La poesía galardonada de Marco Antonio Campos
Domingo 12 de junio de 2005
En los primeros días de este mes, se dio a conocer, en Madrid, que el Premio de Poesía Casa de América 2005 fue concedido a Marco Antonio Campos, poeta mexicano nacido en la ciudad de México en 1949, y quien desde hace más de tres décadas ha venido realizando una sólida obra que abarca, además de la poesía, la narrativa, el ensayo y la crítica literaria.
Este premio, que concede anualmente la Editorial Visor, fue otorgado en esta ocasión al libro Viernes en Jerusalén por un jurado que presidió el poeta español José Manuel Caballero Bonald, y que hubo de deliberar sobre más de 400 libros enviados al concurso. Cuando el libro comience a circular, seguramente estaremos ante un volumen digno de la evolución y el desarrollo líricos de quien, desde su primer libro de poemas, Muertos y disfraces , publicado en 1974, nos entregó páginas memorables.
En aquel volumen de hace 31 años, dedicado a Alí y Lourdes Chumacero, Marco Antonio Campos plasmó, en la primera página, su fe poética, joven y a la vez madura, precoz en su ironía y en su pleno conocimiento del hecho poético. Escribió: "Las páginas no sirven./ La poesía no cambia/ sino la forma de una página, la emoción,/ una meditación ya tan gastada./ Pero en concreto, señores, nada cambia./ En concreto, cristianos,/ no cambia una cruz a nuevos montes,/ no arranca, alemanes,/ la vergüenza de un tiempo y de su crisis,/ no le quita, marxistas,/ el pan de la boca al millonario./ La poesía no hace nada./ Y yo escribo estas páginas sabiéndolo".
En 1997, Campos publicó su Poesía reunida (México, UAMUniversidad de Guanajuato-El Tucán de Virginia), que abarcó su producción de 1970 a 1996. Varios años antes, en 1981, había publicado el antecedente recopilatorio Hojas de los años (México, Premiá), en donde incorpora también su colección de poemas juveniles (1969-1971) que apareció con el título Los naipes del perro.
Ernesto Mejía Sánchez no se equivocó ni un ápice cuando en uno de sus poemas en prosa, que luego pasaría a formar parte de su libro Estelas/Homenajes, diagnosticó y profetizó: "Marco Antonio Campos es un poeta ya es bastante; pero también un poeta culto, lo que es más peligroso y menos poético, según algunos asnos con letras, pues que lo quisieran intonso, zafio y tocando toda la lira por casualidad. Dichosa edad en que la primera manera ingenua era superada por siete libros y la amargura. Nos felicitamos por este muchacho que desde que comenzó, tenía los dientes completos y las bibliotecas bien leídas. Hay versos conocidos, como son conocidos los amigos del alma y también los enemigos. Se pierde por Grecia y Roma, y más que todo por Florencia, ¿pero quién que ha pisado la Plaza, el Puente, la Galería, puede vivir o morir tranquilamente? Le dirán poeta exotista, preciosista, despatriado, desmadrado; nunca desmedrado. Le dirán también muy antiguo y muy moderno, y más: muy mexicano, muy contemporáneo, por muchos ecos, muertes, palabras, aires, sueños que se nos cuelan entre los dedos. Este muchacho quiere sufrir y lo conseguirá. No hay remedio contra estas cosas; es la inminencia de la catástrofe".
Ha dicho el propio Marco Antonio Campos que lo más auténtico de él son sus páginas, porque, según explica, "la poesía es a la vez ventana por la que se mira al mundo y ventana por la que se mira al corazón y al alma". Al igual que lo creyeron, lo afirmaron y lo reafirmaron sus grandes modelos (Hölderlin, Rilke, Nietzsche, Neruda, Trakl, López Velarde, etcétera), "la verdadera biografía de un poeta, o al menos la más honda, está en sus versos".
Autor de una vasta obra poética, narrativa, ensayística y crítica, Marco Antonio Campos corona los 35 años exactos de su obra literaria (desde que en 1970 escribió y publicó sus primeros versos), con este merecido Premio de Poesía Casa de América que nos dará, a sus lectores, nueva oportunidad de disfrutar y sentir su poesía. Poeta de la emoción y de la inteligencia, pero jamás cultivador de los juegos malabares sin sentido, de las pirotecnias verbales fatuas, el autor de Una seña en la sepultura y Los adioses del forastero sabe que la auténtica poesía no es nunca inocente ni vacua, y que si es poesía ha de doler y ha de entregarnos algo que, en sus mejores momentos, se parece a la felicidad.
En su poema "Ciudad de México" escribió: "... yo nací aquí,/ perseguido, no por demonios,/ sino por trasgos y fieras, crecí/ en una ciudad ilímite, /y pese a su horror, miseria y caos,/ a su humo y su trajín sin alma,/ amé su sol, su enorme y dulce otoño,/ sus plazas como firmamentos,/ las tibias tardes en leve marzo,/ el perfil montañoso al sur,/ la máscara y cuchillo de su gente,/ su ayer feroz, su hoy incierto,/ y la amé, la amé siempre, la amé,/ la amé como ama un hijo duro".
Escritor


