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Crónicas neuróticas | Rafael Pérez Gay

No me voy a dar por mal servido

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Lunes 12 de febrero de 2007

No me voy a dar por mal servido

Viernes, 3:30 pm. En México hay varios monopolios compactos como la roca: el de las televisoras, el de Slim, el de Maseca y el de Timoteo y los valet parking que controlan con rigor militar los lugares de estacionamiento en las calles de la colonia Condesa. Ya he contado en este espacio de Timoteo y los suyos, un grupo de lavacoches que se adueñó del camellón que está frente a la casa, convirtiéndolo en un espacio privado. Dan y quitan lugares para aparcar los coches, lavan y pulen con obsesión profesional techos y cofres, la mesa de su comedor es la cajuela de un viejo Impala que ha sobrevivido a las devastaciones del tiempo, la energía eléctrica la toman de un poste del alumbrado público, la recámara principal es el asiento trasero del Impala; las otras dos, más pequeñas son los dos asientos delanteros. No he averiguado dónde queda el baño, pero pronto tendré noticias. Sigo investigando. El punto es que los amigos que nos visitan han sufrido ataques neuróticos, cataclismos morales, catástrofes interiores, porque no encuentran un lugar para estacionar el coche. Invité a una comida. En casa esperamos con un tequila. Leí el periódico y nada:

-Qué impuntualidad -dije mientras me servía el tercer trago.

Sonó el teléfono. Una voz desesperada:

-Llevo media hora dando vueltas por la colonia, no hay un maldito lugar dónde estacionar, mejor me voy.

-No te preocupes, aquí te esperamos -mentí mientras nos servían la sopa.

En efecto, en la colonia Condesa suelen verse escenas dantescas, personas que se tiran de los pelos, seres dispuestos a todo con tal de ganarle a un valet parking un espacio vacío. A mí me parece que la instalación de parquímetros podría solucionar más o menos el problema, pero los vecinos de la Condesa se oponen; la verdad, no entiendo a los vecinos, si se reparan los camellones y los parques, no les gusta, si se ponen nuevos semáforos, tampoco, en fin, todo mal.

Mi amigo aparcó su coche a 10 cuadras de mi casa. Llegó sudando, con el saco en el brazo y la corbata floja:

-Si me hubieras invitado a comer en Toluca habría llegado antes. ¿Y ese ruido? -me pregunta mientras la soldadura autógena fija hierros para el resto de la vida.

-Son las obras del edificio de la esquina -le contesto bajo el motín de los decibeles.

-Parece que vives en una fábrica automotriz.

No hago caso, pero sé que tiene razón. Desde hace meses rehacen un edificio de departamentos a media cuadra de la casa. Antes soportaba bien el ruido, pero he desarrollado una extraña sensibilidad al estruendo. Debe ser la edad.

Viernes, 6:30 pm. Engrandecido por los tragos salgo a la calle y busco a Timoteo. Lo llamo. Lo veo acercarse con sus botas de hule hasta las rodillas, su figura tiene algo de militar en campaña:

-Timoteo, necesito que todos los días me guardes tres lugares para las personas que vienen a la casa -le ordeno como si yo fuera el lavacoches en jefe de la zona y remato con esta frase: -No me voy a dar por mal servido.

-Pierda cuidado, jefe. También los podemos lavar, usté nomás dice y listo, ya sabe.

La vida ha mejorado gracias a Timoteo. La verdad es que ha cumplido cabalmente su promesa. Cuando invitamos a la casa, antes que nada pedimos pregunten por él:

-¿Quién es Timoteo, tu mayordomo? -se burlan mis amigos.

-Es alguien mucho más importante que un mayordomo, se trata de un acaparador de lugares de estacionamiento en plena vía pública.

-Entonces sí es muy importante -me responden convencidos del lugar de privilegio que Timoteo ocupa en nuestras vidas.

En honor a la verdad, no me he dado por mal servido. A veces le doy los 50, los 60 pesos, nada fijo para no establecer con él una relación laboral que pudiera implicar responsabilidad jurídica. Una cosa es cierta, los coches de mis amigos y el mío están más seguros con Timoteo y los suyos que en mi propia cochera. Quien estuvo a punto de pisar un trampa fue Santos, el portero del edificio de enfrente. Un día uno de los de Timoteo quiso venderle una computadora. Me lo dijo Santos:

-Me venden los de Timoteo una compu en mil pesos.

-Ni se te ocurra, Santos. Compras robado y te vas directo al reclusorio -yo estaba más espantado que él.

-Ni Dios lo quiera -me respondió Santos.

Fue así como en tres horas puse mi grano de arena para fortalecer un monopolio y, mediante un paquete de azares, me vi envuelto en la red de corrupción urbana que gobierna nuestras calles. Me cae bien Timo.



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