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Esquina Baja | Paco Ignacio Taibo I

El barroco hablado

Cuando se enteró que su columna se publicaría en la parte inferior izquierda de la página, Taibo recordó la frase usada por los camioneros: ...





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Si Cervantes hubiera nacido en Puebla, El Quijote habría comenzado dando pelos y señales del lugar y en vez de la sucinta carta de comidas que se mencionan, algunas de ellas aún misteriosas, se habría dado noticia de moles y chiles rellenos.

Y ...

Martes 02 de marzo de 2004


El barroco hablado

Si Cervantes hubiera nacido en Puebla, El Quijote habría comenzado dando pelos y señales del lugar y en vez de la sucinta carta de comidas que se mencionan, algunas de ellas aún misteriosas, se habría dado noticia de moles y chiles rellenos.

Y es que para el barroco al renacimiento le faltó oro, oropel y lenguaje. Sobre todo lenguaje.

Con el lenguaje que le sobraba a un poeta poblano Cervantes hubiera escrito la tercera parte de El Quijote.

Le salía el lenguaje por las mangas y lo iba regando por las tierras de la Nueva España como quien aún no inventó ni frenos ni sostenes.

A fuerza de regar lenguajes terminaron haciendo una poesía de la palabra que aún nos llega al menor descuido y nos llena de circunloquios que tienen, últimamente, su poster guarida en la Cámara de Diputados en donde todo se vale.

La poesía barroca nacional gozó tanto con el lenguaje que se olvidó de las ideas y aún algunas muy bellas ideas barrocas han de ser podadas para ser entendidas, ya que si les deja en plena libertad mueren porque no mueren.

De la misma forma que los hombres de hoy inventamos y pusimos en ejercicio las mesas redondas, el barroco nacional inventó el torneo poético en el cual todo alarde era más exuberante que el alarde siguiente.

En aquellos duelos de palabras que tenían su merecido final en la rosa o en la corona de laurel, reinaba la metáfora a la que nadie se atrevía a ponerle límites.

El barroco poético sacó de sus tumbas a dioses, diosas griegas y romanas y las puso en plena calle para gozo de quienes podían manejar sin riesgo tales vecinos del Olimpo.

En fin, que si la poesía concisa, de ideas claras y verbo alado, perdió en tales tiempos curiosos, los poetas de entonces se divirtieron mucho. Váyase como ejemplo un poema cáustico de la décima Musa.

Esta grandeza que usa conmigo, vuestra grandeza, le está bien a mi pobreza pero muy mal a mi Musa.

Perdonadme si, confusa, o sospechosa, me inquieta el juzgar que ha sido reta la que vuestro juicio trata, pues quien me da tanta plata no me quiere ver poeta.



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