Corazas Wash & Wear

. (Foto: Especial )
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"Como la envoltura que nos cubre es tan delgada, cualquier objeto punzocortante nos traspasa; esta condición nos obliga a usar cascos, corazas, guantes y zapatos. Hay seres que aparecen provistos de una gruesa cáscara: los elefantes y los armadillos, los erizos y los cocodrilos; pero nosotros, por más encallecidos que estemos, somos por todos lados vulnerables.
"La infinita variedad de corazas que la naturaleza ofrece es prueba no tanto de la capacidad de autoprotección de los animales y de las plantas, sino de la hostilidad del medio ambiente, ya que la realidad no es para nadie un sitio fácil. Basta con ver a un rinoceronte para descubrir los peligros que existen, pues el rinoceronte, pese a su tamaño, necesita estar forrado con una piel tan dura como el hueso y tener delante un poderoso cuerno para defenderse: su imagen demuestra cuán imposible es, hasta para un gigante, sobrevivir en este mundo. El universo no es un lugar para andar sin coraza". Estas atinadas palabras son propiedad de Óscar de la Borbolla, quien en su libro La libertad de ser distinto (Plaza Janés, 2010), nos obsequia un ejercicio de gozosa reflexión.
Mientras leo los relatos de este novelista-filósofo -muy en la onda de Voltaire, Sartre y Camus- caigo en la cuenta de que tres de las prendas que llevo puestas tienen estoperoles y tachuelas: el chaleco, los mitones y los tenis. No se necesita ser tan brillante como Borbolla para concluir que mi look transmite un mensaje bien clarito: "¡Ni te me acerques!". Los picos dorados y un tanto kitsch que sobresalen de mi outfit por aquí y por allá me vuelven una suerte de puercoespín filiforme y escurridizo. Honestamente, no creo que sea una coraza muy efectiva para ahuyentar a los posibles secuestradores, rateros o gandallas que anden por ahí, pero al menos resulta un poco más eficaz que andar por la vida ataviado con pants khaki y suetercito color azul cielo.
"Un amigo de la infancia estuvo a punto de convencerme de que la indiferencia era la mejor de las corazas", escribe Borbolla, para renglones después reconsiderar: "La mejor coraza no es la indiferencia, sino la distancia; es la única que en realidad pone en perspectiva todo problema". Muy cierto, no hay como dejar que las cosas se enfríen un poco para tomar cartas en el asunto y, con actitud maquiavélica, resguardarse de los trancazos venideros. Pero el autor, casi al final de este capítulo, titulado precisamente "Corazas", plantea una última teoría: "La coraza más importante de todas, me decía un amigo, es la resistencia, lo que cada quien sea capaz de aguantar, pues no hay vaselina ni distancia que sirvan, porque aquí lo que cuenta no es poder esquivar, sino absorber; no correr, sino soportar. Obviamente, mi amigo era un boxeador y se refería a lo que pasaba en el ring".
Por lo visto, el cuate de Borbolla más que pugilista era filósofo, ya que su teoría de endurecer el abdomen para resistir los golpes del contrincante no aplica únicamente en el cuadrilátero, es una verdad que se puede extrapolar a todos los ámbitos de la vida, desde el laboral hasta el sentimental. Pues bien, esto me lleva a esbozar una hipótesis o, más bien, plantear una duda: ¿acaso la mejor coraza no será el ataque? Y mientras le doy vueltas al asunto y el aguado café de Starbucks desciende de temperatura al igual que la noche que cae sobre la Zona Rosa en la Ciudad de México, como enviada del cielo pasa ante mis ojos una escultura andante de 1.90 m. de estatura, tan macabramente adornada como el arbolito de Navidad de Los Locos Addams y con la apostura de una Gloria Trevi en esteroides.
Al observar el andar dramático, aguerrido y libre de cualquier rasgo de culpa de esa imponente Drag Queen chilanga, tuve una suerte de epifanía: la moda no sólo cumple la función básica de protegernos del medio ambiente, "cubrir nuestras vergüenzas" (como dirían las abuelitas) o volvernos sexualmente más atractivos mediante el uso de todo tipo de parafernalia fashion. La moda, como el sistema de símbolos que es, constituye una forma medianamente eficaz, aunque sin duda atractiva, de enfrentar el día a día y tratar de salir adelante con la menor cantidad de raspones, abolladuras y huesos rotos posible. Un traje sastre Chanel, un demencial vestido Jean Paul Gaultier, una chaqueta de cuero negro al estilo James Dean, unas rudísimas botas industriales, ese chaleco punk plagado de estoperoles y leyendas obscenas, un par de vertiginosos stilettos tan altos como el Chrysler Building... Todas esas creaciones y muchas más conforman la armadura contemporánea que nos protege de todo, de todos y, sospecho, también de nosotros mismos. Es el poder de la moda.





