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La Voz Invitada | Emmanuel Carballo

Jorge Icaza y "Huasipungo"



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La lectura de la obra del novelista ecuatoriano Jorge Icaza permite plantear el dilema en que osciló la narrativa del Ecuador a lo largo de los años 30 y 40 del siglo XX. He aquí los términos de esta alternativa.

De acuerdo con la realidad que ...

Miércoles 30 de junio de 2004

Jorge Icaza y "Huasipungo"


La lectura de la obra del novelista ecuatoriano Jorge Icaza permite plantear el dilema en que osciló la narrativa del Ecuador a lo largo de los años 30 y 40 del siglo XX. He aquí los términos de esta alternativa.

De acuerdo con la realidad que describe, el narrador no miente al contar las historias y al infundir vida a los personajes. Sin embargo, temas y criaturas suelen resultar falsos, carentes de veracidad literaria. Los hombres y mujeres que gozan y sufren las anécdotas están conscientemente disminuidos: no tienen libertad de movimientos ni de sentimientos. Sus vidas están supeditadas a las tesis que el autor desea probar: son piezas minúsculas de un coherente engranaje ideológico. Una acción conducida por tipos enteramente buenos o radicalmente malos y no por auténticos seres capaces de regenerarse o de enfangarse, de sufrir modificaciones sustanciales, no deja en el ánimo del lector la "impresión de la vida" que debe producir toda novela auténtica.

El lector que no ha perdido los buenos sentimientos experimenta simpatía por las historias que cuentan estas novelas. Así, de antemano, acepta verdades como ésta: los intereses populares deben prevalecer sobre aquellos otros que sólo benefician a unos cuantos privilegiados. Si previamente a la lectura está de acuerdo con las tesis que plantean y demuestran tales novelas, ¿cuál es la utilidad que le deparan obras de compromisos redundantes y escasos méritos estéticos? La respuesta la da la lectura minuciosa de Huasipungo (1934), su novela más conocida. Huasipungo, una de las novelas más conmovedoras que se han escrito acerca del indio americano, cae como casi todas las novelas ecuatorianas de esos años en el tremendismo de la anécdota, las simplificaciones sicológicas de los personajes (buenos y malos, de una pieza) y la adoctrinación de los lectores. Aun sus críticos más benévolos coinciden, unos en mayor y otros en menor grado, en que Icaza escribe un español punto menos que catastrófico. Sus exégetas más estrictos llegan a formular juicios que por los propósitos puristas que los animan suelen ser monolíticos y sectarios. Transcribo el que tengo más a la mano en este momento, el de Enrique Anderson Imbert: "La lectura de Huasipungo, su más famosa novela, mal esbozada, sólo satisface a quienes buscan en la literatura documentos sociológicos o emociones políticas, no virtudes literarias. Allí Icaza novela la explotación del indio por sus amos; el indio no es una persona concreta, es un abstracto hombre masa. El título significa, en quechua, la parcela que los grandes terratenientes propietarios cedían a los indios a cambio de que cuidaran el resto de la hacienda. Despojan al indio de su `huasipungo` cuando venden la propiedad a una empresa extranjera. Avaricia y despotismo de los amos, corrupción del cura, brutalidad de las armas para aplastar la rebelión indígena, animalidad en las costumbres, sexo, miseria, lengua bárbara y, sin embargo, cierta frialdad, la de la inteligencia crítica del autor". Pese a todo, y para mí, Huasipungo es una gran novela. ¿Por qué?, ¿cómo?

Tal vez la respuesta más sencilla y esclarecedora sea ésta: porque atrapa al lector desde las primeras páginas. Lo atrapa probablemente porque entre autor y personajes no se advierte la más pequeña distancia: Icaza se mete en forma sucesiva dentro de la piel de los indios, del terrateniente, del cura y de la autoridad militar de la región. Practica el trasformismo: pasa de hombre a mujer, de niño a anciano, de opresor a oprimido. Habla el lenguaje de cada uno de los personajes. Siente en carne propia la avidez de los poderosos y el dolor de los humillados.

Lo que he dicho hasta ahora no pasa de ser pan de todos los días, receta que ponen en práctica lo mismo excelentes que pésimos autores. Con buenas intenciones, en el mejor de los casos, se para en el infierno. Icaza goza de los favores de la tierra, y los goza merecidamente. Si la novela es un género burgués (un género en el que los contrarios se tragan recíprocamente), Icaza con buen sentido lo trasciende: escribe un poema épico. Y en la épica todos los seres son grandes, aun los pequeños; todos son heroicos, incluso los cobardes. Todos brillan y, luego, todos languidecen. Tras la sombra, viene la luz: buenos y malos cobran conciencia de su estar en el mundo. La oligarquía descubre su destino: proteger su mentira que es, a fin de cuentas, su verdad más valiosa; en la derrota, los indios intuyen la victoria futura. Al vencer el pesimismo (la falta de solidaridad), se dan cuenta de su fortaleza. Con la sabiduría innata que sólo posee el auténtico novelista, Icaza finaliza la novela con la derrota de sus preferidos. Confía, se da ese lujo, en las justicieras vueltas de la historia.

Crítico de literatura



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