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India: Rajastán, reino del color

En este gran estado del Noroeste, el recorrido por palacios, fortalezas, pequeñas aldeas y grandes ciudades reúne todas las tonalidades del planeta

Más que un país, la India es un mundo. (Foto: La Nación/GDA )

Miércoles 04 de noviembre de 2009 La Nación/GDA | El Universal00:18
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Hay que aislarse de las bocinas, abstraerse de los vendedores, esquivar las vacas y dejarse llevar. Hay que ocultarse del sol en sus horas bravas, escapar de algunos olores y perderle el miedo a perderse; siempre lo ayudarán a encontrar la vuelta. Hay que convivir con pobreza, al mismo tiempo con gente amable, que abrirá las puertas de sus casas y estará encantada de mostrar sus quehaceres. Puede llevar varios días adaptarse, pero cuando se logra, uno comienza un viaje verdadero. Sólo hay que aprender a esfumarse entre las multitudes.

Más que un país, la India es un mundo. Por eso generalizar aquí es más absurdo que en cualquier otro sitio: con más de mil 100 millones de habitantes, 400 lenguas y 300 millones de dioses, todo varía de una región a otra. Es imposible conocer o hablar de la India , menos aún en un único viaje. Pero por algún lugar se empieza, y ése puede ser Rajastán.

Junto al llamado triángulo dorado , que se forma entre Nueva Delhi, Agra y Jaipur, este gran estado del Noroeste es uno de los más buscados por los viajeros, ya que reúne una impresionante cantidad de monumentos. Allí se escuchan las historias de los rajput, hijos de los reyes, que crearon principados feudales y se disputaban los territorios. Casamientos fastuosos para unificar los reinos, peleas sanguinarias y un pasado de ostentación y diferencias sociales son algunas de las claves históricas que ayudan a comprender semejante cantidad de palacios y fortalezas.

Pero además del asombro que despierta la suntuosidad, lo más sorprendente son los colores. La mayor parte del turismo en la India es interno, de manera que uno se cruza en estos sitios con gente de todo el país y puede conocer, por ejemplo, una variedad de vestimenta y accesorios que no tiene comparación.

Los colores de los saris (ropa típica de las mujeres) dependen de cada zona, al igual que la forma de los turbantes que utilizan muchísimos hombres. Sólo en Rajastán hay 160 estilos de ponerse un turbante.

Su utilidad es llamativa: sirve para cubrirse del calor, sacar agua de un pozo (es generalmente de algodón y puede medir unos diez metros) y taparse del frío cuando hay que dormir a la intemperie. Y no es igual el turbante cotidiano que uno de fiesta, que en ciudades como Jodhpur suele tener una pequeña cola.

 

Pasan por la India viajeros de todo el mundo, pero el porcentaje de occidentales es igualmente mínimo, hasta tal punto que uno descubre enseguida que lo más exótico de estos monumentos es... uno mismo. Los hombres jóvenes son los primeros en entrar en confianza; enseguida se acercan para pedir una foto compartida. Vestidos en forma elegante, incluso con camisas que brillan bajo un sol que quema, algunos grupos de muchachos parecen salidos de un casting de Bollywood.

Luego se presentan algunas familias que también les piden, a los viajeros de tez más clara, que se tomen una fotos con sus hijos. El cruce entre unos y otros resulta tan curioso que no puede más que generar sonrisas de ambos lados. Y muchísimas fotos.

Rutas compartidas

Rajastán tiene desierto, lagunas rodeadas de casonas inverosímiles, aldeas olvidadas, templos donde uno mire y ciudades presentadas como oasis, aunque no por la calma, sino por la arena a su alrededor.

El recorrido suele iniciarse en Jaipur, capital del estado, a unas cinco horas de Nueva Delhi. Se llega por una ruta en buenas condiciones, aunque no apta para conductores inexpertos (en rigor, para la mayoría de los conductores occidentales). Manejar con el volante a la derecha es la menor de las dificultades, ya que uno se acostumbra fácilmente a eso, pero no tanto a los camiones en contramano.

