Domingo 24 de octubre de 1999
Los especialistas en el estudio de las lenguas descubrieron hace mucho tiempo que dentro de las consonantes hay vocales escondidas que pugnan por salir de su encierro. También ocurre lo contrario: consonantes que luchan por emerger del flujo vocálico, de la liquidez de los sonidos abiertos, como quien trata de salir de la corriente clara de un río difícil de curso rápido. A veces lo consiguen. Entonces ocurre el fenómeno que se designa con la palabreja que encabeza estas líneas: sucede "la epéntesis". Es uno de esos vocablos que uno se aprende por ahí, luego olvida minuciosamente, y cuando regresa a él, por azares o necesidades de la vida, estudia machaconamente, con todo y su definición, para ya no olvidarlo jamás. Palabras como ésta sirven, entre otras cosas, para impresionar a las visitas y para lucir una erudición prestada con la que uno se hace, con extrema facilidad, fama de culto y muy informado. Es un leve pecadillo de vanidad libresca, si ustedes quieren; pero atropellos mucho más graves se ven todos los días en nuestros medios intelectualosos.
El antiguo director de la Real Academia Española, el estimable Fernando Lázaro Carreter ?habrá que ocuparse alguna vez aquí de su libro "El dardo en la palabra"?, describe la epéntesis de la siguiente manera en su Diccionario de Términos Filológicos: "Metaplasmo por introducción de un sonido llamado epentético en el interior de una palabra". ¡Metaplasmo!: otra palabreja, que quiere decir "figura de dicción". La no menos estimable maestra mexicana Helena Beristáin habla también, at large, de la epéntesis, en su Diccionario de Retórica y Poética; ofrece, además, por lo pronto, una lista de curiosos sinónimos del término: diástole, infijación, anaptixis, entre otros... La epéntesis consiste ?dice la maestra Beristáin? "en alargar una palabra agregando en su interior un fonema ?llamado epentético? de origen no etimológico". Agrega la maestra: "Su empleo a veces se considera bárbaro, pero también puede ser poético", lo cual da mucho que pensar, en serio. ¿Cuánto va de lo bárbaro a lo poético? ¿Y no es verdad que en ocasiones se confunden? La palabra "tua" se convirtió en "tuya" por medio del mecanismo epentético; otro tanto pasó con el nombre "Cáceres", que proviene del latín "castris". Todo esto puede ser interesante pero se vuelve divertido cuando entra uno en el terreno de la efectiva pronunciación de las palabras. Entonces la cosa se pone de veras buena, como espero que se vea unos renglones más adelante.
Entiendo que esta peculiaridad de la pronunciación es una variante del énfasis. De ella se aprovechan por igual oradores y actores; entre estos últimos, en especial los de la escuela tradicional, medio operática, de los teatros españoles del siglo XIX. En México los conocemos bien y más adelante mencionaré a una de esas figuras, muy familiar para la mayoría de los mexicanos. Puede aparecer la epéntesis, por ejemplo, en alguna representación de "La Celestina", en las tres primeras palabras de la terrorífica invocación de la Alcachueta, al final del tercer acto de la obra: "Conjúrote, triste Plutón". La actriz impostada y grandilocuente aumenta unas cuantas vocales y dice en cambio "Conjejúrote, teriste Pelutón". He oído innumerables veces a Ofelia Guilmáin pronunciar de este modo. Es costumbre vieja de los actores "de latiguillo", rotundos, contundentes, enfáticos hasta la irrisión.
El imprescindible Dámaso Alonso anota en sus ensayos sobre poesía española que "son muchos los chistes acerca de semejante pronunciación en algunos actores". ¡Qué ganas de conocer esos chistes, que deben ser deliciosos! Chistes sobre la afectación en el habla, sobre la pompa histriónica, sobre el empaque dizque casticista de los actores en trance de epéntesis, seguramente. A Dámaso Alonso le interesa el fenómeno porque le sirve para ilustrar la riqueza eufónica del Polifemo gongorino, sobre todo la de aquella escena en la que se describe la espantosa guarida del monstruo monóculo y la línea inolvidable (que por cierto selló, algunas décadas después, un verso del "Primero sueño" de Sor Juan Inés de la Cruz): "infame turba de nocturnas aves", búhos, murciélagos, cuervos. El impecable análisis estilístico alonsiano de ese pasaje de la poderosa poesía gongorina es un modelo de lectura atenta y de precisión intelectual, así como un homenaje al genio del Cisne Andaluz.
En épocas recientes, el pintoresco corresponsal de Televisa en Madrid, Alberto Peláez, apodado "El Majo" por sus colegas, es para mí el representante máximo en el extraño arte de ejercer la epéntesis. Casi nunca dice Madrid o Madrí (como hacen los andaluces); sino que, epéntesis mediante, mete una "e" después de la primera "d" y pronuncia Maderid. Es muy chistoso; quiero decir, es tan engolado que su pronunciación ?antipática o desagradable para muchos? me resulta graciosa. Magias simpáticas de la epéntesis.


