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La voz invitada | Emmanuel Carballo

María Enriqueta y la poesía autobiográfica

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A los 22 años publicó su primer texto

Miércoles 16 de agosto de 2006

María Enriqueta y la poesía autobiográfica

A los 96 años, en 1968, y en la ciudad de México, murió María Enriqueta Camarillo y Roa de Pereyra; había nacido en el pueblo de Coatepec, Veracruz, en 1872.

A los 22 años publicó su primer texto. Meses después da a conocer un cuento en la Revista Azul, de Gutiérrez Nájera y Díaz Dufoo. De allí en adelante fue convirtiéndose poco a poco en una de los escritoras más conocidas y apreciadas del país.

Desde la primera década del siglo vive en Europa en compañía de su esposo, el historiador coahuilense Carlos Pereyra, quien sirve como diplomático en el gobierno del general Díaz. Al triunfo de la Revolución el matrimonio (supongo que don Carlos es obligado a abandonar el empleo) decide quedarse a vivir indefinidamente en el exilio. Después de visitar varios países, se instala en España. Allí permanece María Enriqueta hasta 1942, año en que muere su esposo y ella, sola, de 72 años y con el peso a cuestas de las ideas derechistas que le sirvieron de atmósfera desde antes de 1936 (año en que principia la Guerra Civil española), decide regresar a México.

Los años españoles de la poetisa son los mas fecundos de su obra, y también los más festejados de su vida. El momento supremo de la fama puede localizarse en los años 20, década en que, asimismo, produce los libros más hermosos de su bibliografía. En ese entonces se le quiere y respeta por sus colecciones de poemas, por sus cuentos y novelas. por sus ambiguos y minuciosos textos de memorias y por sus admirables textos de lectura para los niños. En los cinco tomos de Rosas de la infancia aprendieron a leer y a gozar la literatura cientos de miles de niños mexicanos. Hoy su obra da la impresión de no haber sido escrita: apenas se le menciona y sus títulos más significativos se encuentran agotados, no de ayer, sino desde hace mucho tiempo.

La María Enriqueta de los años de gloria se me figura, si se salva la distancia artística que los separa, una especie de Enrique González Martínez femenino: una mujer-artista estoica y, por tanto, desencantada, que pese a todo cree en el amor (aunque éste no se realice en la unión del amado y la amada, sino en el momento en que ella recuerda al hombre que supo comprenderla) y que, por estas razones, supone que el dolor es más importante que la alegría, la pérdida que la posesión. Su mundo es ascético, rememorante y, se me ocurre ahora, enemigo del cuerpo, aunque no de las voluptuosidades del espíritu. Además, su mundo tiene mucho de moralizante y no poco de la pretendida hondura con que escriben los profesores de filosofía. En repetidas ocasiones su verso y prosa sirven dócilmente de instrumentos propagandísticos de una moral impositiva, cruel y, aunque nadie lo crea, erótica a fuerza de negar a cada instante las satisfacciones primarias del ser humano.

González Martínez traza esta semblanza de la autora: "María era muy simpática, un estuche de monerías. Amable, cordial, pianista nada vulgar, pintora y bordadora, era además mujer de muy buen trato. Recibía una vez por semana, creo que los miércoles". El retrato no sólo describe las cualidades de María Enriqueta, sino que fija también su actitud ante la sociedad en que vivía, la que demostraba una absoluta falta de respeto por los derechos de la mujer. La vida, los puntos de vista y la obra de María Enriqueta fueron revolucionarios, a partir de su matrimonio, si se tiene en cuenta las normas de conducta del México porfirista.

Es casi seguro que ella fue la primera mujer que en nuestro siglo XX tuvo conciencia de su ser independiente, de su sexo (pese a que constantemente lo esconde o lo disfraza), de su libre capacidad de amar y referir por escrito las cuitas y satisfacciones producidas por esta terrible enfermedad.

En su poemas de amor se encuentra el germen de la poesía amorosa femenina del siglo XX en México, y quizás en la América española. En su poesía se hallan asimismo las semillas del dolor, la tristeza y algo parecido a la angustia existencial que después darán frutos en los textos de algunas mujeres que escriben versos autobiográficos.



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