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La voz invitada | Emmanuel Carballo

Madame Calderón de la Barca

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Durante ese tiempo recorrieron, pese a la escasez y mal estado de los caminos, vasta porción de la República

Miércoles 01 de febrero de 2006

Madame Calderón de la Barca

Frances Erskine Inglis, escocesa trasplantada a Estados Unidos, llegó a México, por el puerto de Veracruz, acompañando a su esposo, Ángel Calderón de la Barca, primer ministro plenipotenciario de España en nuestro país. Arribaron el 18 de diciembre de 1839 y permanecieron aquí por espacio de 26 meses y 21 días.

Durante ese tiempo recorrieron, pese a la escasez y mal estado de los caminos, vasta porción de la República.

La mayor parte de sus juicios, impresiones y estados de ánimo se refieren a la ciudad de México y sus habitantes, desde los léperos hasta las familias de la aristocracia. Sin embargo, sus opiniones acerca de tipos y costumbres de Veracruz, Xalapa, Puebla, Toluca, Morelia, Pátzcuaro, Uruapan y de pequeños pueblos y haciendas del hoy Distrito Federal y el estado de Morelos asombran por su exactitud: no son desdeñables desde ningún punto de vista.

Una frase suya ilustra sus propósitos como escritora: "Cuanto ser humano, cuantas cosas que se ven al pasar son, por sí solos, si no un cuadro, cuando menos un excelente pretexto para el lápiz". Y así es, la señora Calderón de la Barca dibuja y pinta al poner en juego las palabras. En algunas de sus páginas practica el lenguaje de la caricatura; en otras, el del boceto, el de la acuarela, el de aguafuerte y quizá, en momentos (muy pocos), el del óleo. Compone sus cartas como un pintor sus telas y papeles. Tal vez algún crítico exagerado diría, llevando el símil a sus últimas consecuencias, que La vida en México es un abigarrado mural que describe la vida del país en los primeros años de nuestra vida independiente.

De la minuciosa y abundante correspondencia que sostuvo con su familia, que residía en Boston, seleccionó 45 cartas, las que, prolongadas por el historiador William H. Precott, aparecieron en forma de libro en Estados Unidos (1843) y después, con diferencia de meses, en Inglaterra. La primera edición íntegra en español data de 1920. El libro ha corrido mejor fortuna en su traducción al castellano (como es obvio) que en su original lengua inglesa.

Entre nosotros provocó, aún no seca del todo la tinta, escasas pero entendibles censuras. Martínez de Castro llama a la autora "correveidile" y considera una profanación compararla con Madame de Stäel, juicio que comparto. Payno cree que se burla de Guadalupe Victoria, que "no respeta sus venerables canas, nacidas enmedio de los combates y del fragor de la metralla". (La señora Calderón de la Barca pinta así al primer presidente de México: "Hombre sencillo, bien intencionado y sin cultura, valeroso y paciente". Payno exagera). Altamirano se refiere a ella en dos ocasiones: en una dice que nos ha calumniado, en otra, le aplica estos dos adjetivos: apasionada y burlesca.

Como es natural, los elogios llegarán años después. El mayor de ellos se debe a Manuel Toussaint: "Ningún tiempo -escribe-, ha hecho una descripción más detallada y más sugestiva de nuestro país".

El libro de la señora Calderón de la Barca ha envejecido en ciertos aspectos. Perdió vigencia en lo que tiene de prestado, de asimilado, de plagiado (en ciertas cartas transcribe párrafos enteros de Clavijero, Humboldt, Zavala, Mora, de revistas y calendarios). Lo que no envejece, lo que tiene aún actualidad son las cartas en las que no transcurre y sí observa, en las que se deja llevar por sus juicios y prejuicios, por la razón y el apasionamiento.

Alguien dijo que la señora Calderón sólo describía futesas. Y es verdad, tal es su método. Parte de las fruslerías que la rodean, de la realidad inmediata y las trasciende, desentraña su significado. Habla, por ejemplo de la desmedida afición de las mexicanas por las joyas, de un collar cuyo precio sobrepasa los 100 mil pesos. Líneas más abajo agrega: "son enormes los capitales que se han tragado los diamantes y las vajillas en este país..." Concluye: "mala señal para el estado de los negocios".

Otra nadería: "La juventud dispone de tan pocas oportunidades de reunirse que los matrimonios deben concertarse en el cielo, porque no veo la manera de que se lleven a cabo en la tierra". En cierta novela de uno de nuestros románticos, Florencio M. del Castillo, los protagonistas esperan desposarse en el más allá, aburridos por los obstáculos con que tropiezan y les impiden ser felices en este mundo. No sólo los seres de papel, sino también los de carne y hueso, confirnman la observación de la señora Calderón de la Barca.

Este método que usa le permite incurrir sin tropiezos en el terreno pantanoso de la psicología de los pueblos: sus observaciones sobre frailes y monjas, sobre obispos de la ciudad de México, sobre señoritas y señoras de sociedad, sobre políticos y generales, sobre artesanos y sirvientes domésticos, sobre citadinos y provincianos aún no caducan del todo.

El libro es delicioso, sugestivo y un tanto paternalista debido al temperamento colonial de la autora.



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