aviso-oportuno.com.mx

Suscríbase por internet o llame al 5237-0800




Lecciones de Vida

Dos comunidades mayas que abren sus puertas al turismo para enseñar, entre ruinas arqueológicas y lagunas de color turquesa, sus leyendas y costumbres

SHAN KA'AN. Puedes navegar y flotar por los antiguos canales mayas de comercio entre México y Centroamérica. (Foto: Ramón Romero / EL UNIVERSAL )

Domingo 17 de octubre de 2010 Viridiana Ramírez | El Universal
Comenta la Nota

PACCHEN, QR. — Las piedras del camino no lastiman sus pies descalzos. Corre de un lado a otro y se esconde  entre la maleza. Trata de captar la atención de Carlos, nuestro guía. Él interrumpe su comida para ir a buscarla, hacerle cosquillas y seguirla hasta la laguna. Las carcajadas de Victoria se escuchan hasta la cocina.

La inocencia de una chiquilla de  nueve años me anima también a sonreír y a disfrutar de su entorno, a tratar de aprender su lenguaje, a comer lo que su mamá y otras mujeres de la comunidad maya han preparado ese día para nosotros  y para otros turistas, simplemente, a
gozar de la vida.

Renuncio, al menos por este día, a las plastas del bloqueador sobre mi piel y  al rocío del repelente. “Agarro la onda” como dice Carlos, por muy biodegradable que sea el producto, contamina. Ellos, los  habitantes de Pac Chen, llevan toda su vida viviendo en medio de la selva y saben qué plantas  son buenas para las quemaduras del sol y los piquetes de bichos. Confío y emprendo mi caminata.

No quiero ser descortés y pido que me enseñen al menos a saludar y agradecer en lengua maya: “ma’ alob k’iin” (buenos días), “bix a bel” (cómo estás) y “dyos bo’otik” (gracias). Ensayo hasta que puedo pronunciar las frases   claras y así  saludar a quien controla la tirolesa.

La comunidad, 100% maya,  hace 10 años abrió sus puertas al turismo. Aprendieron español e inglés. Tomaron cursos, en su mayoría hombres, para  saber manejar una tirolesa, un rapel y también a coordinar los remos del kayak.

Pese a esto, el turismo no ha depredado su zona, ellos no lo permiten. Saben que es su fuente de ingreso y también su hogar. El que llega aquí debe respetar las reglas, sus reglas.   

 En silencio avanzamos a la base de la tirolesa. En el camino se atraviesan mariposas de diferentes tamaños y colores. El sol hace que brillen las telarañas. Las chicharras cantan. Los árboles nos obsequian sombra. Cuido el no tropezar con alguna de las piedras, blancas y porosas, también el no resbalar con el moho que se adhiere a las rocas.

Pongo atención a la historia del alux. Dicen que es un duende maya que cuida los campos y los sitios arqueológicos. A veces se aparecen en forma de animales. Cuenta la leyenda que las iguanas que merodean las pirámides, son aluxes, las cuidan de nosotros los humanos. Por si las dudas estoy atenta, también suelen hacer bromas a los turistas.

 Llevamos 20 minutos caminando, escuchando leyendas y aprendiendo sobre botánica. Llegamos a la tirolesa. Casco y arnés obligatorios.

Es cortita, 80 metros de largo que se consumen en menos de 30 segundos. Ese lapso de tiempo me sirve para respirar y llenar mis pulmones con el aroma de tierra nueva que desprende la selva. También para ver cómo escapan las aves de las copas de los árboles y hasta para cerrar y apretar los ojos al ver que la  tirolesa termina en un tronco. Me libro de estamparme porque los guías me  sujetan a tiempo.

Espíritu limpio

¿Qué sigue? Relajarnos en el cenote. Adolfo, el chamán de la localidad, realiza la ceremonia para pedirle permiso a los dioses y a los aluxes, que podamos entrar al cenote de El Jaguar.

Estaremos en la puerta de entrada al inframundo, para eso se deben alejar  las malas vibras.Adolfo quema y pasa el humo del copal por mi cara, brazos y piernas. Está rezando pero no entiendo. Carlos susurra en mi oído que el chamán está pidiendo protección y deseando que tengamos una vida llena de dicha.

Frente a su altar, con vegetales, frutas, semillas y plantas, agradecemos, en lengua maya, a la Madre Tierra por dejarnos ser parte de su entorno.Un boquete en la tierra es la entrada al cenote. Dos personas cabemos,  debemos rapelear 13 metros de profundidad.    

Los claustrofóbicos se quedan afuera.

Ya nos espera parte del staff con una llanta. No hay que hacer maniobras. Llegamos derechitos y nos sentamos en los salvavidas. La piel se me eriza y no de miedo. El agua está helada.

Siento a los peces entre los dedos de mis pies. La luz del sol apenas se cuela por dos orificios, y  yo solamente cierro los ojos y pongo la mente en blanco.

Ese momento de relajación me ha abierto el apetito. Prefiero saltarme  el paseo en kayak sobre la laguna de color esmeralda y me dirijo sin titubeos a la cocina comunitaria.

Las mujeres han preparado caldo de verduras (zanahoria, chayote y papa), empanadas de pollo, arroz y frijoles de olla, agua de jamaica y tamarindo, salsas que van de la menos picosa a la que enciende el paladar.

Carlos me enseña a servirme como los mayas. En un tazón se pone arroz, luego el caldo espeso de verduras, un poco de frijoles, crema , queso y salsa.  Buen provecho a todos en la mesa.

