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Esquina Baja | Paco Ignacio Taibo I

El origen de las leyendas

Cuando se enteró que su columna se publicaría en la parte inferior izquierda de la página, Taibo recordó la frase usada por los camioneros: ...





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Por algo será que esta frase se me quedó dentro, y cuando no tengo en qué pensar, pienso en reinventar una nueva leyenda

Domingo 18 de junio de 2006

Un viejo profesor, al que yo casi había olvidado, me dijo una vez que el origen de las leyendas suele ser tan viejo que los hombres, para no olvidarlo, lo reinventan una y otra vez.

Por algo será que esta frase se me quedó dentro, y cuando no tengo en qué pensar, pienso en reinventar una nueva leyenda.

Pero esto es imposible, ya que las leyendas, por mucho que se repitan y se inventen, ya fueron inventadas por nuestros antepasados, entendiendo como tales a todos lo que nos precedieron.

Y bien sabemos la historia de Orfeo: un poeta que dejaba tan estupefactos a los animales con sus cantos que los leones quedaban boquiabiertos y los corderos se dormían embelesados.

La historia de Orfeo está tan llena de leyendas y contraleyendas que es imposible encontrar el hilo que pudiera llevarnos al ovillo.

Una de las partes más dramáticas de su legendaria vida cuenta que cuando supo que su amada Eurídice estaba confinada en los infiernos acudió a buscarla, pensando que su canto podría apaciguar a quienes la vigilaban, permitiéndole subirla a la superficie, en cuya cima estaba el reino de los cielos.

Orfeo supo que podría rescatar a Eurídice si conseguía sacarla sin mirarla ni una sola vez, pero el amor de Orfeo por Eurídice era tan intenso que no resistió la tentación y la miró. Los dueños del infierno tomaron a Eurídice por los pelos y lo volvieron a llevar a la espeluznante cueva.

Orfeo se quedó sin amada por haberla amado demasiado.

Más tarde, sé de buena tinta, Orfeo perdió su cabeza en una desgraciada aventura, y esta cabeza fue a parar a manos de un pastor que la conservó para sí y la guardó para que le cantara leyendas adormecedoras.

Sin embargo, Orfeo no murió a pesar de su angustia y de la ausencia de Eurídice. Se habla de un Orfeo que vive en una cueva en las cercanías del Pico de Orizaba.

Se habla también de que la cabeza del cantor está repartida entre otros muchos cantores que nos llenan de embeleso.

Yo creo que los poetas no deben mirar a sus amadas sino imaginarlas, ya que encontrar a tal belleza supondría enviarla, para siempre, a lo profundo de la realidad, es decir, al infierno.



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