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La voz invitada | Emmanuel Carballo

Cárdenas Peña, poeta de la soledad y el desamparo

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Miércoles 23 de agosto de 2006

Cárdenas Peña, poeta de la soledad y el desamparo

José Cárdenas Peña nació en el pueblo de San Diego de la Unión, Guanajuato, el 17 de marzo de 1918.

Alrededor de los 20 años se trasladó a la ciudad de México: corrían los tiempos en que Octavio G. Barreda animaba con generosidad y sentido crítico nuestra literatura todavía pueblerina.

En una de sus revistas, Letras de México recogió los primeros poemas de Cárdenas Peña. En ellos, el futuro poeta registra sus vivencias casi recién nacidas. Son poemas de asombro y, también, de tristeza: quizá la única amiga a la que siguió queriendo toda la vida. A las de carne y hueso las borró muy temprano de su mapa afectivo.

En la capital, José conoció a los que serían sus amigos de toda la vida: Alí Chumacero y José Luis Martínez. (Si estos dos escritores y Cárdenas Peña nacieron el mismo año, la relación entre ellos y él fue siempre la de maestros frente a discípulo.) Su incultura provinciana halló en la sabiduría de sus amigos adecuado contrapeso.

Los dos primeros libros: Sueño de sombras (1940) y Llanto subterráneo (1945) dan a conocer los motivos a los que José volvería, con mayor hondura y pericia, a lo largo de su vida como poeta. Ellos son: el amor (como tentativa más que como acto consumado), la muerte (que se palpa en sus poemas como algo inminente), la soledad, el dolor (físico y metafísico) y el desamparo. En un soneto a la Virgen María resume la temática de sus poemas:

No hay soledad más grande que esta fría/ juventud de mi vida en el cielo muerto;/ señora del Amor, por tu concierto,/ dame un solo minuto de alegría.

Poeta joven "de porvenir", tocó la puerta de la diplomacia y ésta lo hizo suyo, dándole un lugar entre sus soldados rasos. Representó a México en Sudamérica y Europa. Conoció Buenos Aires, París, Roma y Lisboa. En el Río de la Plata apareció su tercer libro, La ciudad de los pájaros (1947). A París, Lisboa e Italia como país debe varios de sus mejores poemas.

Desde niño, Cárdenas Peña padeció una enfermedad terrible (en la columna vertebral) que le impedía los goces fundamentales de la vida. José, El Jorobadito, supo llevar su existencia con tal valor que su ejemplo admiraba a todos los que le conocíamos. A principios de los años 50 se hizo famosa una frase suya, frase en la que se burlaba de los "falsos valores" y de su propia deformidad física: "Si Pita Amor es Sor Juana Inés de la Cruz, yo soy Juan Ruiz de Alarcón". La burla y el humor (higiene cotidiana) le apartaron del resentimiento y la amargura.

Enamorado de la belleza, de la belleza masculina, quemó sus días menos ingratos en la admiración platónica de los cuerpos jóvenes. Contemplar la hermosura física, escribir lenta y sensualmente sus poemas, dialogar consigo mismo en hoteles baratos y camas de hospital público constituyeron, quizá, las tres actividades fundamentales de su vida.

En Conversación amorosa (1950); en Retama del olvido (1954), dedicada "a la memoria de Giacomo Leopardi", y en Los contados días (1964), se encuentran sus poemas más personales y significativos.

Cárdenas Peña huyó tanto de ciertas "novedades" que acaban en el cuarto de los objetos inservibles como de los elogios gratuitos que nacen y mueren en la reducida esfera que los produjo, la capilla literaria. Poeta solitario y más o menos tradicional, hizo de sus poemas un riguroso método de conocimiento. Se sirvió de la poesía para conocerse a sí mismo, para entender el mundo del más allá, mundo en el que, como católico practicante, creyó desde niño. (Al mundo del más acá, que fue tan poco generoso con él, prefirió guardarlo bajo siete llaves en el ropero de su casa infantil, la única casa que conoció en sus 55 años de vida.) Como escritos en el agua, sus poemas son transparentes. A la adversidad opone el amor de la vida. Algunos de ellos quizá permanezcan en la historia de nuestra poesía.

José Cárdenas Peña murió en San Diego de la Unión, el 10 de septiembre de 1963. Murió en su pueblo, que sólo tuvo para él infortunios y malas caras.

Cárdenas Peña es un excelente poeta de segunda o tercera fila. Su obra le da la razón a una manera de mirar la lírica mexicana: es un poeta fino y sutil, como gustaban decir de muchos de nuestros poetas menores Luis G. Urbina, Pedro Henríquez Ureña y, entre los críticos menos viejos, Antonio Castro Leal.

* Crítico literario



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