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Medio depredado

El Sea Escape realizará su último viaje del año el 30 de noviembre. Todavía hay lugares para ir a observar al tiburón blanco y acabar con los mitos que lo rodean
Domingo 08 de noviembre de 2009 Viridiana Ramírez viridiana.ramirez@correocpn.com | El Universal
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Parece como si estuviera sonriendo a la cámara. Viene directo a la jaula, despacio y sereno se va acercando. Frío y calor se siente en el cuerpo. Es inevitable  el hueco en el estómago; son los nervios ante semejante especie.

Las primeras pláticas y videos que se han proyectado en el barco, antes de lanzarse al agua, ayudan para saber que es un tiburón hembra, son las más grandes miden siete metros y pesan una tonelada y media, los machos andan entre los cuatro y cinco metros.

Hugo, uno de los pasajeros,  no lo puede creer. Se repega a las rejas, está viendo sus colmillos y las branquias del tiburón abrirse y cerrar. Es tan clara el agua que la visibilidad es de cinco metros.

Esa hembra se pasea frente a los espectadores una y otra vez. No está examinando ni viendo de que lado tiene más “carnita” el individuo. Simplemente es curiosidad. Los humanos somos un extraño que está dentro de su hábitat.

Ya lo hemos dicho, uno no es parte de su cadena alimenticia, él  va siguiendo cardúmenes de macadelas y guajos. También le apetecen las focas, lobos y elefantes marinos que habitan en Isla Guadalupe. Por las noches estos animales saltan y se pueden ver desde la cubierta del barco, ya no hay peligro de que sean devorados por los tiburones, ellos están durmiendo.

¿Cuántos se ven en un día? Siete, quizás 1o y está garantizado. El agua templada de este lugar es perfecta para que abunden. De agosto a noviembre es la mejor temporada.

La embarcación en donde va Hugo se llama Sea Escape. Comparte habitación con Gustavo y otras dos personas. Cada uno descansa en una cama de la litera. Este día han quedado agotados, apenas Hugo probó los camarones a la diabla y el arroz blanco que el chef preparó.   
Al día siguiente el sol comienza a salir, ilumina las rocas volcánicas de Isla Guadalupe. Hay neblina, algo común del lugar, pero no hace frío, supongo que ni lo siente porque desde que se levantó se ha puesto el traje de neopreno.  Es una regla en el barco, pues al día se lanzan como cuatro veces al agua. Debe tener a la mano su visor y su cinturón de plomo.

SEGUNDO ENCUENTRO

Otra vez está dentro del agua, ahora le tocó en la jaula donde sólo caben dos. Una manguera le surte el oxígeno. Han pasado 15 minutos y no ve nada.  Una mantarraya gigante hace su aparición. Hugo me dijo que medía como seis metros de ancho, que tenía como unos cuernitos enfrente y que a su lado iban unos peces pequeños de colores.

De pronto hay dos tiburones, que sin hacer ruido llegan, se acercan demasiado a la jaula, no los puede tocar, está prohibido. Al fin se ha animado a sacar la cámara entre los barrotes, las fotos sí están permitidas y él va preparado con su equipo sumergible.

Han venido sin ser atraídos por la tripulación que se encuentra en la cubierta. Los que están fuera del agua  también los pueden ver, los tiburones acostumbran  nadar cerca de la superficie.

“Vi como metió su nariz en la jaula de a lado, todos se hicieron para atrás”, dice Hugo, el animal iba persiguiendo a un pez, “pasa que los tiburones no conocen la reversa, no pueden nadar hacía atrás, entonces se estrelló”, dijo.

Eran dos estadounidenses y tres canadienses quienes vivieron la situación. En ese barco iban cinco mexicanos. El viaje no es muy barato,  hay que ahorrar.

Es momento de comer, todos están platicando sobre sus experiencias, todavía falta un día más, pero no se les hace aburrido,  entre más conocen, más quieren estar dentro del agua.

Ya va a comenzar  la clase, todos se acomodan en la sala. Los científicos que acompañan a los viajeros en el barco, se encargan de explicar muy detalladamente la vida del tiburón blanco. Uno se quita por completo el miedo, ahora se tiene la certeza de que aquel gran animal de la película, no existe.

Si han existido ataques a personas, es porque suelen confundir la silueta humana con la de algún lobo marino. Los ataques casi siempre se dan a los que practican surf, la tabla los confunde.

Hasta la fecha no se ha registrado algún accidente en este tipo de viajes.

Estamos en noviembre, Hugo regresó hace unas semanas, pretende volver el próximo año. El último viaje que organizará Club Cantamar será el 30 de noviembre. Si se va en diciembre la población habrá disminuido, ahora se moverán a otras aguas.

Don Fernando me dice que me anime que todavía tiene lugares, me muero de ganas por ver al “gran depredador”, verle sus dientotes en forma de triángulo, que son tan filosos que uno puede atravesar una hoja de papel como una navaja, también quisiera comprobar que su mandíbula tiene 300 veces más fuerza que la del humano.

EL FINAL

Hugo aprendió que cuando ellos atacan una tela blanca cubre sus ojos dejándolos ciegos, pero se guían por unas terminales nerviosas que le ayudan a localizar a la presa y a las sustancias que están van segregando mientras avanzan.

Él dice que es el viaje de su vida, que esa experiencia se la contará a sus nietos, y a quién se deje, tiene 28 años, no quiero ni pensar cómo se sentirá ese niño de diez que también iba en el viaje.

Otra vez hubo que navegar 18 horas para regresar a Ensenada. Una camioneta ya los esperaba para trasladarlos a Tijuana, la travesía terminaba.

Atrás se queda Isla Guadalupe y su inmensa vida marina. La neblina volverá a acariciar los peñascos, mientras el sol va alumbrando sus tonos rojizos.



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