Los caminos se comparten con motos, bicicletas, rickshaws y muchas veces elefantes. También, claro, se cruzan vacas. La India se presenta como potencia emergente, pero además de las diferencias sociales deberá solucionar sus problemas de tránsito o, al menos, cortar los cables de las bocinas.

Los camiones suelen viajar hasta Bombay o cruzar a lo ancho el país hasta Calcuta, para exportar luego por barco mercadería de la región, principalmente muebles y ropa. Lo único bueno de cruzárselos en las rutas es disfrutar de su decoración kitch.

Otros medios posibles para viajar entre ciudades son los aviones de bajo costo y, principalmente, los trenes. La India cuenta con la segunda red mundial de ferrocarriles, de manera que resulta fácil lograr las conexiones. Hay vagones con literas y aire acondicionado, además de asientos reservados para turistas. Con el pasaporte en mano, uno puede pedir en la estación, cuando le aseguran que no quedan tickets, que le busquen disponibilidad para extranjeros.

Los pasajes se pueden comprar también por Internet ( www.indianrail.gov.in ) o, por una comisión mínima, pedir en una agencia de viajes o el hotel. Las clases A2 (dos camas por lado) y A3 (tres) resultan la mejor combinación en precio y calidad: un viaje de 14 horas puede costar unos 15 dólares, aunque varía según el tren.

Hasta las principales ciudades del Estado -Jaipur, Jodhpur y Udaipur- llegan aviones de bajo costo, de manera que uno puede ahorrarse horas de ruta optando por algún tramo aéreo. Para estos casos, es bueno tener en cuenta el peso del equipaje, ya que suele ser mucho más limitado que en vuelos internacionales y representa un gasto enorme si uno se excede.

Ciudad Rosa, pero no tanto

En Jaipur, los nombres de muchas calles terminan en bazaar , algo que define el espíritu de la ciudad. El centro parece un gran mercado y cada cuadra suele destinarse a un mismo rubro.

Por los colores de su barrio más antiguo, Jaipur es conocida como la Ciudad Rosa. Muchos frentes han perdido su color original (fueron construidas con estuco rosado) y poco queda de la segunda mano de pintura que se les dio para la visita del príncipe de Gales, en 1883.

Pero sí es claramente rosa el Hawa Mahal o Palacio de los Vientos, símbolo de la ciudad. De afuera es una fachada con celosías bien trabajadas, que permitían a las mujeres del sultán observar la actividad callejera sin ser vistas.

Las mejores imágenes de la fachada se obtienen desde un edificio de enfrente (a la mañana da la mejor luz). Cruzar es, además, una buena manera de evitar a los vendedores, que intentarán llevarlo hasta sus tiendas, de manera amable, pero muy insistente.

A 11 kilómetros de Jaipur está el Fuerte Amber, que se destaca por sus frentes coloridos y un salón con dos millones de espejos, que se utilizaba para los bailes. Tiene una historia de batallas terribles, especialmente tras la muerte del marajá Jai Singh, que había logrado replicar aquí las maravillas de la arquitectura moghul. Sobre una colina, se tardan 20 minutos en llegar a pie, aunque muchos turistas eligen subir de la manera tradicional: sobre el lomo de un elefante.

Navegar en Udaipur

Tiene un casco amurallado y mercados atractivos, pero lo más distinguible de Udaipur es su lago Pichola, rodeado de palacios. Muchos de estos edificos pueden conocerse por dentro, ya que se han convertido en hoteles y restaurantes. Y el palacio real de los marajás, o City Palace, está abierto al público. Sin embargo, el recorrido imperdible es en lancha, cuando aparece el sol o cuando cae.

Cuentan que en el palacio real siguen viviendo los reyes , que ya no tienen títulos, pero mantienen su influencia, y así los siguen llamando. Cuando la fuente de agua está encendida significa que ellos se encuentran en el lugar.

Entre lo más atractivo de la ciudad está su arte en miniatura. Hay muchas escuelas que siguen la tradición. Se pinta en seda, papel antiguo o huesos de camellos, entre otros materiales. Es parte de la cultura india, en pequeñísima escala; no podría ser de otra forma.

 

 

cvtp




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