Domingo 17 de junio de 2001
Esta mujer, elegante y graciosa, anda por las orillas del mar para ver qué maderas caen en sus redes y luego las contempla, las somete a un proceso de acariciado y las transforma de tal modo que en ocasiones adquieren presencia literaria y en otras cobran una vida que jamás tuvieron.
María Cantinelli expone en una galería que le va muy bien a su obra y a ella misma. Un lugar tan recogido que se pierde en una de esas partes de la ciudad de México que están aún por inventar.
El Aire, Centro de Arte alberga estos días entre sus muy cuidadas paredes figuras que en ocasiones son inventos, en otros hallazgos y en otras ocasiones aventuras estéticas.
María Cantinelli es mujer de nuestro tiempo y unas veces diseña ropa femenina y en otras convierte las piedras en frutos y en otras hace de un tronco viejo los furores de Otelo y el último quejido de Desdémona.
María es descendiente de una familia que dedicó su vida a buscar la belleza y ella ha resultado una feliz continuadora de esta zaga.
Yo no sé si los vestidos de María se parecen a sus estatuas o si los objetos de María se parecen a los sueños de María.
Pero me imagino, fácilmente, que la Cantinelli relaciona todo esto entre sí hasta el punto de que una luna menguante aterrice delicadamente sobre una madera carcomida. Alegres viajes de la imaginación.
Diré, para ayudar al caminar de los curiosos, que El Aire, Centro de Arte se encuentra en la colonia Tizapán entre calles que son un Dédalo misterioso y estrecho.


