la enfermedad el color rojo, con el que juega la directora entretejiendo los matices y los significados de éste.
Es el rojo de mal agüero, el rojo de la guerra, el rojo vegetal y prehispánico, el de las artesanías, el del fuego, el rojo púrpura de la religión, el rojo cálido, el rojo frío, el rojo metáfora, el rojo chino, el rojo renacentista, el rojo precaución, el rojo sol y sombra, el rojo que se deslava en desierto. La directora reúne los matices, los símbolos, con el sentido figurado para organizar un relato que, pese a algunos momentos débiles e inverosímiles, atrapa al espectador.
Así, la expresión "cine mexicano" empieza a tener un sentido más plural, abierto e imaginativo. Recuperar los tiempos de la provincia, incluso la forma de aferrarse a tiempos idos para bien y para mal, también es un acierto de la directora, quien, con base en su cortometraje La Nao de China (también de ella El pez dorado) se permite hacer crecer no sólo la historia, sino la búsqueda de aristas para referirse realidades diversas.
La última mirada es también una aproximación a otra clase de erotismo, a un erotismo en el que no hay definiciones de manual, aunque convivan con él formas arcaicas. En este sentido, el trabajo de los actores y las actrices es riguroso y creativo. El pintor que se lleva a la cama a su modelo porque ve lo que le ofrece y que luego disfruta sólo con la proximidad táctil; la adolescente que no quiere ser prostituta como su madre y, al mismo tiempo, desea conocer los gozos del amor; la monja que se arriesga a sentir por alguna vez en su vida; la madame del prostíbulo que disfruta en sus pupilas.
La última mirada es la ópera prima de una directora que tiene detrás del primer largometraje un trabajo riguroso en televisión, fotografía y cortometraje, y que propone a los espectadores otros modos de ver la realidad.