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Libros y Otras Cosas | David Huerta

Spitzer y la enumeración

La columna de David Huerta se ocupa de diversos temas de la cultura contemporánea y no tan contemporánea; el apartado "otras cosas" del nombr ...





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He leído sólo unos cuantos artículos no pasan de 10 de Leo Spitzer (1887-1960) a lo largo de mi vida. Debo decir, sin embargo, que ese puñado de páginas spitzerianas ha sido para mí más importante que muchos tomos sobre crítica literaria, así de g...

Lunes 10 de mayo de 2004

Spitzer y la enumeración


He leído sólo unos cuantos artículos no pasan de 10 de Leo Spitzer (1887-1960) a lo largo de mi vida. Debo decir, sin embargo, que ese puñado de páginas spitzerianas ha sido para mí más importante que muchos tomos sobre crítica literaria, así de gordos, que me han dejado exhausto, pero con pocas ideas aprovechables.

El rigor diamantino de la estilística de Spitzer fruto del seminario alemán de filología romance es casi siempre una delicia. Hace algunos meses pude conseguir un libro de él (Lingüística e historia literaria, publicado por Gredos en español), pero aún me siento más a gusto hojeando las fotocopias en las que conservo algunos de sus artículos y ensayos, entre ellos uno que aparece en el volumen recientemente adquirido: La enumeración caótica en la poesía moderna, traducido nada menos que por Raimundo Lida.

Mis relecturas de la poesía de Pablo Neruda, a propósito del centenario de su nacimiento, me llevaron de manera natural a releer ese precioso ensayo (al que, por cierto, Roberto Calasso alude de pasada, sin mencionar a Spitzer, en su muy leído, y justamente admirado, La literatura y los dioses).

Spitzer parte de un comentario sobre otro ensayo con el mismo tema (texto que no conozco), firmado por Detlev W. Schumann (Enumerative style and its significance in Whitman, Rilke, Werfel, de 1942), del cual lo dicho por el propio Spitzer da noticia suficiente.

En la poesía moderna, Walt Whitman ocupa un punto inaugural. Dos escritores fundamentales en lengua española, muy diferentes entre sí Borges y Neruda, fueron whitmanianos acérrimos. Las enumeraciones de Whitman son el punto de partida de Schumann y de Spitzer. Empero, Sptizer va más atrás que Schumann y recoge en la literatura religiosa cristiana los antecedentes de la enumeración poética, y se remonta aun más lejos, hasta el Bhagavadgita, como fuente probable de algunas letanías de la liturgia católica.

Enumerar, enlistar, inventariar, catalogar, acopiar. Cada uno de estos infinitivos y todos en conjunto, enumerados da una idea del acto que consiste en intentar ofrecer, por escrito, una idea o una sensación de abundancia y aun, en algunos casos (como en la famosa página de El Aleph, de Borges), de totalidad: la pequeña esfera tornasolada que "Borges" ve en el sótano de la casa de su detestado rival contiene imágenes del universo entero.

La enumeración caótica o heteróclita (es decir, de objetos o entidades diferentes) constituye, para Leo Spitzer, un serio motivo de indagación literaria: es un recurso estilístico con sus leyes, sus modulaciones singulares y sus peculiaridades; ni qué decir tiene, también con sus atractivos y bellezas propios. En las listas literarias que examina, discierne algunos rasgos distintivos que le permiten ordenarlas: hay enumeraciones conjuntivas, disyuntivas, que recurren a la anáfora y a expresiones como "todo esto" al final del inventario literariamente estilizado, entre otras.

En su ensayo encuentro una preciosa observación de orden sociológico: cuando Walt Whitman escribió sus célebres enumeraciones caóticas, a mediados del siglo XIX, comenzaban a aparecer, en las naciones industrializadas, las grandes tiendas de departamentos, con sus catálogos llenos de ofertas comerciales. Algo semejante puede señalarse en la prosa de Balzac, testigo de la apertura del primer grand magasin en París, en 1836, 19 años de que se publicara en Estados Unidos el gran libro de Walt Whitman: Hojas de hierba.

El tema es rico y está lleno de sugerencias. Cuando en estos días lo releí, fui a los estantes de mi pequeña biblioteca y saqué un libro que me parece maravilloso: la novela de Raymond Queneau titulada Las flores azules (1965), traducida magistralmente al español por Jorge Aguilar Mora y publicada en 1976 en México con el sello de Ediciones Era. Las enumeraciones de Queneau-Aguilar Mora volvieron a sorprenderme y a deleitarme, conforme hojeaba la novela. Me extraña que este libro, en esa traducción genial, no sea más conocido entre nosotros (todavía me encuentro ejemplares en las librerías de viejo, me temo que no leídos). O mejor dicho: a la vista de lo que se lee ahora, y tanto se celebra, no me extraña tanto. Tampoco nuestros críticos leen a estudiosos de la literatura como Leo Spitzer.

Escritor



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