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Galaxia editorial | Juan Domingo Argüelles

El Diario personal de Julio Ramón Ribeyro



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La publicación de La tentación del fracaso, el Diario personal (1950-1978), de Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), en un solo volumen (Barcelona, Seix Barral, 2003) posee una importancia literaria y cultural no correspondida con la escasa atención qu...

Domingo 09 de enero de 2005


El Diario personal de Julio Ramón Ribeyro

La publicación de La tentación del fracaso, el Diario personal (1950-1978), de Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), en un solo volumen (Barcelona, Seix Barral, 2003) posee una importancia literaria y cultural no correspondida con la escasa atención que le dispensaron los medios, siempre más bien a la caza de las espectacularidades y los grandes prestigios publicitados.

Este gran volumen (680 páginas), prologado por Ramón Chao y Santiago Gamboa, contiene una buena parte del diario que obsesivamente llevó Ribeyro a lo largo de toda su vida literaria. No es la totalidad, pues lo que Seix Barral reunió en un solo volumen son los tres tomos que se publicaron en Lima entre 1992 y 1995 y que abarcan 28 años. Quedan pendientes los diarios de 1979 a 1994, año este último en que el gran escritor peruano falleciera.

La revaloración de Ribeyro, quien vivió casi siempre en el extranjero, particularmente en París, se dio sobre todo en la última década de su existencia, cuando incluso el diario Le Monde encontró en él a un escritor "francamente genial". Autor de tres novelas: Crónica de San Gabriel, Los geniecillos dominicales y Cambio de guardia, y de varios libros de cuentos, entre ellos Los gallinazos sin plumas, Cuentos de circunstancias, Las botellas y los hombres, Tres historias sublevantes, Los cautivos, El próximo mes me nivelo, Silvio en El Rosedal, Sólo para fumadores, La juventud en la otra ribera y Relatos santacrucinos, que el autor agrupó en cuatro volúmenes con el título general La palabra del mudo, Julio Ramón Ribeyro fue, como escribió con acierto su compatriota Alfredo Bryce Echenique, un narrador excepcional y "el escritor más injustamente excluido de aquel festín de la literatura que fue el boom de la narrativa latinoamericana".

Pero Ribeyro fue también, y de hecho lo sigue siendo, el escritor más querido y leído del Perú, y sin duda uno de los grandes autores a quienes sólo tardíamente se les reconoció esa grandeza. Otros libros suyos dignos del lector más exigente son sus geniales Prosas apátridas, sus ensayos contenidos en La caza sutil, sus textos aforísticos incluidos en Dichos de Lúder y algunas obras teatrales.

Lo que queremos destacar es que si bien toda la obra de ficción de Ribeyro es magistral, no menos espléndida es su aportación al género del diario personal, y nos atreveríamos a decir que La tentación del fracaso puede ser la obra maestra de este gran narrador y ensayista que al final de su vida fue reconocido con el Premio Internacional Juan Rulfo (1994) que se entrega en la FIL Guadalajara.

En su Diario personal, Ribeyro puso todo de sí. Ahí está de cuerpo entero y de mente completa; lúcido, certero, irónico, y también íntimo sin jamás llegar al impudor. La prosa de Ribeyro es elegante, exacta, llena de resonancia clásica. Y, respecto de los temas que trata, están básicamente la literatura y la existencia misma. Leerlo es una delicia y una lección constantes. Pocos escritores tan personales, pero también pocos tan faltos de petulancia, tan modestos y tan ausentes de grandilocuencia. Ribeyro llegó a dudar del nivel de su propia obra, cuando comparaba ésta con la poca resonancia que obtenía en los medios. Sin embargo, en sus reflexiones más objetivas sabe que sus libros no carecen de valor y que, frente a muchos de inflado prestigio, son libros que le dicen algo a alguien.

Una prolongada enfermedad, que es referencia permanente en La tentación del fracaso, lo llevó a vivir constantemente en el dolor y a veces en la desesperación o por lo menos en la desesperanza, todo lo cual hace más meritoria la calidad y la cantidad de su obra.

En uno de los prólogos de La tentación del fracaso, Ramón Chao recuerda: "A Rafael Conte, que en París le alababa su mala salud de hierro le respondía: `La única manera de vivir muchos años es estando siempre enfermo. La muertes es un usurero que prefiere cargar primero con la buena moneda`. Y murió el 4 de diciembre, justo cuando comenzaba el verano limeño al que dedicó el último de sus cuentos, Surf. Murió de todo y también de su afición inveterada a los cigarrillos. Sus amigos pusieron en su féretro una cajetilla y un tinto de Saint-Emilion, que él había encargado de Francia para despedirse de la vida. `Es penoso irse del mundo sin haber adquirido una sola certeza. Todo mi esfuerzo se ha reducido a elaborar un inventario de enigmas. He puesto tanto empeño en construir el pedestal que ya no me quedaron fuerzas para levantar la estatua`. Sobre su estela inscribieron un epitafio tomado de Prosas apátridas: `La única manera de continuar en vida es manteniendo templada la cuerda de nuestro espíritu, tenso el arco, apuntando hacia el futuro`." Así fue, y así es en su Diario personal, Julio Ramón Ribeyro.

Escritor



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