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Indonesia, camino al nirvana

La leyenda dice que Prambanan se edificó por capricho de una princesa que no quería casarse. Éste y Borobudur, el templo budista más grande del mundo, los encuentras en Yogyakarta, ciudad cultural

ESCENAS. Los relieves representan la vida mundana y también narran la biografía de Buda y de otros personajes. (Foto: Gretel Zanella / EL UNIVERSAL )

Domingo 22 de enero de 2012 Gretel Zanella / Enviada | El Universal
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YOGYAKARTA.- Indonesia es el archipiélago más grande -lo integran más de 17 mil islas-, y el cuarto país más habitado del mundo. En Java se concentra 57% del total de la población. En todo el territorio circulan más de 50 millones de motos. En la capital, Yakarta, el tráfico es más abrumador que una estampida de bestias o que un día de quincena en la ciudad de México (sí, hay peores). La ausencia de semáforos en varias esquinas obliga a torear los vehículos o a esperarse varios minutos para animarse a cruzar.

Indonesia, en el Cinturón de Fuego del Pacífico, también concentra la mayor cantidad de volcanes activos de la tierra, al menos unos 130.

A 30 kilómetros de Yogyakarta, capital cultural de la isla de Java, se alza el Merapi, uno de los volcanes más letales del planeta que ha matado a miles. En 2010, sus nubes piroclásticas alcanzaron una temperatura infernal de 700° C, también provocó un terremoto y un tsunami.

Dos días de vuelos y 25 segundos de turbulencia. Un vasito de vino para los nervios. Una cerveza, un whisky, más tres películas para dormir. Piernas hinchadas. El whisky y las películas no ayudaron.

Ocho de la noche, aterrizaje en Yakarta. Vuelvo a volar mañana a las siete, rumbo a la ciudad de Yogyakarta, "Yogya", para los locales.

Una latitud nueva. El otro lado del mundo. Doce horas de diferencia: mientras en la delegación Cuauhtémoc hay marchas, en Asia estoy a punto de irme a dormir sin creer que estoy en un pedacito de tierra entre el mar de Java y el océano Índico.

Laberinto hacia la liberación

Por el momento, el Merapi está reposando. La carretera estrecha y curvilínea, escondida entre palmeras y platanares, enseña una postal oriental: los campos de arroz -espejos de agua a los que les crecen matas espigadas de un verde brillante- y al campesino puesto en cuclillas, cubriéndose la cabeza con un caping, el sombrero tradicional en forma de cono (el nón lá vietnamita).

A 40 kilómetros de Yogya, en la llanura sagrada de Kedu, no ruge más el mar de motonetas, responsables de 82% del caos vial urbano. Quinientos cuatro budas en posición de loto me contagian su serenidad. Me despabilan el jet-lag y me emocionan.

He llegado a Borobudur, el templo budista más grande del mundo: casi mil 200 años sobreviviendo a erupciones volcánicas, terremotos, bombas, saqueos y al Islam. Indonesia es el país con más musulmanes, pero son sorprendentemente abiertos.

Visto desde el cielo, Borobudur es un mandala gigante, el Cosmos en medio de una alfombra verde. Me lo cuenta Emanuel que ha leído mucho, un guía sonriente y amable.

En la recepción, los visitantes se sirven "gratis" té de jazmín, antes de emprender la caminata al santuario de peregrinación. El uso del sarong, un tipo de pareo, con fondo amarillo y estampados de batik, es obligatorio para extranjeros y locales. Al portarlo muestran su respeto a la cultura. Los sarongs se prestan en la entrada.

Si existen varios caminos a la liberación espiritual, yo me iría por el de Candi Borobudur, cimentado sobre una loma, entre jungla y volcanes, como el Merapi, a 28 kilómetros de distancia. Candi no significa dulce, sino templo, en bahasa indonesio.

El recorrido se transforma en un ritual que surte mejor efecto al amanecer, pues el calor no sofoca y hay menos turistas, lo que se traduce en mayor intimidad y mejores fotos.
A veces, los viajeros se pierden de la esencia de las cosas porque quieren conservarlo todo en una tarjeta de memoria. Así que conviene guardar la cámara por un rato y entregarse a la "montaña cósmica".

Borobudur es un santuario de peregrinación que plasma los tres estados de la mente; también es un camino de conocimiento hacia el Nirvana, el nivel supremo de armonía y paz plena, donde pocos llegan hasta él porque han logrado la liberación del sufrimiento, del ego y los deseos, y no andan chillando a donde van, las mismas penas de todas sus vidas.

