El Estado benefactor en México
Miércoles 11 de febrero de 2004
El viejo Estado benefactor en México ya no funciona y si me exigen un poco, nunca ha funcionado
Una forma de entender la problemática social actual en México es analizar los argumentos de los diversos grupos sociales, que perdiendo el miedo a salir a manifestarse y una vez garantizada su impunidad, ahora resulta que el gobierno, que muy pocos entienden que es de ellos también, les debe todo.
La bandera de la justicia social, recordemos, fue enarbolada desde los primeros antecedentes priístas, hasta que alguien notó que las cuentas alegres nada más ya no cuadraban y se dio a la tarea de tratar de cambiar el rumbo.
Ahora parece que nadie sabe para quién trabaja; el problema que enfrenta Rosario Robles con las finanzas de su partido durante su gestión, las cuentas de Eduardo Sojo sobre los pasivos laborales, que según el presidente de la Comisión de Seguridad Social de la Cámara son alarmistas, el súbito recuerdo de los ex braceros acerca de su pago pendiente y la paradoja señalada por Felipe Calderón en la Cámara, ante los nacionalistas defensores de la soberanía, que indica que esta forma maravillosa de entenderla le cuesta al país una millonada de dólares en importaciones, son sólo algunos escalofriantes ejemplos.
La jugada maestra del general Cárdenas con la nacionalización del petróleo ya no sería posible en las actuales circunstancias y quien lo dude debe preguntarse por qué Hugo Chávez no la aplica. El método de construir liderazgo y ganar clientela política, disfrazada de justicia social, llevó a muchos a aplicar la táctica de elegir qué sector nacionalizar y cuánta tierra repartir. El siguiente paso era hacer una ley en la materia, apoyar la formación de un sindicato, darles conquistas laborales irrenunciables, otorgar apoyos a los productores agropecuarios y crear instituciones cuyo fin era garantizar el estado de bienestar.
Lo malo fue descubrir que la recaudación de impuestos no crece, las empresas paraestatales son un fracaso y los productores nada más no producen; siguen esperando a ver ahora qué les dan.
Hasta aquí no hay nada nuevo; sólo es una forma de interpretar los hechos, aunque si le metiéramos investigación, podríamos constatar que la evidencia empírica no permite rechazar la hipótesis de la relación estrecha del Estado mexicano benefactor, la compra de votos y la clientela política. Nada más que ahora las cuentas ya no cuadran; el coordinador de políticas públicas no exagera al decir que tan sólo el pasivo contingente que representan las pensiones garantizadas en las conquistas laborales irrenunciables asciende a más de 50% del PIB. No es nada, podrán decir en el extremo de la racionalidad algunos analistas, si se compara con la deuda derivada del rescate bancario y a partir de ahí proceder a exigir que el gobierno mantenga las pensiones, pague lo que se debe a los braceros, los subsidios a las tarifas eléctricas, las pensiones a los viejitos, regale la educación superior, subsidie la investigación y desarrollo de tecnología, mantenga el subsidio al transporte público, baje las tasas aplicables a créditos a las Pymes, borre los créditos a la palabra para los microchangarros y lo que se nos ocurra.
No hay nada nuevo; el problema es que nada más no podemos hacer que el tema esté en la agenda y se discuta a fondo, sin tintes ideológicos y con más argumentos técnicos que políticos, aunque se corra el riesgo de ser llamados tecnócratas. Pasó la oportunidad que muchos calificaron de histórica, cuando el inicio de la convención en Querétaro, para al menos dejar sentados los hechos.
No pasó nada, salvo algunas develadas y quizás crudas fotos para el recuerdo o el compromiso.
Podrán tener razón los nuevos activistas sociales al reclamar sus legítimos derechos; lo malo es que sus argumentos contra algunas políticas liberales, como cobrar el IVA a medicinas y alimentos, o cobrar la educación superior, basados en que los pobres tienen también derechos, aplican aquí. Simplemente no hay ningún pobre en la nómina del IMSS, ni de Pemex, ni del ISSSTE, ni de la CFE. Es más, sumando a todos los afiliados a estos sindicatos revolucionarios, añadiendo a los maestros, no llegan a ser ni 5% de la población en México. La pregunta es ¿por qué 95% de los mexicanos debemos seguir manteniéndolos, en especial cuando hay otros 50 millones de pobres fuera de su esquema a los que también hay que atender? ¿Por qué no empezamos por pagar impuestos y aportar?
El viejo Estado benefactor en México ya no funciona y si me exigen, nunca ha funcionado. Sólo ha ayudado a crear una clase social extraña; la de burócratas de cuello blanco, que recibe pagos y prestaciones de primer mundo, es una pesada carga y luego llega al extremo de despreciar a los que están fuera de su clase, faltara más. Los acontecimientos en Francia, Alemania e Italia en 2003, al tratar de reformar su Estado benefactor, y antes en la Inglaterra de Thatcher, son ejemplos que no queremos ver, en una actitud muy típica de los mexicanos: eso no puede pasar aquí, porque nosotros somos muy machos. Es la falta de oficio político de Fox y su equipo; es la mala leche de los liberales y tecnócratas; son los rezagos sociales acumulados, solemos decir, para solapar el problema y, en el fondo, taparlo con un dedo; es decir, evadirlo. Es la mejor defensa. Sigamos ignorándolo.
Director general del CEESP.
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