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La Voz Invitada | Emmanuel Carballo

La crónica y la historia novelada



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Luis G. Urbina (1864-1934) escribió que la crónica "es un juego vivaz de la fantasía que toma los hechos reales y hace con ellos breves y multicolores pirotecnias, fuentes maravillosas, luminosos fuegos de artificio, mágicas y giratorias geometría...

Miércoles 29 de junio de 2005

La crónica y la historia novelada


Luis G. Urbina (1864-1934) escribió que la crónica "es un juego vivaz de la fantasía que toma los hechos reales y hace con ellos breves y multicolores pirotecnias, fuentes maravillosas, luminosos fuegos de artificio, mágicas y giratorias geometrías. El cronista es un narrador: más que copiar con exactitud la verdad, se recrea en darle amenidad y ligereza. Enfoca y reconstruye la vida a la manera del novelista. Y es ese su atractivo, y es, al mismo tiempo, su debilidad, su flaqueza. Escanciar el vino en vasos relucientes, pero frágiles, es peligroso. El fracaso es inminente.

"Mas ¡qué íntimo goce salir airoso de prueba tan delicada y tan fútil a la vez! Entretener a un grupo de personas que buscan distracción en ver cruzar la cabalgata de imágenes ataviadas con los áureos brocados de las voces; retener las miradas y la curiosidad de los amigos y aficionados y darles la impresión de un efímero encantamiento, de una improvisada lluvia de estrellas".

En otra ocasión, y sobre el mismo tema, llegó a decir que lo que el cronista busca es entretener la imaginación, divertir la mirada, esfumar con tenues y apacibles tintas los duros perfiles de la realidad y, de ser posible, sugerir pensamientos de elevación y profundidad. Para seducir sin fatigar, la crónica debe de tener apariencia frívola e inconsistente.

Urbina cronista cumple los fines que propone Urbina teórico de la crónica. Parte del suceso cotidiano, dice Carrie Odell Muntz. Y con levedad salta a lo general y a lo básico, a reflexiones originales y a nuevos puntos de vista. Su prosa es flexible, fluida, graciosa. Como cree que la crónica es personal, adopta la forma de una conversación con el lector, al que a veces habla directamente. En la crónica, Urbina sigue a Gutiérrez Nájera: como las de su maestro sus crónicas son fluidas y fáciles, aunque menos vivaces y brillantes. En tanto que el Duque Job se conduele de la pobreza y el desamparo, el Viejecito hace suya la miseria y el abandono: muda de piel y de ánimo y cierra filas con los desposeídos.

Luis González Obregón (1865-1938), afirma González Peña, creó una manera muy personal y muy suya de tratar la historia. En sus manos, ésta sale de la frialdad y monotonía de los relatos eruditos para convertirse en materia plácida y familiar asequible a todos. Diríase que se detiene ante cosas, personajes y acontecimientos frente a los cuales pasaron antes, ciegos o indiferentes, los historiadores a la usanza tradicional. Consagra su atención a reconstruir, con todos sus menudos y cautivadores detalles, en la crónica alada y fácil la vida de antaño; al darle color e intención literaria, González Obregón populariza la historia.

En obras como México viejo y anecdótico, Las calles de México y La vida en México en 1810, don Luis sienta las bases de lo que será, algunas décadas más tarde, la moda colonialista, en la que destacaría su discípulo Artemio del Valle-Arizpe. La crónica histórica de González Obregón, como las tradiciones de Ricardo Palma, mezcla la verdad y la fantasía, la realidad certificada y la hipótesis: es una recreación emotiva del pasado colonial, chispeante y llena de luz.

"En fuerza de devorar libros señala Luis G. Urbina, de estudiar manuscritos, de oír consejas, de desentrañar fábulas, de ver piedras, de sentir ambientes, ha hecho las más deliciosas crónicas, los cuentos más exquisitos, las narraciones más interesantes; en Luis González Obregón se da el caso poco frecuente de que el poeta acompañe y ayude, de buen grado, al erudito".

Crítico literario.

www.correo.unam.mx



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