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Crónicas neuróticas | Rafael Pérez Gay

Esplendores y miserias del taco

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Lunes 26 de marzo de 2007

Esplendores y miserias del taco

Me entero por una campaña publicitaria de fuste y fusta que se preparan grandes festejos para el Día del Taco. Si entendí bien, afuera del Estadio Azteca habrá una feria descomunal donde se expondrán innumerables clases de tacos que no voy a enumerar aquí por falta de espacio. Recuerdo que hace algún tiempo, distintas instituciones culturales propusieron a la UNESCO elevar la comida mexicana a rango de patrimonio de la humanidad. Esto es en serio, no se trata de una vacilada. La propuesta fue rechazada de modo fulminante. Imagino el comentario de algún funcionario internacional del jurado:

-Los mexicanos son muy raros, pretenden que el colesterol, los triglicéridos y los lípidos sean un baluarte en el mundo entero.

Han sido injustos: ¿qué tienen contra el suadero y la tripa, la lengua y los sesos, la carne de puerco y la manteca? Supongo que los organizadores del Día del Taco pensaron que si el mundo desprecia nuestras fritangas, puertas adentro valoraremos con el alma nuestras tradiciones culinarias.

Aunque soy un conocedor y un apasionado del taco, me parece una exageración celebrar un día especial en honor, memoria y festejo de la existencia del taco. Sería raro que alguien dijera: Feliz día del taco. Además, se trata de un agasajo genérico que admite preguntas: ¿se refieren al taco en general o a un tipo en especial de taco? Al de maciza y al de bistec sólo los une la tortilla; al de ojo y al de chuleta los separa una tifoidea de pronóstico reservado.

He notado que el taco se ha aburguesado. Hace muchos años, una taquiza implicaba audacia y un estómago de olla de peltre, como jugar a la ruleta rusa. Pienso en una de esas taquerías con su foco detrás del cristal calentando los pellejos como si estuvieran en una incubadora. Quienes fatigamos (gran verbo) esos tendajones, logramos un sistema inmunológico de cemento armado. Los que comieron tres de lengua, dos de suadero, tres campechanos y dos de maciza en un solo envión podrían formar parte de un grupo que la revista Nature estudiaría con asombro:

-Tenemos aquí a 30 mexicanos que consumieron bombas de colesterol, enormes colonias de Entamoeba histolytica por centímetro cuadrado de grasa, caldos de cultivo de serias enfermedades grastrointestinales y aún siguen vivos.

No sé si los alemanes amanezcan con ganas de una salchicha de Francfort, o si los estadounidenses devoren una hamburguesa al despertar, pero en México se desayunan tacos. No me asombra, el desayuno nacional también incluye los chilaquiles, la burrita, la pancita, la barbacoa. Las grasas son una pasión nacional. Una buena pancita que no deja una capa en el paladar no es pancita. En el Eje Central, a las afueras del centro comercial Meave, vi a una mujer comerse ocho pastores a las 10 de la mañana. Pensé que se iba a derrumbar en el acto; al contrario, se despachó dos más con serenidad, como si comiera papaya y pan tostado. Es verdad que el taco nos ha puesto a la cabeza de las naciones, pero ahora le llaman taco a cualquier cosa que se envuelva en una tortilla. Al aburguesamiento del taco hay que añadir la pérdida del rigor. Por eso prefiero el sope, estadio superior del taco. Me uniría al Día del Sope sin dudarlo. No he oído a nadie comerse antes de la comida un sope de sal. Además, sólo hay dos tipos, verde o rojo, y sus variaciones no van más allá del huarache o del tlacoyo, que es como un sope embozado.

El Día del Taco me ha puesto melancólico. Soy como un general retirado después de sobrevivir a cruentas batallas. Alguna vez, al cabo de varias rondas en una cantina, me comí 20 pastores y me fui a dormir sin sobresalto alguno.

En la actualidad, cuando alguien me invita a comer unos tacos en la madrugada, me dan sudores y calosfríos. Si no traigo Losec o Melox Plus, me niego con rotundidad. Los únicos tacos que podría comer en la noche serían de Peptobismol. La última vez jugué mi destino en dos de bistec, un pastor, dos nopales asados y una cerveza Indio. Esto no puede hacerle daño a nadie, pensé. Cuando llegué a la casa previne cualquier disturbio con un Espaven Enzimático, muy noble, les aseguro que no tiene contraindicaciones. A las dos de la madrugada caminaba por el pasillo convencido de que me daría una embolia. Eché toda la carne al asador y recurrí al bicarbonato. Olvidé los infartos cerebrales con la convicción de que se me habían paralizado los dos intestinos. Me tendí en un sillón reclinable a rezar. A la mañana siguiente denuncié a la taquería con una frase lapidaria: algo me cayó mal. El Día del Taco, mecachis.



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