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La exageración al poder

Bernardo Hernández| El Universal
00:28Sábado 09 de febrero de 2013

. (Foto: Especial )

Si el exceso de adornos engendra la locura, entonces es probable que nuestro guardarropa necesite una camisa de fuerza. Agita la mano y despídete del minimalismo. La exageración le planta cara a la austeridad y ornamenta el genoma nacional.

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¿Existe un dress code para comer hamburguesas? Creía que no, hasta que un día mi amiga Roxana, "Roxy", pa'los cuates, irrumpió en McDonald's con un outfit que enmudeció a todos los devoradores de chatarra ahí reunidos. Un silencio tan pesado que se podía cortar con cuchillo congeló el lugar favorito del fast food, y Roxy, asumiendo que cualquier banqueta, pasillo o corredor es una pasarela en potencia, se deslizó entre las mesas como si estuviera desfilando en la semana de la Haute Couture en París.

Cuando llegó hasta donde yo me encontraba, la gente apenas podía parpadear y, a decir verdad, yo también. No era para menos. Ella había decidido que el código de vestuario más adecuado para comer hamburguesas era el siguiente: maquillaje kaubki, shorts de terciopelo negro, botas de charol hasta la rodilla y, en la parte superior, algo que parecía un mini poncho deconstructivista, un top a medio armar, una broma de Rick Owens o todo junto.

Lo primero que le pregunté fue si estaba consciente del sitio dónde nos encontrábamos. Su respuesta: SÍ. Mi segunda pregunta: ¿Estás borracha o esnifaste algo de lo que me estoy perdiendo? Su respuesta: NO. Mi última pregunta: ¿No te parece que esta vez tu look resulta un poquito excesivo, amiga? Su respuesta: ANTES MUERTA QUE SENCILLA. Nos reímos un rato mientras los demás la miraban de reojo y no acababan de entender si se vestía así por: A) Un severo desorden mental. B) Capricho. C) Venir de Marte. En lo personal me inclino por la última opción.

Roxana es una de esas privilegiadas criaturas que cayó a la Tierra para enseñarnos un poco de tolerancia, respeto y, por supuesto, impartir cátedra de glamour iconoclasta.

¿Por qué nos vestimos como nos vestimos? ¿Por qué algunos nos colgamos hasta el molcajete a la menor provocación? Las respuestas pueden ser muchas, pero hay una que se vincula directamente con la parte lúdica de la moda: ¡por diversión! "La diversión genuina escapa a los controles, descree de las bendiciones del consumo, no imagina detrás de cada show los altares consagrados al orden. La diversión genuina (ironía, humor, relajo) es la demostración más tangible de que, pese a todo, algunos de los rituales del caos pueden ser también una fuerza liberadora", escribe Carlos Monsiváis en Los rituales del caos.

Caótica, pero de lo más gozosa, es la apariencia que tenemos muchos mexicanos. ¿Podría decirse que es folklórica, políticamente incorrecta y medio naca? Si nos ponemos en plan de árbitros del buen gusto, pues sí, hay que aceptar que somos bastante hardcoreros y adictos al kitsch, lo cual,

como ya dijo el buen "Monsi", es de lo más liberador. Y es que no hay nada como asumir y mostrar sin tapujos nuestra naturaleza barroca, qué digo barroca, ¡churrigueresca! Somos fans irredentos del maximalismo, devotos incondicionales de los aspectos decorativos del traje y consumidores voraces de toda clase de adornos, sin importar el momento o las circunstancias. Aquí va un ejemplo.

En la novela Los bandidos de Río Frío, Manuel Payno describe a "Los Plateados", personajes fuera de la ley que recibían dicho apodo por su deslumbrante indumentaria. Pese a que estos chicos malos siempre estaban huyendo de la justicia, sentían la necesidad de lucir sus riquezas (¿quién dijo que el crimen no paga?), por lo que no tenían más opción que ponérselas encima, recamando de plata sus trajes de charro y los jaeces de sus caballos. Plata en las riendas, plata en la botonadura, plata en los fuetes, en los estribos, en los fustes, en las toquillas de sus sombreros... Por algo se utiliza el calificativo "charro" para denotar lo ostentoso y recargado.

En ese sentido, lo "charro" forma parte de nuestra información genética o, al menos, de nuestra memoria histórica, la cual nos ubica más cerca del exceso como norma que del minimalismo como filosofía estética. Quizá por ello no encontramos del todo surrealista vestir de lentejuelas para ir por las tortillas. Quizá por ello, desde hace muchas, pero muchas generaciones, le hemos declarado la guerra a la moderación y hemos conducido la exageración al poder, rasgo que nos hace más llevadera la dura realidad. Quizá por ello el horror vacui es la mutación viral que nos identifica como mexicanos al grito de: "¡Yo soy adorno!". Quizá por ello mi amiga Roxy hace bien en inventar su propio dress code para ir a comer hamburguesas. Y al que no le cuadre, que voltee para otro lado.



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