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Oscar Niemeyer, un brasileño forjador de su tiempo y espacio

Podemos seguir su huella en espacios públicos y privados de su país, en especial en Brasilia
Domingo 08 de noviembre de 2009 PorJUAN JOSÉ RODRÍGUEZ | El Universal
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Estamos acostumbrados a pensar en viejas capitales. Roma, España, México o Pekín cuentan siglos de existencia, pero hay otro encanto en ciudades nuevas. No historias cortas y algo azarosas como Cancún o Los Ángeles. Pocas ciudades y capitales de este mundo han sido planeadas desde las raíces.

Ese fue el caso de Brasil, que en 1956 dio un salto a la modernidad al quitarle el título de capital a   Río de Janeiro para fundar en el siglo XX una ciudad en medio de la nada: Brasilia.

Entre los   encargados del proyecto estaba un arquitecto cuya trayectoria no parecía brillante, apenas había acabado la  secundaria a los 21 años y la carrera de arquitectura a los 27.

Pero Oscar Niemeyer estaba destinado no sólo a dejar su huella en la  capital, sino en el alma del Brasil moderno.

Visionario

Niemeyer nació en Río de Janeiro en 1907, se formó con los arquitectos Lucio Costa y Carlos Leão y ahí empezó a creer en las propiedades del hormigón cuando la moda era el acero.

En 1940 edificó una pequeña iglesia en Belo Horizonte, lo cual le valió la amistad del alcalde  Juscelino Kubitschek quien años más tarde sería el presidente de Brasil, que propondría al congreso la fundación de la nueva capital.

Hoy podemos admirar el sello del arquitecto brasileño, quien diseñó en pocos meses el Palacio da Alvorada (la residencia presidencial), el Congreso Nacional, el Palacio de Itamaraty, sede de la cancillería y la catedral de la capital, de un diseño arriesgado para un templo católico de su época.

Un internacional socialista

Su filiación comunista fue  su condena pero también  su gran salto a la internacionalización. En 1963 se hizo acreedor a la medalla Lenin de la Paz, concedida por la Unión Soviética, Fidel Castro se convirtió en su amigo cercano.

En 1964, durante un viaje a Israel, el presidente brasileño Janio Quadros fue derrocado por un golpe militar. La  oficina de Niemeyer fue allanada y el nuevo gobierno rechazó sus proyectos.
El arquitecto  decidió abandonar el país e irse a vivir a París en 1966. Eso le trajo una gran cantidad de proyectos en diversos puntos del globo.

Como viajeros jamás imaginaríamos hallar obra de este arquitecto brasileño en rincones como  Argelia donde está la Universidad de Constantina y  la mezquita de Argel, edificada en 1970.
Gracias a su filiación comunista, le dieron  el encargo de la nueva sede del Partido Comunista Francés  el Place du Colonel Fabien, y en Italia la sede de la editorial Mondadori.

En Portugal construyó el Pestana Casino, en la ciudad de Funchal. El continente asiático tampoco escapó a la seducción del brasileño y en los años 70, Malasia, el país con mayor número de musulmanes en el mundo, le encarga la gran mezquita de Penang.

De vuelta a casa

Tras 15 años de exilio y con más de 70 de edad, Niemeyer regresó, pero no para vivir una vejez apacible, sino para seguir trabajando. El famoso Sambódromo de Río de Janeiro, especie de calle-estadio donde se escenifica la apoteosis del carnaval es también obra suya. Sao Paulo sucumbió a la envidia y también le encargó su sambódromo.

En la década de los 90 levantó el MAC, Museo de Arte Contemporáneo de Río de Janeiro,  que asemeja a un platillo volador. Para llegar a él hay que cruzar el puente que une Río con Niteroi.
Pocos personajes pueden diseñar un museo dedicado a ellos mismos. Niemeyer tuvo ese privilegio. El recinto está emplazado en la ciudad de Curitiba, en la costa sur del país.

Este  activo hombre también resultó longevo y hoy, a sus 102 años  de edad sigue entre nosotros.

Gran parte de sus edificaciones son espacios públicos, así que no es necesario desembolsar ni un real para entrar, tampoco se requiere guía.

Quizá las únicas excepciones son los museos de Río y Curitiba, que ofrecen, además de la experiencia niemeyeriana, un buen lugar para alimentar el espíritu con sus colecciones.



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