Viernes 11 de febrero de 2000
El día 13 de enero de 1988, a las siete y cinco minutos de la noche, Emilio Azcárraga entró a su oficina de Televisa-Chapultepec donde yo le esperaba desde 10 minutos antes. En el curso del día su secretaria me había llamado por lo menos tres veces para pedirme que no llegara tarde a la cita. Emilio me saludó y fue directamente al baño para quitarse el saco y ponerse un suéter, como siempre lo hacía. ?Siéntate?, me dijo al pasar junto al escritorio. Luego volvió y se sentó frente a mí.
?Quiero que este fin de semana desocupes tu oficina?, me dijo.
?Está bien, Emilio?, le respondí.
Hubo un silencio.
?No sabes el daño que le has hecho a esta empresa... Bueno, la empresa es lo de menos... El daño que le has hecho a este país metiéndote a defender a ese tipo?, me dijo.
Debo confesar que cuando corrigió y cambió la palabra ?empresa? por ?país?, pensé por un instante que estaba grabando la conversación; pero definitivamente no era ese su estilo.
?Ni me he metido a defender a nadie ni fue esa mi intención?, le respondí.
?Pues peor tantito?, dijo él, y agregó: ?Y te quiero anticipar que también voy a despedir a tu equipo?.
?¿Por qué a mi equipo??, le dije. ?En todo caso, si hay un culpable de algo, soy yo...?
?Pues así están las cosas?, me dijo.
Me levanté y caminé rumbo a la puerta. ?Adiós, Emilio?, le dije. ?Adiós, Memo?, me respondió.
El 10 de enero el presidente Carlos Salinas había dado su golpe maestro para hacerse del poder completo al apresar a Joaquín Hernández Galicia, ?La Quina?, y a su camarilla. Yo comenzaba unas vacaciones en Laredo, Texas, a donde me llamó un colaborador, Domingo Álvarez, para preguntarme si debían pasar al día siguiente un fragmento de la entrevista que yo le había hecho antes al líder petrolero. Le dije que consultara con Emilio Díaz Barroso o con Jacobo Zabludovsky, que estaban a cargo. Me volvió a llamar Alvarez y me dijo que los dos opinaban que debía consultarlo directamente con Emilio Azcárraga. Esa noche le llamé a Emilio y le pregunté si quería que regresara. Me dijo que le llamara al día siguiente a las 11 de la mañana; lo llamé el día 11, desde una gasolinera en la carretera a San Antonio. ?Las cosas están buenas y se van a poner mejores?, me comentó de buen humor, y entonces me ordenó que volviera. Volví por la noche y al día siguiente, temprano, lo fui a ver a su oficina. Me dio las gracias por suspender mis vacaciones. Le plantee lo de pasar una edición de la entrevista. ?¿Para qué??, me preguntó. ?Para mostrar que aún en los días del gran poder de ?La Quina? teníamos una posición sólida frente a él?, le dije. Entonces me autorizó y yo quedé de enviarle un casete con la edición que pasaría el día 13. Hasta donde sé, el productor Salvador Ortiz entregó el casete a las tres de la tarde del día 12 en su oficina, pero no lo vieron ni Emilio Azcárraga ni Guillermo Ortega, que era entonces su asistente personal y que estaba enfermo de gripe.
El día 13 pasé la entrevista. La edición era indudablemente demasiado larga. Duraba unos 40 minutos de un segmento de 50 que estaba a mi cargo en ECO. Luego me enteré que ninguno de los miembros de mi equipo que tendrían que haber editado la entrevista, había estado en la edición; uno tras otro delegaron el trabajo hasta que no sé exactamente quien lo realizó. El hecho es que yo desconocía el material y que, ya al aire, no pude sacarlo porque no tenía nada para sustituirlo. Cuando terminó el programa me fui a jugar golf y a eso de las 12 de la mañana me llamó por teléfono Emilio Azcárraga; estaba enojado, pero no furioso. ?¡Ahora resulta que el tipo ese queda como un héroe!?, me regañó; me prohibió en seguida que, en adelante, pasara en mi segmento nada que durara más de 10 minutos; le di una disculpa y, obviamente, le dije acataría su orden. Ese mismo día 13, a las cinco de la tarde, me llamó su secretaria para citarme a las siete de la noche en la oficina de Emilio, en Televisa Chapultepec. Luego ?les decía? me llamaría dos veces más. A las siete y cinco ocurrió lo que relato al principio: quedé fuera de Televisa.
¿Qué ocurrió entre el primer llamado, a las 12, y el segundo, a las cinco de la tarde?
Creo que nunca lo sabré y, al pasar el tiempo, ha dejado de importarme.
