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Crónicas neuróticas | Rafael Pérez Gay

Breve recuerdo del progreso urbano



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El más antiguo regente de la ciudad de México del que conservo algún recuerdo es Ernesto P

Lunes 09 de octubre de 2006

Breve recuerdo del progreso urbano

El más antiguo regente de la ciudad de México del que conservo algún recuerdo es Ernesto P. Uruchurtu. Cuando pienso en él aparecen en mi memoria zanjas, cascajo, puentes de madera, pleitos políticos y la voz de mi madre:

Deberíamos mudarnos a San Juan Aragón. Allá todo es nuevo y más barato.

En la casa se hablaba de Uruchurtu como de un gigante invencible. El Regente de Hierro transformó a la ciudad, clausuró la noche mexicana, cerró cientos de cabarés, y confinó a la prostitución a los límites oscuros de la clandestinidad con una extraña obsesión por la decencia. En mi memoria, Uruchurtu es el último político de quien se hablaba en las sobremesas con la admiración que sólo imponen los autoritarios. Sus obras al frente del Departamento del Distrito Federal provocaban miedo y entusiasmo en mis padres. No sólo en ellos despertaba adhesiones este influyente político priísta, tres presidentes de la República se interesaron en él para gobernar la ciudad. Desde 1952 hasta 1966 ocupó la jefatura del Departamento del Distrito Federal. Lo nombró Adolfo Ruiz Cortines, lo ratificó Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz lo mantuvo durante dos años en su gabinete.

En uno de mis más viejos recuerdos veo una larga hilera de edificios, uno tras otro, horribles, inaugurados en un gran acto por López Mateos y Uruchurtu. Se trataba del futuro de la ciudad: San Juan Aragón, enclavado por el rumbo del Peñón de los Baños. Era el año de 1964. Las fotografías de los departamentos de falsos lujos y apretadas comodidades, los flamantes centros médicos, los campos deportivos, las escuelas, las avenidas anchas y desiertas entusiasmaron a mi madre. Me aterré ante la posibilidad de mudarnos al fin del mundo. Mi padre lo consideró un tiempo y al final se negó. Nos quedamos a vivir en la avenida Nuevo León en un amplio y soleado departamento cuyo único defecto consistía en que por las noches quedaba en tinieblas, nos habían cortado la luz y retirado el medidor. En ese tiempo nuestra familia cambió tanto como la ciudad de México. Apenas doce años antes, durante su primera gestión, Uruchurtu concibió un plan general de alumbrado público. En 1952 la luz pública iluminó las calles de Oaxaca, Nuevo León y Benjamín Franklin con focos incandescentes. Por ese tiempo, Nonoalco Tlatelolco se convirtió en punto de referencia del crecimiento y el progreso del Distrito Federal. En 1960 se inauguró la primera vía rápida, la calzada de Tlalpan, desde Fray Servando hasta Ermita Iztapalapa. Un año después, López Mateos celebró la creación del primer tramo del Anillo Periférico en un acto al que asistieron su secretario de Gobernación, Díaz Ordaz, y el jefe del Departamento, el licenciado Uruchurtu; en 1963 se estrenó la avenida Río Churubusco, en la ciudad circulaban 180 mil coches particulares y cuatro mil automóviles oficiales, 8 mil camiones de pasajeros y trece mil taxis. La capital tenía entonces cinco millones de habitantes.

Por una trampa de la memoria, asocio al Regente de Hierro con el box: el 24 de mayo de 1965, frente a una televisión Admiral blanco y negro, vimos al campeón mundial de los pesos completos, Cassius Clay, defender su título contra el ex campeón Sonny Liston. En el primer asalto el vendaval de Clay abatió a Liston, un minuto después de iniciada la contienda, con una derecha corta a la mandíbula. Por primera vez oí la palabra tongazo. Hasta la fecha mi padre asegura que esa pelea estuvo arreglada. Hazme caso, Liston vendió la pelea afirma mi padre con ese extraño don que tienen los viejos para hablar del pasado remoto como si ocurriera en el presente.

También decía que las obras de Uruchurtu estaban arregladas; es decir, grandes realizaciones urbanas con las cuales el jefe del Departamento y su grupo político se enriquecieron. Fue la primera vez que escuché la palabra corrupción:

Se han hecho multimillonarios alumbrando la ciudad y entubando ríos para construir el Viaducto y el Periférico. Son ladrones, corruptos, se han hinchado de ganar dinero.

Unidades habitacionales en los confines de la ciudad, largas vías rápidas donde antes hubo ríos, una pelea de box arreglada y unos ladrones robándose el dinero del erario público, éstas son las coordenadas con que evoco los últimos años del Regente. Una noche del año de 1966, mi padre nos dio la primicia mientras empuñaba las Últimas Noticias:

Renunció Uruchurtu. Es un bandido.

El Regente de Hierro había ordenado arrasar más de mil casas en el Pedregal de Santa Úrsula, colonia Ajusco, para devolverle al Departamento del Distrito Federal una pedrera donde los colonos fincaron comprando terrenos a 12 pesos. Un zafarrancho. La Cámara de Diputados ordenó investigar. El 15 de septiembre de 1966, Uruchurtu le presentó su renuncia a Díaz Ordaz en un comunicado que los diarios entrecomillaron así: "Por las razones que me permití expresar a usted verbalmente, he decidido presentar, como lo hago por medio de este pliego, mi renuncia al referido cargo de Jefe del Departamento del Distrito Federal". Una parte de la historia de la ciudad terminaba con un texto incomprensible.

Unos meses después, en junio de 1967, el sucesor de Uruchurtu, Alfonso Corona del Rosal accionaba el interruptor de la compresora que puso en movimiento los taladros neumáticos para romper el asfalto de la avenida Chapultepec y Bucareli. Empezaba la construcción de los dos primeros tramos de la línea uno del Metro. Más zanjas, más cascajo. La escuela donde cursé la primaria estaba en la avenida Chapultepec y la devoró el Metro, los coches circulan ahora en donde estaba mi pupitre y mi salón de clases. Nos mudamos a la calle de Puebla a un primer piso improvisado como aula por la Secretaría de Educación Pública. No me importó, cualquier cosa era mejor que mudarse a San Juan Aragón. Por un pelo del azar me libré del progreso urbano, del futuro prometedor del Peñón de los Baños.



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