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Libros y Otras Cosas | David Huerta

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Miércoles 12 de abril de 2006

Acerca del precio fijo

No siempre el Senado de la República falla tan miserablemente como ha fallado en días recientes. Un poco antes de aprobar la desastrosa ley de radio y televisión, otra ley, muy diferente de aquella, fue aprobada por los legisladores de la llamada Cámara Alta.

Hay que poner la aprobación de esa otra ley en el haber senatorial, en la lista de sus aciertos. Hablo aquí de la legislación librera en la que se incluye la reglamentación del precio único para los productos de la industria editorial. El precio fijo para los libros, dicho de una manera sencilla. Esa medida ha sido absurdamente reprobada por algunos comentaristas mal informados; la consideran una medida "populista", preanuncio del tipo de cosas que ocurrirían, dicen, si Andrés Manuel López Obrador llegara a la Presidencia de la República. Están equivocados: el precio fijo nada tiene que ver con el control de precios, como ellos creen. Es una medida que alienta el consumo de libros, fortalece el negocio librero y apoya la industria editorial; triple ganancia, y no nada más económica, sino de orden cultural. Aumenta, además, el acceso al libro y lo democratiza.

Si nada más prestamos atención a uno de estos tres indicadores, las librerías, salta a la vista que las cifras son de todo punto escandalosas. ¿Sabe usted cuántas librerías hay por habitante en algunos países? He aquí las cifras, que tomo de un documento enteramente confiable, presentado el año pasado, en un foro de editores, por Marcelo Uribe, de Ediciones Era: Argentina tiene una librería por cada 15 mil habitantes; España una por cada 12 mil; Alemania, una por cada 15 mil, Costa Rica, una por cada 27 mil. (Colombia, entre los países con problemas, cuenta con una librería por cada 167 mil de sus habitantes.) Pero México cuenta con una librería ¡por cada 250 mil de nuestros paisanos! Sí, leyó usted bien. España tiene una librería por cada 12 mil españoles; México, una librería por cada cuarto de millón de mexicanos. La situación es aún peor si tomamos en cuenta el tremendo centralismo. Algo hay que hacer. Una de las cosas que puede hacerse es establecer, como se ha promulgado en esa ley, el precio único para los libros.

Se empezó a oír por ahí que era "una medida contra la librería Gandhi". Falso: ese negocio librero apoya la medida. Insisto: la medida favorece el consumo de libros; los lectores o compradores de libros la apoyan naturalmente. Pero también fomenta la actividad de los libreros y por supuesto ayuda a los editores. Los beneficios deberán reflejarse, más temprano que tarde, en la elevación del nivel cultural de la población; me atrevería a decir que tiene alcances más concretos aun que las campañas emprendidas durante este sexenio en favor de la lectura, como la que se ampara en el lema "Hacia un país de lectores".

Por todo lo expuesto, debemos congratularnos de que esa ley haya sido aprobada en el Senado.



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