Tengo entendido que hubo una reunión, en ?la escuelita?, con las personas que tomaban decisiones en la empresa y que solamente Miguel Alemán me defendió. Puede ser que en ella se haya decidido mi salida o que el presidente Carlos Salinas le haya llamado a Emilio Azcárraga para pedírsela. Don Fernando Gutiérrez Barrios, secretario de Gobernación, a quien le envié una carta, me recibió poco después y luego de escuchar mi relato, me dijo: ?Más que lo que usted pueda decirme, es interesante que yo le diga que de aquí no salió nada porque ni siquiera estábamos enterados?. Otto Granados, que era entonces director de Comunicación Social de la Presidencia, me recibió también y me dijo que tampoco la Presidencia había intervenido para nada y hasta me preguntó si serviría para algo que su jefe (el presidente Salinas) hablara con el mío; le respondí que lo único que me importaba era no quedar como un irresponsable o un traidor a la empresa y al país, porque a eso equivalía en ese momento defender a ?La Quina?. Más tarde el propio Granados me dijo que al presidente Salinas le agradaría que yo trabajara en la radio. Tres o cuatro grupos me hicieron ofertas; seis meses después, más o menos, comencé a trabajar en el Grupo ACIR.
Fue todo aquello una pesadilla que aún no se va del todo. De los periódicos y de las revistas me buscaban para entrevistas; mi casa estaba prácticamente sitiada por los fotógrafos y, en una ocasión, mi familia y yo tuvimos que huir bajo guardia armada y vivir 15 días escondidos porque temíamos un secuestro. Salvo unos cuantos amigos y compañeros, todos los demás se alejaron. Leí por ahí que cuando a Luis Spota lo despidieron de la radio por haber pasado algo referente al aumento de las gasolinas, duró cinco años en psicoanálisis. Quizá yo debí hacer lo mismo. Sólo quien sufre una experiencia como la mía sabe a lo que sabe y sabe cuánto duele y cuánto hiere.
Originalmente la entrevista con Joaquín Hernández Galicia, cuya repetición tiempo después lo provocó todo, fue concertada a través de Fernando Alcalá, que trabajaba o había trabajado conmigo. ?La Quina? quería ir al estudio en una fecha determinada. La consulté también con Emilio Azcárraga y la autorizó. ?La Quina se despachó a gusto hablando de su obra social, pero yo saqué a cuadro a sus guaruras, lo cuestioné, y casi al final, le pregunté si ya había visto la película ?El Padrino?. ?Sí, ya la vi?, me respondió. ?¿Y no encuentra similitud con ese personaje??, le pregunté. ?No, porque ese era un delincuente y yo soy un líder que se preocupa por los trabajadores?, me respondió palabras más o palabras menos. Sólo varios años después me enteraría de que ?La Quina? había querido ir en esa fecha porque era el día de la comparecencia en la Cámara de Diputados de su gran enemigo, don Jesús Reyes Heroles. Se trataba de robarle cámara, es decir, me había usado. No creo que Alcalá lo haya sabido tampoco.
Nueve años después, Emilio Azcárraga me mandó llamar.
Lo hizo a través de Félix Cortés Camarillo.
Me recibió una tarde en TelevisaSan Angel. Entró y se metió al baño, se quitó el saco y se puso un suéter, como acostumbraba hacerlo. ?Bueno?, me dijo, ?ya se llegó el tiempo de que hagamos cosas positivas... como siempre lo hemos hecho?. En esta ocasión la reunión fue más larga que nueve años antes, duró tres horas. Lo que me dijo queda, por ahora, entre él y yo.
Relato todo esto por vez primera. Durante 12 años preferí el silencio por varias razones: en primer lugar, por la lealtad que tuve y tendré a Televisa, una empresa a la que debo mucho y que, según me dijo alguna vez Emilio Azcárraga Jean para rechazar mi primera renuncia después del regreso, me debe mucho también; en segundo lugar porque la mayor parte de quienes me buscaban no lo hacían para contar mi versión de los hechos, sino para atacar a Televisa; en tercer lugar porque tengo con las entrevistas varias experiencias amargas: yo digo algo y el entrevistador publica lo que le da la gana. Lo relato ahora porque, según me enteré, está a punto de publicarse un libro sobre Emilio Azcárraga en una de cuyas partes se relata mi salida de Televisa. Leí ayer en EL UNIVERSAL un fragmento y en lo que a mí atañe, no se miente, pero tampoco se dice toda la verdad o, por lo menos, la parte de ella que yo conozco. Ojalá que el libro que saldrá a la venta el día 20 sea un buen libro; Emilio Azcárraga lo merece.


