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Con ojo de Gourmand | César Calderón

Churros en pleno centro de la ciudad de Morelia


Agustinos, como le dicen todos, es una churrería como las que se extrañan en la ciudad de México

Viernes 21 de julio de 2006

Churros en pleno centro de la ciudad de Morelia

El Mesón Agustinos es una referencia obligada cuando se habla de comida tradicional michoacana, en pleno corazón de la colonial Morelia, y no porque su carta desparrame todas y cada una de las opciones gastronómicas de la región. No ofrece los charales de Pátzcuaro, por ejemplo, ni todas esas formas de preparar las truchas tan solicitadas en la región. Tampoco hay carnitas importadas de Quiroga y los chongos zamoranos de aquí, no son de Zamora, son de lata.

Agustinos, como le dicen todos, es una churrería como las que se extrañan en la ciudad de México. El poder de atracción que genera un churro es impresionante. Colmado de azúcar que raspa los labios y llena el olfato de aromas a canela, para luego contagiar de entusiasmo a los dientes, que desgarran la masa dorada con tronidos.

El sitio que tiene pinta de gran restaurante mexicano, muy estilizado, y tanto que se pierde en el intento, es el centro del centro citadino de los churros y abre desde las ocho de la mañana hasta casi la media noche. La catedral le queda a unos metros, así que si llega a la zona tarde que temprano se topará con él.

El chocolate

No menos importante que los churros, me olvidé decir, en un ensayo demasiado azucarado, hay quien los pide cubiertos de cajeta, leche condensada azucarada y chocolate. La verdad es que no hace falta, sobre todo cuando el rito de engullirlos viene aparejado del efecto de beber una buena taza, sí, generosa, de chocolate de la casa.

Los chocolates de Agustinos son varios. El chocolate azteca, semi amargo, hervido en agua, y como los xocolátl compuestos por los españoles, enriquecido con azúcar, es una de las delicias. Para mí, uno, Agustino, amargo en leche y con el volumen de espesor justo. Hay otro especial con 0% de azúcar y chocolate moreliano, mucho más dulce y con leche. A la lista se suman atole y champurrado.

En el desayuno y en la cena llegan los tamales rojos, verdes y de dulce, pero no como los del centro sino un tanto más planos, frágiles y mojados. Las corundas son rechonchas, todas de masa y rociadas con una salsa picantota de jitomate, rajas y crema. Son buenas y engordantes y también vienen rellenas de carne de cerdo. Estos triángulos de masa fresca se sirven en todas partes de maneras muy diversas.

Los uchepos exhalan un aroma regional prendido de la masa y el elote. En Agustinos se acompañan de carne de cerdo y además de crema, salsa de tomate guisada. El sabor dulzón que establece un diálogo con el tomate ligeramente picoso y la crema como cortejo, abren un universo de sabores realmente grato. No en todos sitios los uchepos son iguales.

Enchiladas morelianas

Parece no haber cena en muchas partes de Michoacán, si no salen a relucir las enchiladas morelianas, enorme plato con tres o cuatro piezas saturadas de un adobo que las cubre todas. El sabor y la grasita causan adicción. Luego se cubren totalmente de zanahorias y papas medio fritas, y se depositan sobre una hoja de lechuga. La crema y el queso llegan según el gusto y las morelianas se distinguen de las placeras porque estas últimas llevan un gran trozo de pollo de guarnición.

La casa tiene otras enchiladas, rellenas de pollo y bañadas con una salsa verde especial. Pero para antojitos, el Mesón Agustinos se pinta solo, al ofrecer las petaconas gorditas de frijol, carne y papa y pozole rojo, además de sopes igualmente bien gordos, tostadas y quesadillas.

La carta se pone seria a la hora de la comida con ensaladas, caldos gordos, sopa tarasca y platos de carnes y pescados de buen sazón, entre los que destaca el famoso pollo con mole de la abuela.

Una visita al comedor de Agustinos es una ofensa a cualquier régimen dietético, pero una necesidad para conocer los sabores familiares al paladar del michoacano.



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