Kamadhatu es la esfera más baja, la del deseo y el karma; la segunda se llama Rupadhatu, la de la realidad y, la más elevada, Arupadhatu, la de la espiritualidad o esfera sin forma.

El camino es ascendente, por un laberinto en espiral de cinco terrazas cuadrangulares y tres circulares.

Casi todo el nivel del deseo está oculto en la base. En éste y en las terrazas cuadrangulares, el peregrino encontrará relieves esculpidos en los muros. Los primeros representan escenas y personajes de la vida cotidiana: las buenas y malas acciones; bailarinas de senos frondosos y nobles. En las terrazas, los relieves cuentan la vida de Buda, principalmente. Este mismo nivel está habitado por cientos de budas de sonrisa serena, dentro de nichos. Cada una de las 432 estatuas -con su tocado de rizos y ushnisha en la coronilla-, muestra un mudra o posición de las manos que alude al razonamiento, la caridad o la ausencia del miedo, por ejemplo.
Los relieves suman 2.5 kilómetros de recorrido cósmico.

En el tercer nivel, integrado por tres terrazas circulares, se alzan las 72 famosas estupas acampanadas de Borobudur. A través de sus perforaciones se observan budas meditando. El final del camino remata con una estupa gigante y vacía por dentro, como centro del Universo.

El templo lo mandó edificar un soberano de la dinastía Sailendra del antiguo reino de Mataram, durante el siglo noveno. Alrededor del año 1100 fue abandonado, tal vez por la llegada del Islam o por erupciones volcánicas. Mil años permaneció atrapado por la vegetación y las cenizas.

De los rincones salen guardias que nos siguen, cuidando que ningún visitante, por imprudencia o por puro gusto vandálico, dañe el lugar. Ni siquiera puedo verlos feo porque responden con una sonrisa.

A la salida intento escapar de una vendedora ambulante. Doscientos metros le bastaron para seducirme con sus hermosas máscaras.

Los mil templos

El príncipe Bandung quiere casarse con la princesa Loro Djonggrang, pero ella le impone una condición inverosímil: que construya mil templos en una sola noche. Bandung acepta y para ello convoca a varios espíritus para que le ayuden. Cuando Bandung logra levantar 999 templos, la desesperada princesa que no quiere casarse manda prender fuego y provocar ruido para despertar los gallos y hacerlos cacarear antes de que salga el sol. Los espíritus de Bandung huyen y él, enfurecido, se venga de Loro Djonggrang convirtiéndola en piedra. Así es como logra levantar el templo número mil.

Me imagino los templos hinduistas de Prambanan entre montañas cubiertas de neblina. Los he visto en fotos y estoy segura de que están escondidos en un lugar mágico.

El conductor se detiene a un costado de la vía que conduce a la ciudad de Solo. No parece una carretera, sino una avenida con comercios y casas. Emanuel dice hemos llegado.

Esto tiene más finta de parque público que de zona arqueológica, pienso. Pero en la entrada, cuando las copas de los árboles dejan de estropearme la vista, caigo en la cuenta de que Prambanan es un microcosmos en medio de la realidad urbana.

Más de 230 templos, casi todos en ruinas, pero los más bonitos se reconstruyeron después de un terremoto devastador. Son seis torres afiladas, cubiertas por relieves y otros decorados que parecen haber sido tallados a mano por semidioses. Ésta no puede ser obra de mortales.

El templo más grande mide 47 metros de altura, tiene 20 lados (no cuatro, sino 20) y está dedicado al dios Shiva, el destructor. Dentro, hay cámaras con estatuas de él, de Ganesha (el elefante sagrado, maestro de la sabiduría) y de la diosa Durga, que representa a Loro Djonggrang, la princesa de piedra. También son delirantes sus relieves del Ramayana.

Los candis de Vishnu (conservador y regenarador) y Brahma (creador del Universo), continúan en sus fachadas las historias del Ramayana y el Mahabarata. Frente a ellos se alzaron templos menores ofrecidos a sus respectivos animales mitológicos: el de Shiva es Nandi, el toro; a Brahma le corresponde el cisne sagrado, y a Vishnu, Garuda, el águila.

En el hinduismo la estructura de los templos se divide en tres secciones: en la más baja conviven el deseo, los animales y los hombres; en el reino medio habitan los hombres desprendidos de sus posesiones y en la tercera habitan los dioses.

Es hora de cerrar. Los guardias empiezan a corretear a los quedamos embobados con los naranjas del atardecer que pintan las fachadas. Dejo la cámara. Este momento lo guardo para mí y lo agradezco. Pido que la sabiduría y la buena fortuna me acompañen cuando vuelva a casa.



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