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Salvaje technicolor

El río Amazonas es el más largo y caudaloso del mundo, 6 mil kilómetros de quietud. Perú, Brasil y Colombia son sus vigías
Domingo 11 de abril de 2010 El Universal
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Dice Archi, nuestro guía, que se llama el “pez vampiro” o carnero, que es nativo de estas aguas y temido porque se aloja en los orificios de sus presas y se alimenta de su sangre hasta matarlos, que por eso no es recomendable nadar en el río. La otra es que debemos tener cuidado con la selva, que no caminemos solos porque los animales salvajes nos pueden atacar. “Si lo hacen utilicen una máscara en la nuca con ojos y boca, así ellos sabrán que están  acompañados”.

Llevamos navegando 10 minutos sobre el Río Amazonas, luego de dos horas de vuelo desde Bogotá. Hace calor, pero la humedad, 90%, es más fuerte que los 36° C a las tres de la tarde. Para refrescarnos bebemos jugo de arazá, una fruta similar al durazno, y comemos un sándwich con verduras y fariña (harina gruesa de mandioca).

A medida que avanzamos el río cambia de verde a casi color plata, tal es su transparencia que podemos reflejarnos. Por sus orillas hay casas de palma de chonta y piso de tierra. Aquí las horas transcurren en canoas, en el trabajo de la pesca. Dice Archi, que tan sólo en el río hay más de 3 mil especies de peces, desde anguilas eléctricas hasta pirañas,  que pese al avance de la civilización hasta hoy, ni la mano del hombre pesa mucho.

Lucas, el conductor de la lancha, un indígena yagua de ojos celestes, dice que los viajeros no llegan a la región de la Amazonía por casualidad.

“Quizás no lo saben, pero ésta es su oportunidad de mirarse a sí mismos, de conocer su corazón”. 

Debe tener razón, porque lo que se siente mientras se logra ver el fin del río es que algo maravilloso está a punto de suceder. “Miren, allá van los delfines”, señala Archi. Son seis de color rosado. Lucas nos explica que es muy fácil saber dónde están, sólo hay que mirar al cielo y buscar gaviotas.

Vamos rumbo a Puerto Nariño, otro departamento de la Amazonas colombiana, el viaje es de 45 minutos. Mientras nos aproximamos, Archi nos previene por tercera ocasión: “El servicio de luz eléctrica en Nariño es de cinco  a 12 de la noche. Las plantas funcionan con combustible que se trae en lancha todos los días”. Hay que llevar lámpara.

Llegar hasta aquí cuesta trabajo, pero la recompensa es grande. El alma se te llena de historia, de que aún hay caníbales en la selva, que en los viajes del yagé (ayahuasca mágica del  amazona) no siempre hay regreso, y que si se puede, hay que estar presentes en la ceremonia de “pelación” donde los tikunas les arrancan el pelo a las niñas que han tenido su primera menstruación y están listas para el matrimonio.

Pero también está la leyenda de que una vez que has penetrado el río, se quiera volver, encerrase en medio de la selva y nunca regresar a lo citadino.

 



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