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Libros y Otras Cosas | David Huerta



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Miércoles 20 de agosto de 2003


Sobre estas cuatro décadas

Cuando yo era muy joven, allá por la década de los años 60, se hablaba y se escribía mucho sobre "desmitificar" la cultura. El colmo de lo in, por contraste con lo out, consistía en ser y manifestarse "antisolemne"; tales eran los abatidos y agringadísimos modos de expresión de la época entre los escritores e intelectuales por cuales de todo pelaje. Desmitificar con acopio de antisolemnidad lo encumbraría a uno, con rapidez fulgurante, en los ámbitos más elevados de la cultura nacional.

No sé qué tenía que ver todo eso con la entonces reciente muerte de Alfonso Reyes, ocurrida en 1959; pero sospecho que los escritores e intelectuales de entonces querían quitarse de encima la pesada sombra de aquel figurón, alguna vez candidato por Muertepec al Premio Nobel de Literatura.

Cuando un crítico teatral llamado Jorge Ibargüengoitia se metió con una obrita de "don Alfonso", le cayeron a palos por antisolemne y desmitificador. Lo curioso del caso es que quienes tan mal trataron a Ibargüengoitia fueron los mismos que muy poco tiempo después se dedicaron con ahínco a desolemnizar y desmitificar la culturita mexicana, sin tocarle un pelo, ¡eso sí que no!, al venerado fantasma de don Alfonso Reyes, tan solemne él, tan humanista y helenista (aunque no supiera griego: milagros de la cultura mexicana), tan prestigioso y marmóreo. No quiero decir que el ingente trabajo de Reyes no valga nada; vale, y mucho; quiero decir que él representaba, para esos intelectuales y escritores en ascenso, demasiado, en términos de pesadez y autoridad.

Lo cierto es que la desmitificación y la antisolemnidad prosperaron increíblemente a lo largo de estos 40 años, y los resultados están a la vista. Si uno estudia con mediana dedicación un tema literario digamos, la poesía barroca, resulta que es un soponcio inaguantable y que no sabe divertirse ni gozar de la vida. Para esto último hay que consagrarse con denuedo, en cuerpo y alma, a la pachanga, pues requetesabido es, por estos pagos, que "la rumba es cultura". Las secciones culturales de nuestros periódicos ofrecen hasta el último pormenor de la vida y fatigas de un cumbanchero o un compositor de boleros, y le dedican páginas enteras al cómic, entre mil otros asuntos "culturales".

Hace poco me pidieron mi opinión sobre los 10 años del Canal 22 y me negué a declarar. Ese canal está dedicado a refrendar los mitos antisolemnes y desmitificadores de estas décadas tristonas; su programación de todos los días apenas se distingue, a estas alturas, de la de los canales comerciales.

Existe algo que podemos llamar, cómo no, cultura popular. Está muy bien, y tiene o debería tener un lugar, todo lo importante y destacado que se quiera, entre nosotros. Pero ocupa un sitio demasiado grande, fruto de un malentendido devastador: puesto que "la rumba es cultura", ya cualquier cosa puede serlo. Tal es el actual estado de cosas. Nadie se atreve a decir: "No, la rumba no es cultura, si vamos a entender esta palabra en su acepción fuerte; cultura son Bach y Lope de Vega." Todos, o casi todos, juegan ese juego de complacencia que es una de las manifestaciones más empobrecedoras e indignantes de lo políticamente correcto.

Hay en todo esto una dosis enorme de mala conciencia. ¿Cómo vamos a "discriminar" los gustos del pueblo sangrante para dedicarnos a las torres de marfil donde la música de Mozart y la poesía de Quevedo lo son todo? Es inaceptable y no está lejos de un crimen en contra de los derechos humanos. Acerquémonos a los condenados de la tierra y consagremos sus gustos en los templos ascépticos de la cultura y para mancharlos un poquitín de realidad real, no importa si se trata de Los Temerarios o de la telenovela más reciente.

Redacto estos renglones a sabiendas de que no serán bien vistos ni menos entendidos. Ya lo ha dicho y escrito antes: a veces vale la pena desahogarse, porque la corrección política produce un ahogo insoportable. En esas prácticas no es posible distinguir posiciones partidistas o ideologías contrastantes, por cierto: lo mismo el régimen encabezado por Vicente Fox que los gobiernos de izquierda coinciden en su visión distorsionada de la "cultura popular", con el aval entusiasmado de decenas de escritores e intelectuales, orgánicos o desorganizados.

Uno, mientras tanto, se distrae analizando un soneto de Francisco de Aldana o tratando de entender la pintura de El Greco.



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