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“Libertad” en prisión

Fabiola Cancino| El Universal
Jueves 08 de diciembre de 2011

Las cárceles de la ciudad de México están llenas de jóvenes de entre 18 y 30 años de edad. El 48% de las mujeres y 56% de los hombres prisioneros en el DF están en ese rango Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

De los más de 41 mil 560 reos de la capital, el 25% son primodelincuentes, es decir, por primera vez cumplen un castigo dentro de una prisión Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Unos 39 mil 700, o sea, el 96%, son hombres y mil 860 son mujeres Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

La mayoría terminó la secundaria o se quedaron a medias. Muchos son solteros y habitantes de la delegación Iztapalapa y antes de estar adentro, los hombres se dedicaban a oficios tradicionales o al comercio y las mujeres al hogar o también a la venta informal Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Ése es el perfil de la mayoría de los internos que cumplen una condena en los diez centros de rehabilitación del Sistema Penitenciario del DF Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Libertad en prisin

TRIUNFO. Enrique Aranda, preso, y José Luis Esparza Flores, técnico penitenciario en el Reclusorio Sur, ganaron el concurso de Conaculta México Lee, con su proyecto del libro club con talleres de lectura, creación literaria y teatro. (Foto: TANYA GUERRERO EL UNIVERSAL )

Acusado de secuestro en 1996 y sentenciado a 24 años y medio por delitos del fuero común, más seis años en el orden federal, Enrique habla de sus estudios en psicología, con dos posgrados, uno en su profesión inicial y el otro en letras modernas

fabiola.cancino@eluniversal.com.mx

Ahí estaba parado, en la entrada del auditorio, en una posición relajada, pero erguido, como lo impone la disciplina yogui. Le daba la vuelta a una hoja del libro Campo Santo, de W. G. Sebald, su más reciente lectura de las 800 que calcula han pasado por sus manos en los últimos 15 años y medio, tiempo que lleva preso en el Reclusorio Sur.

De aspecto limpio, vestido con una playera beige de algodón de manga larga y pantalón del mismo color, como ordenan las normas en reclusión, Enrique Aranda Ochoa saluda con seriedad. Su mirada taciturna y barba de candado le dan un aire de intelectual, que parece disfrutar y explotar al hablar de todos sus estudios y 13 premios en diversos géneros literarios.

El más reciente: el premio nacional México Lee, organizado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), primer lugar que compartió con José Luis Esparza en la categoría de otros espacios, con el libro club que tienen desde hace 11 años dentro de la cárcel.

Las líneas de expresión en el rostro de quien se autodefine como izquierdista, seguidor “de lo que queda de la teología de la liberación”, término acuñado por los jesuitas para definir una idelogía de justicia social a favor de los pobres, revelan su casi medio siglo de existencia.

En una charla en una aula del área escolar penitenciaria, Enrique admite que no sería tan prolífico en la literatura si no estuviera preso, pues considera que “afuera seguramente estaría leyendo, estaría escribiendo, pero de ninguna manera en esta medida ni con esta trascendencia”.

Comenta que escribir poesía, cuento y novela son una medida compensatoria al perder la libertad, pero, agrega, no sólo es eso, otros satisfactores son las clases de yoga que imparte a más de 20 internos y el taller de creación literaria, a un número similar de alumnos.

“Me da gusto ver cómo chavos que eran adictos a la cocaína, al cemento, o que andaban muy deprimidos, se han recuperando, cómo se va fortaleciendo su espíritu. (...) Este tipo de cosas no las hubiera tenido allá afuera, seguramente, siendo honesto”.

De la psicología a la poesía

Acusado de secuestro en 1996 y sentenciado a 24 años y medio por delitos del fuero común, más seis años en el orden federal, Enrique habla de sus estudios en psicología, con dos posgrados, uno en su profesión inicial y el otro en letras modernas.

Además, presume sus logros en libertad: “como profesor (de la Ibero) tenía fama de ser muy culto”, como pasante de la carrera publicó su primer libro en la editorial Trillas Anamnesis. Psicología de la memoria y el olvido, y desde la cárcel: seis primeros lugares más siete entre segundas y terceras posiciones en diversos concursos nacionales, como los de poesía “Salvador Díaz Mirón”, de cuento “José Revueltas” y hasta de teatro y el Bicentenario de oratoria.

