Arrigo Coen, gran maestro
Domingo 21 de enero de 2007
Un hombre integrado a la cultura, a la enseñanza y a la defensa entusiasta y gozosa del idioma español.
Todo un personaje que manifestaba su talento versátil, lo mismo como escritor que en el campo del periodismo y la publicidad, pero de modo fundamental como divulgador del buen hablar y el mejor escribir.
Sí, me refiero al gran Arrigo Coen, que lamentablemente se fue con el inicio del año, pero que para nuestra fortuna nos legó su buen ejemplo como lingüista y ser humano.
Así, nos deja sus libros El lenguaje que usted habla (1948) y Para saber lo que se dice, volúmenes I y II (1986 y 1992). Pero nos hereda, sobre todo, su pasión por la vida y su bonhomía.
Aun cuando yo no tuve la oportunidad de establecer un trato frecuente con el maestro Arrigo Coen, he tenido el gusto de cultivar una buena amistad tanto con su hijo Arnaldo, destacado colega, como con Lourdes Sosa, esposa de éste, reconocida galerista y promotora del arte. Y desde luego siempre recuerdo a su otra hija, Alda Cohen, quien partió hace ya algunos años. Para ellos mi estimación y mi más sentido pésame por tan lamentable deceso de un gran mexicano.
Aún tengo muy presente una comida años atrás en el tradicional Danubio, donde lo vi ingerir unos langostinos con un enorme apetito, deleite y elegancia, como pocas veces se aprecia en un comensal.
Y destaco el adjetivo mexicano, porque si bien Arrigo nació en Italia -el 10 de mayo de 1913, hijo de padre italiano y de la famosa mezzosoprano duranguense Fanny Anitúa-, llegó a México a los ocho años de edad y, al parecer, desde entonces se enamoró de nuestro país, al grado que se naturalizó mexicano en 1940. Pero, sobre todo, como él mismo reconocía, se enamoró de nuestra lengua, que comenzó a estudiar con denuedo desde los 11 años de edad.
Enemigo de la solemnidad, su principal deleite era compartir sus amplísimos conocimientos con quien pudiera requerirlo, siempre con sencillez y buen humor, ajeno por completo a los estiramientos académicos. De ahí que una de sus principales actividades en los últimos lustros fuera su sección semanal, Redención de Significados, en Radio Monitor, donde desde hace 14 años despejaba, cada sábado, las dudas de los radioescuchas y daba sabrosas lecciones sobre el correcto uso del idioma.
Quienes eran beneficiarios de su sabiduría se sorprendían al enterarse de que don Arrigo fue un autodidacta.
Él comenzó como redactor de monografías turísticas y llegó a ser jefe de redactores en diversas agencias de publicidad nacionales e internacionales.
Su vocación por la divulgación del buen uso de la lengua se reveló en la década de los años 70 a través de la sección Sopa de Letras del famoso programa sabatino de Jorge Saldaña, que se transmitía a través del canal 13.
También fue colaborador de Excélsior y, en fecha más reciente, de Diario Monitor.
En su tránsito por las redacciones de los periódicos, cabinas de radio, agencias de publicidad y oficinas públicas donde laboró, siempre tenía a flor de labios el comentario sabio y culto, que acompañaba con una atenta y cordial sonrisa.
Como dijera Ernesto de la Peña -otro hombre de palabra certera- en el prólogo del primer volumen de Para saber lo que se dice:
"Arrigo oficia su ya largo sacerdocio de dedicación y entrega a las faenas lingüísticas provisto de dos enjundiosas virtudes que, para fortuna suya y deleite de sus amigos, se distribuyen y cumplen dentro del lindero afectivo: el arte de vivir y compartir el goce de la vida y la abstrusa prestidigitación del buen decir."
Todos los que lo conocieron de cerca coinciden en afirmar que don Arrigo era un amante de la buena lectura, de la buena comida y de la buena música. Un hombre sabio, que amaba la vida y, en congruencia con ello, le transmitía esa sabiduría -el deseo de vivir, disfrutar y compartir- a quienes le rodeaban.
*Pintora
enlachapa@prodigy.net.mx
www.marthachapa.net