 Victoria hace de las suyas. Entra y sale de la cocina como rayo. Me jala hasta su choza con techo de palma. Una señora, que no es su mamá, está bordando un vestido para exhibirlo sobre las hamacas y así animar al   turista a que  lo compre. Me acuesto con Victoria en una hamaca y me enseña a contar: hun, ka’a, óox ... hasta llegar al  lahun (diez).

En bicicleta por la selva

Cerca de Pac Chen está la zona arqueológica de Cobá, a 20 minutos de Tulum. Es domingo y la entrada es gratis.

Son más de 6 mil 500 estructuras las que componen Cobá, pero sólo se encuentra descubierto el 5%.

Una de las pirámides más importantes es Nohoch Mul, la estructura maya más alta, por encima de El Castillo de Chichén. Dos kilómetros de camino es lo que toma llegar a su base.

  Rentamos una bicicleta y nos vamos por el sak béh, el camino blanco que utilizaban los mayas y que era iluminado por la luna. Aquí hay más de 32 caminos, pero las señalizaciones nos van guiando al gran basamento.

 Hay triciclos para dos personas, les llaman las “limusinas mayas”. Las esquivo e imprimo velocidad a los pedales.  Hago una escala en las estelas donde se tallaron sucesos importantes de la cultura maya y en el juego de pelota. 

Respiro hondo. No miro hacía arriba porque sé que me puedo arrepentir. Empiezo a subir de lado y en zig zag. La vista siempre en el escalón, delgado y pequeño, que voy pisando.
No fue tanta la tortura ni el cansancio. Ya estoy en la parte más alta de Nohoch Mul. De frente, la selva mexicana y las crestas de algunas otras pirámides. A un lado la laguna de Cobá y abajo Carlos aplaudiéndome y saludándome.

Aunque no es equinoccio levantó los brazos para sentir los rayos del sol e imaginar que me cargo de energía nueva.

Todavía hay rastros de  pintura, verde, amarilla, azul y roja. Dicen que todas las pirámides estaban pintadas. En este lugar aún están los árboles de donde extraían los colores.

Tallo con la yema de mi dedo la corteza, va soltando el color amarillo, rápidamente lo plasmo en mi libreta. Carlos dice que podrán pasar 100 años y el color seguirá ahí. Ese papel es mi souvenir.

Muyil y Sian Ka’an

Hoy Pastor es nuestro guía Él también es maya y tiene toda la intención de darnos una clase de botánica, flora y fauna de Muyil, otra región maya  localizada en la parte norte de la reserva de la biosfera de Sian Ka’an, a hora y media, aproximadamente, de Playa del Carmen.

Nos pasea por el sitio arqueológico, el cual asegura  es uno de los que mejor se conserva en Quintana Roo. Aquí hay 25 estructuras, en su mayoría templos.

El INAH descubrió en 2002, el templo 17, el principal de Muyil. Su construcción es similar a la de El Castillo de Petén en Guatemala. En la parte superior se encontraron 260 piezas de jade, entre joyería y esculturas, provenientes de dos ofrendas dedicadas a la diosa de la fertilidad Ix Chel.

Después de las ruinas, seguimos el camino que nos interna  en la selva. Algo negro brinca entre los árboles. Guardamos silencio porque es un tucán. Pastor lleva 16 años llevando turistas a Muyil y sólo a visto a dos de estas aves.

 Sin hacer tanta bulla caminamos al mirador. Es tan apretada la vegetación que no podemos verlos, sólo escuchamos su cacarear. Lo que sí se aprecia perfectamente es la laguna turquesa de Sian Ka’an. Tan tranquila que parece un espejo en donde se reflejan las nubes.

Pastor nos ha montado una mesa bajo un bal ché, un árbol del cual se fermenta la corteza con miel y genera una bebida muy similar al vino. Tenemos que desayunar antes de ir a nadar.

El banquete: kiwi, sandia, papaya, melon, piña y mango, todo  fresco, acompañado con panquecitos de amaranto. En la sobremesa aprovecha para contarnos cómo los mayas sabían en que etapa de la luna sembrar los frutos para que crecieran grandes  y jugosos.

Por ejemplo, si la naranja se sembraba dos días después de la luna llena, el fruto era mejor.  También si se cortaba la madera del guanacastle, para elaborar balsas, éstas podían durar hasta 80 años.  

Todos flotan

Le pedimos a Pastor que ya nos lleve a donde “todos flotan”, ahí donde está el vestigio de la aduana maya  entre México y los otros países de Centroamérica.

Hemos pasado por los canales originales que servían como ruta comercial. Ahora están cubiertos por juncos donde se posan las gaviotas a tomar el sol.

Nos colocamos el chaleco salvavidas para poder flotar. El camino tiene una longitud de 12 kilómetros, pero no hay que patalear ni dar brazadas para avanzar, la corriente del agua solita te lleva.

Casi una hora flotando y viendo el cielo. Escuchando cómo se comunican las aves. Envidio a Pastor por tener estas imágenes todos los días.

Me ha hablado de sus ancestros y de sus padres, de los cuales todavía sobrevive su madre, de 80 años. Ella pasó 26 años de su vida embarazada, pues tuvo 13 hijos. El hermano mayor de Pastor ahora tiene 60 años.

Entre risas, nuestro guía dice que su padre seguro consumía el hueso del miembro del cuatí. Lo raspaban y se lo comían, funcionaba como el viagra.

 El día se nos ha ido, debemos volver a nuestro hotel. Quisiera pasarme todo el día ahí, sentada en una roca, con la humedad que hace que sudemos a chorros y  escuchando más leyendas,  más costumbres que tienen los mayas. 

Pastor dormirá en su hamaca,  arrullado por los  sapos,  yo  en una cama con el ruido del aire acondicionado.



Comenta la Nota.
PUBLICIDAD