Está por publicar vía internet su tercera novela (dos anteriores siguen inéditas), cuyo título tentativo es “El final de los tiempos (Wakilkin: sexto sol maya)”, sobre la cultura ancestral del sureste del país y parte de Centroamérica. Para documentarse, tuvo acceso a los libros de su colección que guarda en su casa, y que su madre se los llevaba según los requería, así como con informes sobre los hallazgos más recientes impresos de internet que le entregaba su hermana.

Resalta que su “amor por la literatura” inició a los 12 años, con lecturas de cómics como Tarzán, después siguieron textos de Julio Verne y Emilio Salgari; luego, a los 18 ó 19 años comenzó a escribir poemas, que decidió quemar al no quedar satisfecho.

De joven optó por estudiar psicología y no letras como le hubiera gustado, pues “es tal el respeto y amor que le tengo a la literatura que decidí no hacerlo” ya que asegura que en esa carrera obligan a leer libros en momentos de la vida en los que uno tiene otros intereses o que no son los adecuados para el alumno.

Admite que con su gusto literario se ha ganado el respeto y el rechazo. “Se burlan de ti al principio, ‘es un anormal’, no suele ser muy bien visto eso por muchos internos, que te la pases leyendo, pues dicen: ‘este tipo es un antisocial, porque no juega dominó, porque, bueno, la literatura es una diosa muy celosa y muy exigente”. Sin embargo, dice, también “me ha generado respeto, aceptación de otros internos”.

El premio 2011

En el año 2000, Enrique Aranda leyó en un periódico una convocatoria para formar un libro club; se comunicó al entonces Instituto de Cultura del DF, ahora Secretaría, y pidió formar uno en el Reclusorio Sur. La respuesta fue negativa, pero no cejó en su intento y cuando explicó que no hablaba un funcionario penitenciario sino un interno, entonces le hicieron caso.

Incluso, el fallecido Alejandro Aura, entonces titular de la dependencia, acudió a inaugurar el centro, con un acervo de 500 textos, que se incrementó a 600 con todo y las pérdidas y se espera aumente más después del premio que recibieron, pues varias instituciones prometieron hacer donativos.

“El libro club ha permitido a mucha gente obtener libertad psicológica, al poder leer, hicimos talleres de lectura, y yo sentía que la gente de algún modo iba cambiando sus actitudes, iba desarrollando la capacidad de empatía, de colocarse en el lugar del otro, por ejemplo de la víctima de un delito, cosa que ellos nunca habían pensado, siempre desde su punto de vista.

“Entonces esa gente, creo, se ha ido sensibilizando, me doy cuenta que la gente que ha asistido al club ha disminuido sus impulsos agresivos”, considera Enrique. Y se congratula de que algunos internos comenzaron a leerles libros infantiles a sus hijos el día de visita y si a la siguiente no continuaban, los pequeños pedían a sus padres que siguieran con esa actividad.

Once años después vio otra convocatoria, ahora a nivel nacional del concurso de Conaculta México Lee y decidió inscribir el proyecto. Ahí fue donde inició la participación de José Luis Esparza Flores, quien es técnico penitenciario en el Reclusorio Sur, donde imparte clases de teatro.

Ambos ganaron el proyecto al integrar como parte de las actividades del libro club, talleres de lectura, creación literaria y de teatro.

José Luis relata que fue a última hora en que lograron registrar el proyecto, por lo que pensaron que tendrían pocas posibilidades, pero grande fue su sorpresa, cuando la hermana de Enrique le comentó que se habían comunicado de Conaculta para informarles de la decisión de los jueces. El 17 de noviembre Esparza recibió los diplomas y 30 mil pesos del premio.

El tesoro del inframundo

Enrique pocas veces sonríe y cuando lo hace su gesto lleva un tono irónico, sobre todo al hablar de su estancia en el Reclusorio Sur.

“Yo lo veo como un camino de descubrimiento interior, no tanto los aspectos negativos que son muy obvios, sino veo todo el lado luminoso, que paradójicamente tiende a estar en el inframundo; las mitologías antiguas dicen que hay un tesoro en los inframundos y en efecto creo que uno puede obtener este botín y parte de este tesoro, no es sólo el trabajo literario, sino las clases de yoga”, concluye el interno, quien espera un cambio en su situación jurídica para que se le reduzca la pena.

En tanto, continúa su vida en el penal y mientras va de regreso a su celda, en el camino algunos lo saludan, otros lo ignoran y en medio de un leve olor a mariguana, comenta con José Luis el nombre maya que quisiera llevar, algo que suena como kokul, y que, explica, significa ser de luz.



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